Reflexión | Ron
Rolheiser
Más que una casa o un lugar
El hogar es
más que una casa o un lugar en un mapa. Es un lugar en el corazón, el lugar
donde más deseas estar al final del día. La idea metafórica del hogar nos puede
ayudar a aclarar muchas cosas, sobre todo la manera como el sexo se conecta con
el amor.
El sexo nunca
puede ser simplemente casual, puramente de recreo, algo que no toque el alma.
El sexo siempre toca el alma, para bien o para mal. Es o sacramental o nocivo.
Está o construyendo el alma o desgarrándola. Cuando es correcto, te hace una
persona mejor; y cuando es incorrecto, te hace menos persona. Metafóricamente,
cuando es correcto, te lleva al hogar; cuando no lo es, te lleva lejos de él.
El sexo está diseñado por Dios y la naturaleza para llevarte al hogar. En
realidad, está pensado (metafóricamente) para ser tu hogar. Si vuelves al hogar
después del sexo, hay algo muy equivocado. Esto no es, ante todo, un juicio
moral, sino antropológico en nombre del alma.
El alma, como
sabemos, no es un tejido espiritual invisible que flota dentro de nuestros
cuerpos. Un alma no puede ser figurada imaginativamente, pero puede ser tomada
como un principio. Como vemos en las consideraciones de filósofos como
Aristóteles y Aquino, el alma es un principio doble que tenemos en nosotros. Es
el principio de vida (de todas nuestras energías) y es el principio de
integración (lo que nos guarda unidos). Esto puede sonar abstracto, pero no lo
es. Si has estado alguna vez presente ante alguien que está muriendo, sabes el
momento exacto en que el alma se separa del cuerpo. No porque veas que un
espíritu abandona el cuerpo, sino porque a cierto minuto el cuerpo está vivo
-un organismo- y al minuto siguiente está inerte -sin vida, muerto- y
comenzando a descomponerse. El alma nos mantiene vivos y el alma nos mantiene
bien juntos.
Si esto es
verdad -y lo es- entonces cualquier cosa significativa que hagamos (algo que
nos toca a cualquier profundidad) afecta a nuestra alma, tanto a su fuego como
a su aglutinante, sea debilitándolos o fortaleciéndolos. El sexo no es una
excepción. En verdad, es el ejemplo principal. El sexo es poderoso y, por eso,
nunca puede ser simplemente casual. Está o construyendo el alma o demoliéndola.
Hace treinta
años, dando un curso nocturno en el campus de un colegio universitario, asigné
a mi clase un libro de ensayos escrito por Christopher De Vinck, Sólo
el corazón sabe cómo encontrarlos. Preciosos recuerdos para un tiempo infiel.
Estos ensayos son simples reflexiones hechas por el autor sobre su vida de
joven esposo y padre. Son cálidos, no excesivamente románticos, trabajados
estéticamente y exentos de sentimentalismo. Resultan un caso vivo para el
matrimonio, no aportando argumentos excusables en favor suyo, sino simplemente
compartiendo el modo como el matrimonio puede contribuir al hogar, un lugar
pacífico de mutua soledad que puede llevarnos más allá de esa búsqueda irresistible
e incansable que nos acosa en la pubertad y nos echa del hogar de los padres en
busca de nuestro propio hogar. El matrimonio y el lecho conyugal pueden
traernos de nuevo al hogar.
Al final del
semestre, una estudiante del curso, una mujer de edad cercana a los treinta
años, vino a mi oficina a entregar su trabajo semestral. Traía el libro de De
Vinck y me comunicó esto: Este es el mejor libro que he leído en mi
vida. Yo crecí sin mucha guía religiosa ni ética, y he dormido a mi manera por
un par de provincias canadienses; pero ahora sé lo que en realidad quiero.
¡Quiero lo que este hombre tiene! Quiero el lecho conyugal. Quiero que mi sexo
me lleve al hogar, que venga a ser mi hogar. Su agudeza merece
repetición, especialmente hoy en una cultura donde el sexo está frecuentemente
separado del matrimonio y el hogar.
Al comienzo de
mi enseñanza y ministerio, cuando aún trabajaba principalmente con jóvenes que
estaban descubriendo lo que significa el amor y a quién podrían elegir para
casarse y con quién intentar pasar sus vidas, con frecuencia surgía la
pregunta: ¿Cómo reconoce uno la clase de amor sobre el que se pueda construir
un matrimonio? Es una cuestión crucial, porque el amor no es una cosa fácil de
leer ni graduar. Podemos enamorarnos -y lo hacemos- de cualquier clase de
personas; con frecuencia, de personas que no nos convienen, personas con las
que podemos flirtear agradablemente o tener una luna de miel, pero con las que
no podríamos compartir el resto de nuestras vidas.
¿Sobre qué
clase de amor se puede construir un matrimonio? Se necesita que sea la clase de
amor que te lleve al hogar. Se necesita una fuerte sensación de que con
esta otra persona estás en el hogar, porque un matrimonio es no poco diferente
de una luna de miel. Tú vas al hogar desde una luna de miel. En el matrimonio,
estás en el hogar.
Así también
con el sexo. Necesita ser algo que te lleve al hogar, y es tu hogar más bien
que algo de dónde vas al hogar.
Publicado por
Ciudad Redonda:
https://www.ciudadredonda.org/articulo/mas-que-una-casa-o-un-lugar
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...