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    domingo, 31 de enero de 2021

    Mensaje de la Presidencia CLAR

    Mensaje de la CLAR

     


    Mensaje de la Presidencia de la CLAR

    Jornada Mundial de la Vida Consagrada


    Queridas hermanas y hermanos en el camino de seguimiento a Jesús:


    Escribo desde Salahonda, una isla del pacífico colombiano, habitada por comunidades afrocolombianas, repletas de vitalidad y alegría, sin embargo, este rincón del país está permeado por la violencia, la corrupción y la pobreza. Me encuentro visitando y acompañando a cuatro religiosas, que comparten su cotidianidad con la gente. Las veo empeñadas en caminar con su pueblo.


    Desde aquí, se hace claro que tenemos motivos para celebrar, el día de la Vida Consagrada. Aquí, se percibe con mucha nitidez, cual es la misión sin tregua, a la que estamos convocadas/os: Jesús se encarnó para hacerse expresión de lo que significa existir humanamente, para mostrarnos la manera de relacionarnos en condición de hermanas/os y para impulsarnos a “amar hasta el extremo”, esa es sin duda nuestra misión, su modo es el nuestro.


    Las noticias que circulan por el mundo, no paran de evidenciarnos nuestra realidad, esa en la que el mensaje y el proyecto de Jesús es cada vez más necesario. Vemos a los más pobres emigrar, desplazarse, porque algunos “poderosos” han decidido que existen fronteras y no somos iguales; contemplamos a otros acorralados por la violencia, sumidos en la pobreza, sin recursos, sin oportunidades, ni esperanzas. Nos enfrentamos a sistemas políticos y económicos permeados por la corrupción y en los que el bien particular, prima sobre el bien común. Escuchamos el grito de la tierra, que impotente resiste, a la soberbia de quienes la acaban y envenenan…


    Ante tanto dolor, hambre, injusticia, corrupción y barbarie, tenemos la tentación de convertirnos en pregoneros del miedo, el escepticismo y la desesperanza. Fácilmente nos atrincheramos detrás de las pantallas y con pasividad de espectadores repetimos las últimas noticias en los lugares en los que cotidianamente nos encontramos. Damos cuenta con detalles y énfasis en las cifras, de todo aquello que hemos visto y escuchado a través de tantos medios de información y en muchas ocasiones de desinformación. Y sin darnos cuenta, vamos cayendo en el pavoroso relato de un sistema al que le cuesta creer que otro mundo es posible.


    Ante la experiencia de la enfermedad o la muerte de nuestras/os hermanos, las exigencias de los Estados  que tantas  veces obnubilan  nuestros  horizontes  apostólicos,  la dificultad  para sacar adelante los proyectos encomendados, la experiencia vital de los límites que trae la vejez, las fuerzas  que  no  alcanzan  o  los  recursos  que  en  algunos  contextos  no  terminan  siendo  los suficientes o necesarios… es posible que nos paralicen los datos, las estadísticas, el siempre amenazador miedo al futuro.


    Hoy más que nunca, cuando la fuerza de la realidad y de los hechos parece implacable en su impacto, tenemos que revestirnos de ESPERANZA. No se trata de negar la realidad o de interpretarla con parámetros cargados de ingenuidad. Pero, sí, de leerla desde la fe y de encontrar en ella, motivos para movilizarnos, organizarnos y solidarizarnos. Los hechos son sin duda un lugar teológico y en ellos Dios nos narra, el hacia dónde de su querer.


    Nuestra vida, tiene que estar al servicio de las víctimas, de los más afectados, de los pequeños, de los enfermos y los más solitarios… de aquellas/os que requieren su porción de esperanza y alegría.


    Tenemos que salir, dejar el sillón y la placidez de la pantalla. Debemos preguntarnos por el “más” de nuestra entrega, en una realidad necesitada de testigos de la esperanza. De mujeres y hombres que puedan y quieran ir más allá, salir, pronunciar palabras que den vida, tener gestos que devuelvan la fe en el valor de la bondad y la ternura.

     

    Nuestra esperanza tiene su fundamento en Jesús. Contemplarlo a Él y con Él orar la realidad y acercarnos al  acontecer  personal,  comunitario,  nacional  y universal,  será nuestra manera de responder a una coyuntura que nos urge al valor que se conquista en la relación; a la osadía que se aprende al lado de los más pobres; a la alegría que nos contagian los niños que saben confiar en su padre; a la libertad que hemos heredado de aquellos que supieron cambiar, desaprender, transformarse al ritmo del Espíritu y ofrecer la vida hasta el martirio.


    Que contemplar la realidad y en ella, al Dios que siempre actúa, nos abra a la esperanza y nos movilice a dar la vida con pasión evangélica.


    María nos sigue invitando a hacer todo lo que Él nos diga, su palabra nos inspira, nos sitúa en salida, nos dispone en compañía, con otras/os, a ofrecer lo necesario para que acontezca el cambio, la transformación. Para que podamos seguir celebrando como pueblo, con consciencia eclesial, en sinodalidad y en un esfuerzo sostenido y esperanzado, por mantener la alegría.


    Que María de Caná, la mujer atenta a la realidad y dispuesta al cuidado de los otros y de su entorno, siga pronunciando palabras con fuerza para movilizarnos, que, como Ella, sepamos poner la mirada en Jesús y escuchar lo que nos dice. Que, en su compañía, caminemos con la consciencia de ser pueblo de Dios y nos dispongamos para la transformación que acontece al ritmo de lo comunitario, cuando sumamos esperanza y creemos que la acción del Espíritu hace posible que la fiesta se prolongue.


    En nombre de la Presidencia de la CLAR, agradecemos a las consagradas y consagrados que, con generosidad, entregan su vida en la geografía de América Latina y el Caribe. Que en Dios encontremos siempre el sentido y el gozo que centre nuestra existencia y nos conduzca a la ofrenda.


    Nuestro abrazo y oración,


    H. Gloria Liliana Franco Echeverri, ODN

    Presidenta



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