Vocacionales | P.
Osiris Núñez, MSC
La vocación y
la fragilidad de la vida
Cuando
pensábamos que los avances alcanzados por la humanidad eran capaces de
responder a todas las situaciones que se presentan en la vida del ser humano,
se nos ha presentado una situación que ha desmontado la visión mesiánica de la
ciencia y, sobre todo, nos ha hecho tomar conciencia, que ya estaba un poco
olvidada, de la fragilidad de la vida.
La pandemia del
Covid-19 cambió tanto la dinámica de la vida humana, hasta la madre naturaleza
recobró nuevas fuerzas ante la inactividad humana (pensemos como se limpiaron
los canales de Venecia ante la ausencia humana, o ciudades que bajaron el
índice de contaminación). Se nos ha obligado a un cambio de la dinámica de
vida, un cambio obligado y que se va realizando en la improvisación, pues nadie
tenía esto programado.
El quehacer de
la vida eclesial ha cambiado
también, ahora debemos improvisar sobre la marcha. Por ejemplo, la pastoral
vocacional que se basa en el acompañamiento y el encuentro continuo para
compartir experiencias de fe y motivar el compromiso de hombres y mujeres de
diferentes edades que son llamados por Dios a una misión concreta.
Cuando
evaluamos la pastoral vocacional, nos decíamos: “cuando nos sabíamos todas
las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas”. Ahora diríamos: “cuando
teníamos un esquema establecido, nos cambiaron el sistema”. ¿Como acompañamos a
distancia? ¿Como presentamos los modos de vida cristianos en la virtualidad?
Son situaciones nuevas que nos ha creado la pandemia.
El compromiso cristiano se asume en la acción, respondiendo a realidades muy concretas. ¿Cómo articulamos una propuesta desde la virtualidad que implique un compromiso en la realidad palpable de carne y hueso? Primero debemos superar el miedo personal que nos provoca la pandemia; identificar realidades en las que el Señor nos pide respuestas y acciones. El texto del leproso a quien Jesús toca sin miedo, puede ser una motivación:
“Cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una
gran muchedumbre. En esto se acercó un leproso y se postró ante él, diciendo:
Señor, si quieres puedes limpiarme. El extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero,
queda limpio” (Mt 8,1-3).
Si el
acompañamiento es a distancia, podríamos proponer un programa definido, donde
el vocacionado reciba formación que le ayuden a profundizar sobre el compromiso
cristiano y el modo de vida que desea asumir o que se le está presentando; pero
también se debe exigir un compromiso concreto en la comunidad eclesial, de
manera que la formación recibida desde la virtualidad-distancia, se materialice
en compromisos reales dentro de su comunidad. La misma comunidad eclesial debe
velar para que la persona manifieste en su compromiso el deseo de asumir el
modo de vida cristiana a la que se siente llamado.
No podemos
permitir que la dinámica de la continuidad del ministerio de evangelización se
vaya reduciendo a la virtualidad; obviamente vivimos una situación real de
pandemia, pero el llamado que Dios hace a la persona sobrepasa y por mucho, el
mundo de las interconexiones. Este tiempo de pandemia también es un tiempo en
el que Dios nos llama a vencer nuestros miedos personales y comprometernos en
el servicio a los demás, a pesar de los riesgos en el camino. El testimonio del
P. Damian de Molakai, es un ejemplo de una persona llamada por Dios que fue
capaz de sumergirse en una realidad contaminada por la enfermedad y darse por
completo al servicio de los afectados, hasta morir a causa de la misma.
El religioso o
religiosa que es llamado por Dios, no es un médico por naturaleza, algunos se
hacen en el camino, pero eso no implica que nos recluyamos en la comodidad de
nuestros hogares para acompañar virtualmente a quienes pastoreamos. Dios nos
pide un compromiso en el que nos sumerjamos en la realidad y así como Jesús,
ser capaces de acompañar y dar a conocer el amor de Dios que se manifiesta a su
pueblo a través de la presencia del llamado.
