Evangelización | Amigo del Hogar
La madurez
del catequista
En la persona
del o la catequista reconocemos los siguientes aspectos a destacar: su madurez
humana, cristiana y su conciencia misionera, dimensiones que se dan como una
integración dinámica, progresivamente.
En la
dimensión del ser, el catequista está entrenado para convertirse en testigo
de la fe y custodio de la memoria de Dios. La formación ayuda al
catequista a reconsiderar su propia acción catequÃstica como una oportunidad
para su crecimiento humano y cristiano.
Sobre la
base de una madurez humana inicial, el catequista está llamado a crecer constantemente en un equilibrio
afectivo, sentido crÃtico, unidad y libertad interior, viviendo relaciones que
apoyen y enriquezcan la fe. «La verdadera formación alimenta sobre todo la
espiritualidad del catequista mismo, de modo que su acción brote en verdad del
testimonio de su vida».
Por lo
tanto, la formación sostiene la conciencia misionera del catequista, a
través de la interiorización de las exigencias del Reino que Jesús ha
manifestado. El trabajo formativo para la maduración humana, cristiana y
misionera requiere un cierto acompañamiento a lo largo del tiempo, porque
interviene en el núcleo que fundamenta el actuar de la persona.
A partir
de este nivel de interioridad, germina el saber ser con, como una habilidad natural necesaria
para la catequesis entendida como un acto educativo y comunicativo. En
la relación que es inherente a la esencia misma de la persona (Cf. Gn 2,18) se
injerta la comunión eclesial. La formación de catequistas se ocupa de mostrar y
hacer crecer esta capacidad relacional, que se expresa en la voluntad de
vivir los lazos humanos y eclesiales de una manera fraterna y serena.
Al
reiterar su compromiso con la maduración humana y cristiana de los
catequistas, Iglesia llama la atención sobre la tarea de vigilar con
determinación, para que, en el desarrollo de su misión, se garantice a cada
persona, especialmente a los menores y a las personas vulnerables, la
protección absoluta contra cualquier forma de abuso.
«Para que
estos casos, en todas sus formas, no ocurran más, se necesita una continua y
profunda conversión de los corazones, acompañada de acciones concretas y
eficaces que involucren a todos en la Iglesia, de modo que la santidad personal
y el compromiso moral contribuyan a promover la plena credibilidad del anuncio
evangélico y la eficacia de la misión de la Iglesia».
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