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    martes, 11 de mayo de 2021

    El Espíritu don para los discípulos


    Pascua | Juan Corona Estévez, MSC





    El Espíritu Santo, don del Señor resucitado para los discípulos

     

    Cada vez más nos vamos acercando a la celebración del día de Pentecostés, por ello, es propicio ir reflexionando en torno a la presencia del Espíritu Santo, un don dado por el Resucitado a los primeros discípulos y con ello a todos nosotros. En esta presentación se hará énfasis en algunos textos del Nuevo Testamento, en conjunto con la opinión de algunos teólogos, los cuales muestran diversas referencias a experiencias del Espíritu por parte de los discípulos.

     

    El evangelista Mateo, al final de su obra, recoge de cierta manera las palabras de Jesucristo sobre la futura misión de los Apóstoles. “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Siguiendo ese orden, el teólogo Ladaria (1998) enfatiza que Jesús, después de resucitar envió a sus discípulos a proseguir su misión, dándoles su Espíritu. Él había prometido enviarlo para que continuase la obra de salvación, por el anuncio del Evangelio.

     

    Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros (Hch 15,8)

     

    Para el teólogo, el Espíritu Santo es el autor principal de la misión de la Iglesia, el que enciende en los cristianos el impulso misionero, y el que incluso se anticipa a la acción apostólica, como se constata en los Hechos de los Apóstoles: “Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen” (Hch 5,32). “Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros” (Hch 15,8).

     

    De manera similar, Pablo, en sus escritos testifica esta presencia del Espíritu. “Cuando vino la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción filial. Y prueba de que son hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4,4-6). Esta fórmula, según Schneider (1992), es expresión de la experiencia del Espíritu de filiación de los cristianos. Los discípulos de Jesús, en ese sentido, están conscientes de ser el pueblo de Jesús, el ungido como Mesías por el Espíritu, así como también de ser el pueblo agraciado con el Espíritu Santo.

     

    Un último punto muestra que, en la carta a los Romanos, también se evoca esta experiencia del Espíritu: “no recibieron un espíritu de esclavos para recaer en el temor, antes bien, recibieron un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (Rom 8,15). En esta referencia, el Espíritu de Jesús nos da la posibilidad de dirigirnos a Dios con la palabra que Jesús usó. Ladaria (1998), en ese orden subraya que solamente si somos guiados por el Espíritu de Dios podemos ser y vivir como hijos de Dios. Por tanto, aquellos que recibían el Espíritu eran llamados a desempeñar una misión como servidores de la palabra de Yahvé, con la tarea de mantener viva la fidelidad a la alianza.

     

    Referencia:

    Ladaria, L. El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Salamanca, 1998, pp. 44-101.

    Schneider, T., et al., Manual de Teología dogmática, Madrid, 1992, p. 528-529.

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