Ecología Integral | Luis Miguel
Modino/Religión Digital
2020: el año en que aprendimos a cuidar
desde el otro lado de la pantalla
El gran desafío que la humanidad ha enfrentado a
lo largo de la historia es el de adaptarse a aquello que va surgiendo
como novedad, buscando instrumentos que ayuden a superar las dificultades.
Estamos encerrando un año diferente, muy diferente, marcado por una
pandemia que ha provocado cambios radicales en nuestra forma de entender la
vida y de relacionarnos con los otros. Podríamos decir que el distanciamiento
social se ha convertido en algo que resume este 2020.
En esa nueva coyuntura, hemos sido desafiados
a aprender nuevas formas de estar próximos unos de otros, de promover la
cultura del cuidado, como nos propone el Papa Francisco en su mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra todo 1 de enero. No
podemos olvidar que la cercanía y el cuidado se demuestran de muchas formas.
Se ha unido una experiencia pastoral en la que los medios digitales nos han permitido acompañar la vida de la gente
La Iglesia también ha enfrentado esos mismos
desafíos, siendo provocada a dar respuestas hasta ahora poco o nada exploradas.
Podemos decir que, en ciertos ámbitos eclesiásticos, todo aquello que
trasciende el espacio concreto y el control directo siempre ha provocado
recelo. También es verdad que hay gente que hace verdaderas virguerías y
realmente consigue ser una presencia eclesial en el mundo virtual, personas
concretas que en este tiempo de pandemia han sido una luz de esperanza y
una fuente de vida y cuidado desde el otro lado de la pantalla.
Este 2020 nos ha hecho asumir de sopetón que estar
en las redes es una misión fundamental en la vida de la Iglesia. Recuerdo que,
en 2018, durante la 71 Semana Española de Misionología, que cada mes de julio
se celebra en Burgos, que tuvo como tema "Misión y Redes",
algunos de estos expertos en el mundo virtual ofrecían reflexiones que en aquel
momento se vislumbraban a más largo plazo, pero que la pandemia ha adelantado
vertiginosamente.
Uno ha ido conociendo muchas experiencias a lo
largo de los últimos meses, pero también las ha vivido personalmente. A las
múltiples reuniones, algo que ya se tenía antes de la pandemia, aunque tal
vez con mucha menos calidad y frecuencia, se ha unido una experiencia
pastoral en la que los medios digitales nos han permitido acompañar la
vida de la gente. Han sido muchos los días en los que desde casa he celebrado,
y continúo celebrando, la Eucaristía a través de las redes sociales, con
un grupo de personas más o menos fiel, que agradecen esta presencia en sus
vidas, que dicen ser un momento importante que las ayuda, de una forma nueva y
desconocida a rezar y sentirse comunidad.
Este lunes, uno de los más asiduos participantes
de nuestras Eucaristías ha fallecido, y otra persona, que también forma parte
del grupo más habitual, decía que parecía que le conocía, cuando en verdad
nunca se habían encontrado físicamente. A decir verdad, yo no conozco
personalmente, según el concepto tradicional, a buena parte de quienes
participan, incluso a algunos de los que están casi todos los días, pero eso no
me ha impedido ir estableciendo una relación de cuidado mutuo, que, en
este caso, se fundamenta en una misma fe.
Además de esas celebraciones, que podríamos decir
que han sido más constantes, también ha habido bodas de oro, en este caso
de mis padres, funerales con diferentes familias, celebraciones
jubilares… Reconozco que los primeros días resultó un poco extraño, pero con el
tiempo uno ha ido consiguiendo interactuar y hacer posible esa cercanía y
ese cuidado en la distancia, que sin duda nos abre posibilidades para el
futuro. No podemos negar que muchas de estas cosas han llegado para
quedarse, y que debemos usarlas en la medida en que ayudan a cuidar de la
gente.
En este tiempo he reflexionado sobre la vida
de la primera Iglesia, como los primeros apóstoles llevaron a cabo la primera
misión, las diferentes visiones que había al respecto y la fuerza y las ganas
con las que ellos, y aquí habría que destacar la figura de Pablo,
consiguieron adentrarse en un mundo desconocido para anunciar aquello que
fundamentaba su vida. El mensaje del Evangelio ha tenido a lo largo de los
siglos diferentes modos de ser dado a conocer, ha ido penetrando en culturas y
realidades muchas veces novedosas y casi siempre ha sabido dar una respuesta
ante esas situaciones.
El mundo moderno, donde las pantallas son
elementos cotidianos, casi imprescindibles e inseparables para las generaciones
más jóvenes, y en consecuencia para el futuro de la humanidad y de la Iglesia,
nos desafía, y la pandemia nos ha hecho acelerar el paso, a adentrarnos en
un mundo que también tiene sus potencialidades, que somos desafiados a
enfrentar, también como Iglesia. La tecnología, en cierto modo nos ofrece
la posibilidad de acercarnos al otro, aunque reconozco que sobre eso hay opiniones
diferentes. Ese mundo virtual es visto cada vez por más gente como
algo cotidiano, que forma parte del día a día, lo que nos tiene que llevar
a hacer lo posible para que el Evangelio también se haga presente en ese
espacio.
La Iglesia en salida, de la que tanto habla
el Papa Francisco, una Iglesia que va al encuentro, que cuida, tiene en la
tecnología un instrumento que puede ayudar a hacerse presente en la vida
de la gente, en la vida de los alejados, que, si conseguimos ofrecer toda la
riqueza que el Evangelio de la misericordia encierra, puede hacer con que esas
personas puedan volver a sentir la necesidad de encontrarse con un Dios
por el que se sienten cuidados a través de aquellos que Él envía. Es
tiempo de mirar hacia adelante, con esperanza, sintiendo el cuidado de ese
Dios que siempre está con nosotros.
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