Comentario | Ciudad Redonda
Hoy es la fiesta de Santo Tomás. Uno de los
doce apóstoles de Jesús. Su nombre significa “gemelo” en arameo
“Paz a ustedes”
En el Evangelio de Juan aparece en varios pasajes:
cuando Lázaro acaba de morir y los discípulos se resisten ante la decisión de
Jesús de volver a Judea, Tomás determina: "Vamos también nosotros, para
que muramos por él". Durante la Última Cena, cuando Jesús asegura que ya
conocen el camino a donde va a ir Él, Tomás pregunta: "Señor, no sabemos a
dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y, finalmente, en el
pasaje que hemos leído hoy: aunque Tomás recibe el anuncio de la resurrección
de Jesús, se niega a admitirla: "Si no veo en sus manos la señal de los
clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado,
no creeré"; sin embargo, ocho días después, Tomás toca con sus propias
manos las heridas de Jesús y termina diciendo: “Señor mío y Dios mío”…
Es curioso: parece que Tomás, en estas tres
intervenciones del Evangelio, hace el itinerario inverso a un camino que va de
la duda a la convicción. Él, por el contrario, comienza con mucha
determinación: "Vamos también nosotros, para que muramos por él";
continúa con una pregunta ante algo que reconoce no saber: "Señor, no
sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?". Y sigue con
una duda radical: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi
dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré"…
Sin embargo, la duda radical no tiene en él la
última palabra. Ante el Señor que se le hace presente, llega a la mayor
confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”. Y esa sí es la última palabra que
conocemos de él.
Algo así puede ser la vida de todo discípulo del
Señor: primero, un gran entusiasmo; después, comienzan a aparecer las preguntas
ante lo que se desconoce; y pueden incluso llegar momentos de duda radical… Que
en esos momentos también el Señor se nos haga presente, con sus llagas,
mostrándonos que también Él pasó del entusiasmo de las muchedumbres que le
seguían a la soledad de la cruz… Y que la confesión humilde de nuestra fe también
sea nuestra última y discreta palabra. “Señor mío y Dios mío”…
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