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    jueves, 19 de agosto de 2021

    Nadie se salva solo (Mensaje del Papa)


    Evangelización | Lic. Pedro B. Grullón Torres/ADH

     


    Nadie se salva solo

    (Mensaje del Papa)

     

    El presente aporte constituye una reflexión en torno al mensaje del Papa Francisco. Es una invitación a realizar y procurar la búsqueda de la promesa celestial.  Es un seguimiento constante de la palabra de salvación. Esto debe manifestarse en las diferentes circunstancias de nuestra vida.

     

    Tanto en los momentos de adversidad como en los alegres, en cada ocasión en que todo sale bien, en toda circunstancia, hemos de salir al encuentro de Dios, es decir, hacia nuestra salvación.

     

    El Señor da a todos libre albedrio y el camino de la dirección dirigida al regazo de El. Muchos, dejados seducir por las tentaciones malignas, se van, eligen lo placentero del momento, lo efímero, y dan la espalda a los verdaderos valores del Reino. Ese no sería buen uso del libre albedrio.

     

    En su cruz estamos salvados; y esa es la decisión segura, única, obligada para colaborar en nuestra salvación y también servir de palanca a la salvación de los demás. Y como dice el Papa Francisco: “No somos autosuficientes, solos nos hundimos”.

     

    Es oportuno reflexionar acerca de los episodios y circunstancias en la vida de cada uno para evaluar en torno a los diferentes momentos y como hemos actuado y podremos actuar en consonancia con las exigencias de la Promesa. Señala el Papa Francisco: “Somos más resilientes cuando trabajamos juntos”.


    Jesús nos ofrece felicidad eterna, esa es la promesa, y eso es inmensamente más que la Copa Mundial o que la Serie Mundial de Beisbol o de cualquier otro evento. Es algo sin fin, gozo perpetuo.

     

    Dios nos ha dado libre albedrio y requiere de cada humano su contribución o búsqueda de salvación. La salvación o el milagro va acompañado del aporte humano, por ejemplo, en (Jn 6, 1-15), el Señor multiplicó los panes, pero uso el aporte de una persona que le presento como colaboración cinco panes y dos peces para compartir con los demás. Esa muestra fue mediadora para el inicio del milagro, y así comió la multitud hambrienta.

     

    En Mateo 25, en el caso de las mujeres prudentes y no prudentes, estas últimas fallaron en su aporte. También en la distribución de los talentos, quien recibió menos no hizo nada y fue rechazado. Cada uno debe ser capaz, y hacer lo posible para ponerse al encuentro con el amado.

     

    En cuanto a la colaboración para la salvación de todos, en Mateo 18 dice que una manera de contribuir en la salvación es cuando Jesús dijo: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a solas. Si te hace caso, has salvado a un hermano. Si no te hace caso llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.  Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano”. Esto equivale a decir que se le ha dado la oportunidad y la rechaza.

     

    Otra mediación fue de la persona de Baal-Salisa (Reyes 4, 42-44) cuando presento los 20 panes de las primicias a Eliseo, y este insistió: “Dáselos a comer a la gente, y comieron las cien personas.

     

    De la misma manera que el aporte de pan fue motivador para la multiplicación, para la obra milagrosa, así el trabajo de cada persona ayuda como colaboración en la salvación. Dios parte de dos, de veinte, de cinco panes, pero ha querido partir de algo, pues quiere la mediación de las personas. Y como dice el numeral 2008 del catecismo católico: “El mérito de hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de lo que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que El impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que este colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente”.

     

    Avivar la fe, el dar de comer al hambriento y de beber al sediento, o contribuir en otros aspectos, así el ser humano muestra compasión y amor por el prójimo y encamina al Reino, contribuye al bienestar y a la salvación de todos, porque como dice el Papa Francisco: “Nadie se salva solo”.

     

    En cuanto a la colaboración que Dios requiere de nosotros para salvarnos, el numeral 1987 del Catecismo dice que es la renuncia y el morir al pecado, vivir la fe, y renovación y santificación del interior del hombre.

     

    La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo custodia.

     

    Basta abandonarse en las manos de Dios cual recién nacido en el regazo de sus progenitores. La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle.

    Dios nos ilumina para que nosotros aportemos en la salvación. Nos impulsa a la fe y suscita en nosotros la decisión de proporcionar una cuota de trabajo hacia la salvación, que es dejar la vida del hombre viejo, rancio, pecaminoso, y así colaboramos para poseer el único y gran tesoro.

     

    Nadie se salva solo. Tenemos que actuar favorablemente en nuestra salvación. Hemos de diligenciar el logro del tesoro escondido y hallado para obtenerlo, o para lograr la perla valiosa que encuentra el comerciante y vende lo que tiene para obtenerla como una expresión metafórica referente al gran tesoro que nos llene de gozo, alegría y felicidad. Es una coyuntura apropiada para que cada persona, todos, nos preguntemos si estamos haciendo lo necesario, saliendo voluntariamente del hombre viejo y defectuoso, voluptuoso y débil, para disfrutar del tesoro que es Cristo mismo, su Evangelio: La salvación.

     

    Examinemos nuestro rol activo o pasivo que elegimos como cristianos, y si nuestro corazón arde de deseo de vivir en la presencia de Dios y si reconocemos ahí el Reino, el Tesoro, la vida misma.

     

    Ante la vorágine, la turbulencia, que provoca una vida sin horizonte, sin propósito definido, etérea como las dispersas nubes que se diluyen en el espacio abierto y sombrío, es decir, sin Dios, buscando inútilmente placeres efímeros y voluptuosos la satisfacción existencial, se caería en un vacío que, dejando todo eso a un lado y llenándonos, y aceptando el amor del Todopoderoso, comenzamos a disfrutar plena alegría y el inconmensurable gozo de la divina fuente del amor.

     

    El Señor siempre presenta una invitación abierta a la conversión. Lo importante es colaborar aceptándola y, así, llenarnos de su gracia, de fe, y empaparnos de su amor.


    La luz, la gracia que Dios nos da es personal, debemos cuidarla. No es traspasable. Aunque si estamos llamados a compartirla con los demás con altruismo. Pues como dice el Papa Francisco: “Nadie se salva solo”.



     

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