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    sábado, 29 de mayo de 2021

    Distracciones de nuestro tiempo


    Vida Religiosa | Adolfo Nicolás, SJ





    Distracciones de nuestro tiempo

     

    Hace unos años, durante el pontificado del Papa Benedicto XVI, el Superior General de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, esbozó algunos puntos para una posible carta a los jesuitas. Aunque nunca escribió esta carta, compartió estos puntos con algunos amigos. El siguiente texto, aunque aún no refinado e informal, expresa claramente la dirección de su pensamiento. El P. Nicolás había autorizado su publicación.

     

    Distracciones de los medios y del mercado: aparatos, internet…


    Estas distracciones son las más comunes y las más fáciles de detectar. Están justo delante de todos nosotros, y pocos de nosotros podríamos reclamar inmunidad total o parcial frente a ellas. Por lo tanto, no son las más peligrosas. Ciertamente necesitamos estos medios y algunos de los aparatos. Esta no es la pregunta. Pero, ¿por qué sentimos que somos de alguna manera inferiores si no estamos actualizados en ellos? ¿Por qué nos sentimos tan mal siendo diferentes? ¿Por qué es tan importante para nosotros ser aceptados, ser parte del equipo?

     

    Tal vez seguimos distraídos porque ya no decidimos más. Hemos permitido que los medios definan una nueva ortodoxia, un nuevo canon de “verdad”, que ya no es la verdad, sino una opinión pública intencionalmente construida y acrítica. La forma en que se desarrolla la nueva cultura de la información nos confronta con opciones básicas. ¿Queremos información o comprensión? ¿Velocidad o profundidad? ¿Centrarse en Cristo o navegar por la Web? Sé que éstas no son opciones exclusivas, y ninguno de nosotros soñaría con considerarlas así, pero pueden volverse tan reales en nuestra vida no atenta como cualquier otra distracción.

     

    Distracciones de la superficialidad en el ámbito religioso

     

    Estas son distracciones que nos afectan particularmente a los jesuitas, dada nuestra larga formación intelectual. Nos afectan cuando nuestro crecimiento intelectual no termina en oración, adoración, ministerio. Son particularmente inquietantes porque suceden dentro de la Iglesia y dentro de su vida de fe. Tendemos a pensar que lo que no encaja con mis teorías no tiene significado; que si no puedo encontrar el “sentido” es un “sin sentido”. Y somos bastante intolerantes con los disparates. Luego adoptamos la típica postura inmadura de “todo o nada”, convenciéndonos de que “si no estoy de acuerdo, no tiene sentido”.

     

    San Ignacio salió al paso de esta tendencia con sus reglas para sentir con la Iglesia. No le preocupaba lo que tenía sentido para él, sino lo que tenía sentido para la gente, la gente sencilla de su tiempo, los fieles sencillos en la Iglesia. Tendemos a alardear a veces: “Nunca elogio lo que no me gusta”. Ignacio nos dice que alabemos todo lo que ayuda a las personas en su devoción, su oración, su sentimiento de cercanía con Dios y su Iglesia. Sus reglas tienen un fuerte color y enfoque pastoral. En ellas, Ignacio nos dice que no nos distraigamos con nosotros mismos, con nuestras ideas, nuestros gustos y disgustos, nuestras opiniones y teologías, sino que consideremos a las personas caminando y viviendo en la presencia de Dios. Olvídate de ti mismo y defiende la vida de estas personas.

     

    Los grandes jesuitas me parecen hombres de una pieza: enteros, dedicados, consistentes, bien orientados y no distraídos en lo más mínimo. Una mirada más cercana a nuestra historia jesuita puede ayudarnos. Todos estamos muy orgullosos, y con razón, de nuestra historia y de los grandes hombres que la llenan. Cuando los miro desde la perspectiva de nuestras distracciones, lo que me sorprende de todos ellos es su total dedicación a su vocación y su misión. Son personas que han dado todo y permanecen bien orientados hacia el objetivo final de su autodonación: Dios y el servicio de su Reino. Llevaría demasiado tiempo desarrollar cómo cada uno de ellos realizó este compromiso totalmente concentrado.



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