Cuando
pensábamos que los avances alcanzados por la humanidad eran capaces de
responder a todas las situaciones que se presentan en la vida del ser humano,
se nos ha presentado una situación que ha desmontado la visión mesiánica de la
ciencia y, sobre todo, nos ha hecho tomar conciencia, que ya estaba un poco
olvidada, de la fragilidad de la vida.
La pandemia del
Covid-19 cambió tanto la dinámica de la vida humana, hasta la madre naturaleza
recobró nuevas fuerzas ante la inactividad humana (pensemos como se limpiaron
los canales de Venecia ante la ausencia humana, o ciudades que bajaron el
índice de contaminación). Se nos ha obligado a un cambio de la dinámica de
vida, un cambio obligado y que se va realizando en la improvisación, pues nadie
tenía esto programado.
El quehacer de
la vida eclesial ha cambiado
también, ahora debemos improvisar sobre la marcha. Por ejemplo, la pastoral
vocacional que se basa en el acompañamiento y el encuentro continuo para
compartir experiencias de fe y motivar el compromiso de hombres y mujeres de
diferentes edades que son llamados por Dios a una misión concreta.
Cuando
evaluamos la pastoral vocacional, nos decíamos: “cuando nos sabíamos todas
las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas”. Ahora diríamos: “cuando
teníamos un esquema establecido, nos cambiaron el sistema”. ¿Como acompañamos a
distancia? ¿Como presentamos los modos de vida cristianos en la virtualidad?
Son situaciones nuevas que nos ha creado la pandemia.
El compromiso
cristiano se asume en la acción, respondiendo a realidades muy concretas. ¿Cómo
articulamos una propuesta desde la virtualidad que implique un compromiso en la
realidad palpable de carne y hueso? Primero debemos superar el miedo personal
que nos provoca la pandemia; identificar realidades en las que el Señor nos
pide respuestas y acciones. El texto del leproso a quien Jesús toca sin miedo,
puede ser una motivación: “Cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una
gran muchedumbre. En esto se acercó un leproso y se postró ante él, diciendo:
Señor, si quieres puedes limpiarme. El extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero,
queda limpio” (Mt 8,1-3).
Si el
acompañamiento es a distancia, podríamos proponer un programa definido, donde
el vocacionado reciba formación que le ayuden a profundizar sobre el compromiso
cristiano y el modo de vida que desea asumir o que se le está presentando; pero
también se debe exigir un compromiso concreto en la comunidad eclesial, de
manera que la formación recibida desde la virtualidad-distancia, se materialice
en compromisos reales dentro de su comunidad. La misma comunidad eclesial debe
velar para que la persona manifieste en su compromiso el deseo de asumir el
modo de vida cristiana a la que se siente llamado.
No podemos
permitir que la dinámica de la continuidad del ministerio de evangelización se
vaya reduciendo a la virtualidad; obviamente vivimos una situación real de
pandemia, pero el llamado que Dios hace a la persona sobrepasa y por mucho, el
mundo de las interconexiones. Este tiempo de pandemia también es un tiempo en
el que Dios nos llama a vencer nuestros miedos personales y comprometernos en
el servicio a los demás, a pesar de los riesgos en el camino. El testimonio del
P. Damian de Molakai, es un ejemplo de una persona llamada por Dios que fue
capaz de sumergirse en una realidad contaminada por la enfermedad y darse por
completo al servicio de los afectados, hasta morir a causa de la misma.
El religioso o
religiosa que es llamado por Dios, no es un médico por naturaleza, algunos se
hacen en el camino, pero eso no implica que nos recluyamos en la comodidad de
nuestros hogares para acompañar virtualmente a quienes pastoreamos. Dios nos
pide un compromiso en el que nos sumerjamos en la realidad y así como Jesús,
ser capaces de acompañar y dar a conocer el amor de Dios que se manifiesta a su
pueblo a través de la presencia del llamado. ADH 852
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