Opinión | Carlos Osoro Sierra
La Iglesia camina junto a
los hombres
He asistido a los dos últimos sÃnodos de la Iglesia
universal. También participé muy directamente en la organización y la
realización del SÃnodo Diocesano de mi Iglesia particular de Santander, a la
que servà como vicario general y rector del seminario. Convoqué dos sÃnodos
como obispo de Orense y Oviedo, aunque no pude vivir su desarrollo por mi
traslado a otras diócesis. Y en Madrid, en donde hubo un SÃnodo anterior a mi
llegada como arzobispo, he podido ver la riqueza de las decisiones sinodales y
las he tenido muy en cuenta para la programación pastoral que estoy haciendo en
estos años de mi ministerio episcopal.
Cada dÃa vivo más y con más fuerza en mi entrega a la
Iglesia que la dimensión sinodal es constitutiva de esta. San Juan Crisóstomo
nos decÃa: «Iglesia y SÃnodo son sinónimos». ¿Acaso la Iglesia no es ese
caminar juntos y unidos, es decir, en comunión, participación y misión? ¡Qué
fuerza tiene adentrarse juntos en los caminos por los que transitan los hombres
para mostrar que Cristo sale al encuentro de todos y cada uno! Y ahÃ, con
ellos, me encuentro yo como obispo, al servicio de todos, entre todos, con
todos y para todos.
El Concilio Vaticano II puso de relieve instrumentos
que dinamizan la comunión y que inspiran las decisiones eclesiales. Es bueno
que nos fijemos en lo que el Código de Derecho Canónico nos dice sobre los
organismos de comunión que deben existir y dinamizar las Iglesias particulares:
consejo presbiteral, colegio de consultores, consejo económico, consejo de
pastoral, capÃtulo de los canónigos… Tenemos los instrumentos para vivir la
sinodalidad, pero hemos de hacer un esfuerzo para que estos órganos que la
Iglesia tiene provoquen ese caminar juntos. Ello requiere que partan de la
gente, de los problemas de cada dÃa, de sus necesidades. Han de ser ocasión de
escucha y de participación, y no pueden plantear problemas teóricos, sino que
deben responder a los problemas de la gente, dar respuestas a los problemas
reales que tienen los hombres para encontrarse cada dÃa más y más con
Jesucristo.
Se trata de que todos edifiquemos una Iglesia sinodal,
que siente el deber de caminar de la mano, junto al Sucesor de Pedro, el Papa.
Una Iglesia que sabe la misión que le ha encomendado el Señor y que camina con
ese compromiso, cada uno con el papel que Dios nos ha confiado: como
sacerdotes, miembros de la vida consagrada, laicos, esposos, padres de familia,
educadores cristianos, trabajadores con diversas responsabilidades, jóvenes,
niños… ¡Qué belleza adquiere la Iglesia caminando en sinodalidad! Nos hacemos
más conscientes de que el Señor la puso en medio del mundo para ser la gran
servidora de la humanidad.
Para vivir esta sinodalidad verdaderamente, como ha
señalado en alguna ocasión el Papa, hay que recordar que «es un camino eclesial
que tiene un alma que es el EspÃritu Santo». «Sin el EspÃritu Santo no hay
sinodalidad», asevera. Es lo que se percibió en el mismo inicio de la Iglesia,
el dÃa de Pentecostés, cuando «se llenaron todos de EspÃritu Santo y empezaron
a hablar otras lenguas, según el EspÃritu les concedÃa manifestarse» (Hch 2,
4). Esta es la Iglesia que se hace creÃble, la que busca por todos los medios
acercarse a los hombres en cualquier situación. ¡Qué importante es hacer un
esfuerzo por caminar juntos! Y no solamente hacer camino con los que piensan de
la misma manera, que es lo más fácil, sino hacer camino con todos los
creyentes. Confiemos en el EspÃritu Santo y nunca tengamos el arma del insulto
o de la ridiculización del que piensa diferente.
Cuando uno lee y relee, ora y se deja impregnar por la
Palabra de Dios, descubre con toda su fuerza que hay unos elementos que son
fundamentales para vivir, apreciar y sostener la vida en sinodalidad.
Aprendamos a escuchar teniendo una sensibilidad grande para abrirnos a las
opiniones de los demás hermanos, jóvenes o mayores, de quienes piensan
diferente a mÃ… Aprendamos a vivir en la Iglesia con corresponsabilidad: somos
responsables de hacer un camino juntos; no dividamos. No escondamos lo que está
mal, seamos transparentes, limpios. No nos echemos en cara cuestiones que son
opinables; no hagamos ideologÃa de Cristo, pues Él es una persona que vive. Y
descubramos que este camino hay que oÃr la voz de los laicos.
Hacer y construir la sinodalidad en la Iglesia no es
hacer un parlamento, ni ningún tipo de locutorio. Los que participasteis en el
SÃnodo en Madrid visteis que no se trató de llegar a acuerdos, sino de abrirse
a la acción del EspÃritu Santo con coraje apostólico, es decir, humildes y
orantes, confiados en el Señor que nos guÃa y nos da luz. El SÃnodo es misma la
Iglesia que camina unida y que se pone a leer la realidad con los ojos de la fe
y el corazón de Dios. El SÃnodo es la Iglesia que se interroga a sà misma y se
pregunta sobre la fidelidad que tiene y en la que vive al Señor. En este
sentido, me gustarÃa concluir remarcando tres claves:
1. Sinodalidad y escucha del EspÃritu Santo.
El método de la sinodalidad es dar espacio al EspÃritu Santo para abrirnos con
coraje a la misión que Dios encomendó a la Iglesia, sin componendas y con
humildad, desde una oración confiada, sabiendo quién nos guÃa e ilumina.
2. Sinodalidad como arte de la escucha.
Hay también una escucha de los otros, que también confÃan en el EspÃritu Santo
para conocer lo que Él quiere de la Iglesia. Hay que escuchar al pueblo,
escuchar a los pastores, escuchar al EspÃritu Santo.
3. Sinodalidad y ejercicio de diálogo.
Es un instrumento privilegiado para la participación. Se nos invita a hablar
con valentÃa, desde la libertad, la verdad y la caridad, escuchando siempre más
y mejor a quien habla y no me gusta lo que dice.
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