Evangelización | Lic. Pedro B. Grullón Torres/ADH
Nadie se salva solo
(Mensaje del Papa)
El presente aporte
constituye una reflexión en torno al mensaje del Papa Francisco. Es una
invitación a realizar y procurar la búsqueda de la promesa celestial. Es un seguimiento constante de la palabra de
salvación. Esto debe manifestarse en las diferentes circunstancias de nuestra
vida.
Tanto en los momentos de
adversidad como en los alegres, en cada ocasión en que todo sale bien, en toda
circunstancia, hemos de salir al encuentro de Dios, es decir, hacia nuestra
salvación.
El Señor da a todos libre
albedrio y el camino de la dirección dirigida al regazo de El. Muchos, dejados
seducir por las tentaciones malignas, se van, eligen lo placentero del momento,
lo efÃmero, y dan la espalda a los verdaderos valores del Reino. Ese no serÃa
buen uso del libre albedrio.
En su cruz estamos
salvados; y esa es la decisión segura, única, obligada para colaborar en
nuestra salvación y también servir de palanca a la salvación de los demás. Y
como dice el Papa Francisco: “No somos autosuficientes, solos nos hundimos”.
Es oportuno reflexionar
acerca de los episodios y circunstancias en la vida de cada uno para evaluar en
torno a los diferentes momentos y como hemos actuado y podremos actuar en
consonancia con las exigencias de la Promesa. Señala el Papa Francisco: “Somos
más resilientes cuando trabajamos juntos”.
Jesús nos ofrece felicidad
eterna, esa es la promesa, y eso es inmensamente más que la Copa Mundial o que
la Serie Mundial de Beisbol o de cualquier otro evento. Es algo sin fin, gozo
perpetuo.
Dios nos ha dado libre
albedrio y requiere de cada humano su contribución o búsqueda de salvación. La
salvación o el milagro va acompañado del aporte humano, por ejemplo, en (Jn 6,
1-15), el Señor multiplicó los panes, pero uso el aporte de una persona que le
presento como colaboración cinco panes y dos peces para compartir con los demás.
Esa muestra fue mediadora para el inicio del milagro, y asà comió la multitud
hambrienta.
En Mateo 25, en el caso de
las mujeres prudentes y no prudentes, estas últimas fallaron en su aporte.
También en la distribución de los talentos, quien recibió menos no hizo nada y
fue rechazado. Cada uno debe ser capaz, y hacer lo posible para ponerse al
encuentro con el amado.
En cuanto a la colaboración
para la salvación de todos, en Mateo 18 dice que una manera de contribuir en la
salvación es cuando Jesús dijo: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a
solas. Si te hace caso, has salvado a un hermano. Si no te hace caso llama a
otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o
tres testigos. Si no les hace caso, dÃselo
a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como
un pagano”. Esto equivale a decir que se le ha dado la oportunidad y la rechaza.
Otra mediación fue de la
persona de Baal-Salisa (Reyes 4, 42-44) cuando presento los 20 panes de las
primicias a Eliseo, y este insistió: “Dáselos a comer a la gente, y comieron
las cien personas.
De la misma manera que el
aporte de pan fue motivador para la multiplicación, para la obra milagrosa, asÃ
el trabajo de cada persona ayuda como colaboración en la salvación. Dios parte
de dos, de veinte, de cinco panes, pero ha querido partir de algo, pues quiere
la mediación de las personas. Y como dice el numeral 2008 del catecismo católico:
“El mérito de hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de lo que Dios ha
dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción
paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El impulsa, y el libre obrar del
hombre es lo segundo, en cuanto que este colabora, de suerte que los méritos de
las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al
fiel, seguidamente”.
Avivar la fe, el dar de
comer al hambriento y de beber al sediento, o contribuir en otros aspectos, asÃ
el ser humano muestra compasión y amor por el prójimo y encamina al Reino,
contribuye al bienestar y a la salvación de todos, porque como dice el Papa Francisco:
“Nadie se salva solo”.
En cuanto a la colaboración
que Dios requiere de nosotros para salvarnos, el numeral 1987 del Catecismo
dice que es la renuncia y el morir al pecado, vivir la fe, y renovación y
santificación del interior del hombre.
La justificación establece
la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del
hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la palabra de Dios que lo
invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del EspÃritu
Santo que lo previene y lo custodia.
Basta abandonarse en las
manos de Dios cual recién nacido en el regazo de sus progenitores. La libre
iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al
hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y
amarle.
Dios nos ilumina para que
nosotros aportemos en la salvación. Nos impulsa a la fe y suscita en nosotros
la decisión de proporcionar una cuota de trabajo hacia la salvación, que es
dejar la vida del hombre viejo, rancio, pecaminoso, y asà colaboramos para
poseer el único y gran tesoro.
Nadie se salva solo.
Tenemos que actuar favorablemente en nuestra salvación. Hemos de diligenciar el
logro del tesoro escondido y hallado para obtenerlo, o para lograr la perla
valiosa que encuentra el comerciante y vende lo que tiene para obtenerla como
una expresión metafórica referente al gran tesoro que nos llene de gozo, alegrÃa
y felicidad. Es una coyuntura apropiada para que cada persona, todos, nos
preguntemos si estamos haciendo lo necesario, saliendo voluntariamente del
hombre viejo y defectuoso, voluptuoso y débil, para disfrutar del tesoro que es
Cristo mismo, su Evangelio: La salvación.
Examinemos nuestro rol
activo o pasivo que elegimos como cristianos, y si nuestro corazón arde de
deseo de vivir en la presencia de Dios y si reconocemos ahà el Reino, el
Tesoro, la vida misma.
Ante la vorágine, la
turbulencia, que provoca una vida sin horizonte, sin propósito definido, etérea
como las dispersas nubes que se diluyen en el espacio abierto y sombrÃo, es
decir, sin Dios, buscando inútilmente placeres efÃmeros y voluptuosos la
satisfacción existencial, se caerÃa en un vacÃo que, dejando todo eso a un lado
y llenándonos, y aceptando el amor del Todopoderoso, comenzamos a disfrutar
plena alegrÃa y el inconmensurable gozo de la divina fuente del amor.
El Señor siempre presenta
una invitación abierta a la conversión. Lo importante es colaborar aceptándola
y, asÃ, llenarnos de su gracia, de fe, y empaparnos de su amor.
La luz, la gracia que Dios
nos da es personal, debemos cuidarla. No es traspasable. Aunque si estamos
llamados a compartirla con los demás con altruismo. Pues como dice el Papa Francisco:
“Nadie se salva solo”.
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