Matrimonio
y Familia | Redacción ADH
Caminar en el amor: enamorarse, comprometerse…
En el matrimonio cristiano no debe haber prisa ni tampoco dejadez, porque la pareja que se encuentra y se recibe en el amor deben vivir su relación de amistad y luego de noviazgo como un proceso que los va a conducir a una mayor conciencia de su realidad de amor que los puede conducir a un proyecto para toda la vida, con la bendición de Dios, en el ambiente de una comunidad, la Iglesia, que los acoge pues son sus hijos e hijas y los acompaña a ese paso definitivo del matrimonio, y con el matrimonio a ser familia, a ser testimonio de pequeña iglesia en la familia.
Por eso el consentimiento del amor mutuo en la Iglesia delante de Dios, es un decir tú y yo somos nosotros, y nosotros seremos fecundos y relacionados
La aventura
del matrimonio es un largo camino que tiene que recorrer la pareja. Y hacer un
largo camino quiere decir que hay etapas de preparación de los que se van a
casar. Tienen un punto de partida y van a alcanzar metas por etapas, van a
construir sobre roca sólida como pide la Escritura, van a llevar en su mochila
de novios muchos materiales para el camino y tendrán que dejar cosas para
alcanzar las mayores, para sustentar sus vidas sobre la roca firme que dice Jesús
en el relato que nos dejó en el Evangelio.
Como el
edificio no se comienza desde arriba, tampoco el camino se recorre a partir de
la meta, porque para llegar hay que establecer una ruta, unos pasos, que
conviene y no conviene llevar, el estado de ánimo en el camino, el compromiso
de no echar atrás la decisión si realmente se quiere alcanzar el proyecto
deseado. Sabemos que alcanzar metas está siempre rodeado de esfuerzos,
sacrificios valiosos que satisfacen por el bien que se quiere alcanzar.
Las parejas
se conocen, se relacionan y se sienten atraÃdas, se enamoran y comienzan una
nueva etapa que los conduce al noviazgo y si la relación se profundiza, se toma
en serio, se comunican y reconocen mutuamente en el amor, entonces los
cristianos y cristianas de fe buscarán la bendición de Dios. Y esa bendición
tiene una mediación que es la Iglesia, comunidad donde están llamados el hombre
y la mujer a vivir como pareja, como matrimonio, como familia. La búsqueda de
la bendición de Dios por medio de la realidad sacramental los pone en el camino
correcto de la fe. Ellos están reconociendo que se aman y que el amor verdadero
viene de Dios y conduce a Dios. Y si Dios es amor, entonces está en el
fundamento de su amor y hay que volver los rostros hacia ese Padre bueno para
que se haga presente como bendición en la vida de la pareja, en la procreación y
cuidado de los hijos, en las tareas que han de realizar en la Iglesia.
De ahà la
seriedad del noviazgo como un camino de conocimiento, de amistad, de aceptación
mutua y reconocimiento de lo que en ambos hay de luces y de sombras para llegar
a la unión matrimonial.
Si la pareja
no puede avanzar y profundizar su relación con seriedad, con la gracia de Dios,
entonces muchas veces no pasan del enamoramiento, muchos quieren vivir sin
compromiso, de manera superficial y no están capacitados o animados para mirar
juntos hacia delante. Aquà se puede presentar entonces la ruptura de la
relación. Las parejas que siguen delante, unen entonces dos familias, dos
historias, dos realidades que se unen para enriquecerse mutuamente, no para
fundirse, sino para amarse y ser cada uno complemento del otro. El amor que
libera no anula, sino que hace crecer a la persona y ser sà misma. Por eso el
consentimiento del amor mutuo en la Iglesia delante de Dios, es un decir tú y
yo somos nosotros, y nosotros seremos fecundos y relacionados. Dios será el
centro de esa relación y él sostendrá nuestros esfuerzos para caminar. No
pueden dejar que el cansancio fÃsico venza el amor. Al formar la familia
vendrán dificultades, nuevos desafÃos con los hijos, experiencias que los va a
enriquecer para que se entreguen mutuamente en el amor constante, fiel,
paciente, abierto a la vida.
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