Santos para Hoy | P. Domingo Vásquez Morales
Alfonso María de Ligorio: fundador
de los Misioneros Redentoristas
San Alfonso, tu sueño sigue vivo
Nos encontramos en el año 1696, de nuestra era, el
27 de septiembre, día dedicado a los gloriosos mártires Cosme y Damián, nace
Alfonso de Ligori, en Nápoles (Italia).
Sus padres fueron: José De Ligorio (un noble oficial de la marina) y de
la noble Ana De Cavalieri. El hombre
tuvo un destino fuera de serie. Nacido
en la nobleza napolitana e hijo de militar, alumno superdotado, atraído por la
música, la pintura el dibujo, la arquitectura. Su nombre viene de dos raíces
germánicas: addal, hombre de noble origen, y funs, pronto al combate. Alfonso era noble por nacimiento, sí: pero
mucho mejor, caballero de Cristo, siempre pronto y en la brecha para los
combates de Dios...
Alfonso fue un hombre de una personalidad
extraordinaria: noble y abogado; pintor y músico; poeta y escritor; obispo y
amigo de los pobres; fundador y superior general de su congregación; misionero
popular y confesor lleno de unción; santo y doctor de la Iglesia.
Hay que admirar los múltiples talentos que tenía
Alfonso y la fuerza creadora que poseía.
A los 12 años era estudiante universitario y a los 16, era doctor en
derecho, es decir, abogado. Como
misionero popular y superior general de su Congregación y obispo, llevó a cabo
una gran labor, a pesar de su delicada salud.
Desde los 47 a los 83 años de su vida, publicó más o menos 3 libros por
año.
En su vida particular Alfonso vivió actitudes que
podemos interpretar como protesta frente a la corrupción de su medio
ambiente. Con su estilo de vida ejerció
una fuerte crítica de su tiempo y de su sociedad.
Alfonso María de Ligorio, en un
sistema de profundas diferencias de clase renunció a los privilegios de la
nobleza y a sus derechos de ser primogénito, es decir, primer hijo.
A finales de julio de 1723, en un día de calor
intenso y pegajoso, Alfonso se dirige al Palacio de Justicia de Nápoles. Se celebrará el juicio más sonado del reino
entre dos familias: los Médici y los Orsini.
Las dos familias quieren para sí la propiedad del feudo de
Amatrice. Estaba en juego una gran
cantidad de dinero.
Alfonso es un joven abogado, de 26 años de edad.
Los Orsini lo han elegido para su defensa por una sola razón: es competente y
ha ganado todas las causas.
Se ha preparado muy bien, ante el tribunal
defiende la causa con maestría. Está
seguro que defiende la justicia. A pesar
de eso, Alfonso es derrotado, pero se da cuenta que el origen de esta sentencia
está en las maquinaciones políticas e intrigas políticas (cosas desconocidas
para nosotros hoy).
Como herido por rayo, el abogado de manos limpias
queda por un momento estupefacto.
Después rojo de cólera, lleno de vergüenza por la toga que lleva, se
retira de la sala de justicia, profundamente desilusionado, sus palabras de
despedidas quedaron para la historia: “¡Mundo, te conozco!... ¡Adiós,
tribunales!”. No vive este
acontecimiento, decisivo en su vida, desde la agresividad y la frustración, al
contrario, los asume como fecundidad, siembra y profundización interior, se
retira, eso sí lo tiene muy claro. Y al
hacerlo toma una opción personal radical: se niega a la corrupción, rechaza que
el hombre se realice manipulando o dejándose manipular y elige una forma nueva
de libertad y liberación, el seguimiento de Jesús.
Profundamente conmovido Alfonso se va a visitar a
sus amigos, los enfermos del “Hospital de los incurables”. Mientras atendía a
los enfermos se ve a sí mismo en medio de una grata luz... Parece escuchar una
sacudida del gran edificio y cree oír en su interior una voz que le llama
personalmente desde el pobre: “Alfonso, deja todas las cosas ven y sígueme”.
Tras la renuncia de los tribunales, Alfonso
estudia unos años de teología y recibe el sacerdocio el 21 de diciembre de
1726, en la Catedral de Nápoles, tenía 30 años de edad. Se hace sacerdote en contra de los deseos de
un padre autoritario, como don José, con asombro lo descubre muy pronto en los
barrios marginados evangelizando a los analfabetos con sorprendentes
predicaciones
En una de sus muchas misiones Alfonso cae
enfermo. Ante la gravedad de la
situación, los médicos intervienen y le exigen un largo descanso en la
sierra. Elige la zona de Amalfi, costera
y montañosa a la vez. Fue con un grupo
de amigos. Quiere aprovechar el descanso
para vivir intensamente la amistad y la oración en común.
Cerca de Amalfi está Scala, un lugar precioso a
medio camino entre la playa y la altura de la sierra. Más arriba de Scala, está Santa María de los
Montes, una pequeña ermita. A Alfonso le
gustó. Era bueno compartir la amistad y
la oración en casa de María de Nazaret.
Alfonso y sus amigos se ven sorprendidos por los
pastores y cabreros que vienen a pedirles la palabra de Dios. Es el momento clave en la vida de
Alfonso. Ahora más que nunca descubre,
de verdad que el Evangelio pertenece a los pobres y que ellos lo reclaman como
suyo. Y decide quedarse con ellos para
dárselo a tiempo completo.
Nos encontramos en el año 1730
Alfonso decide por primera vez, reunir una
comunidad consagrada a la misión de los más pobres. En los primeros días de noviembre de 1732
Alfonso deja definitivamente la ciudad de Nápoles y en burro parte para Scala
para reunirse con su primer grupo de compañeros, quienes habrán de ser los
Redentoristas. Son unos días de intensa
oración y contemplación. Sabe que la
redención abundante y generosa es un don gratuito y se abre a él en
disponibilidad plena.
El día 9 de noviembre de 1732 nace la congregación
misionera del Santísimo Redentor, mejor conocido como los Misioneros
Redentoristas. No es fácil fundar una
congregación religiosa en el reino de Nápoles en el siglo XVIII. Hay muchos diocesanos y religiosos y muchos
conventos en este país pobre y mal administrado
Desde el 9 de noviembre de 1732 hasta la Pascua de
1762, cuando es nombrado obispo, pasan 30 años felices en la vida de Alfonso
dedicado a la misión, la dirección de su grupo y a la publicación de sus obras.
Alfonso muere en Pagani, el día 1 de agosto de
1787, a la hora del ángelus. Tenía más
de 90 años. Fue beatificado en 1816,
canonizado en 1831 y proclamado doctor de la Iglesia en 1871.
Alfonso solía decir que la vida de los sanos es
Evangelio vivido. Esto se lo podemos
aplicar a él mismo. Sus ejemplos
inquietan y arrastran. ¡A veces nos
asusta enfrentarnos a un hombre como éste, que era capaz de vivir tan
radicalmente el Evangelio!
Hoy, los Misioneros Redentoristas, continuamos
anunciando el misterio gozoso de la redención abundante y generosa en toda la
Iglesia. Los redentoristas, como
Alfonso, no somos propagandistas de una doctrina, somos testigos de Cristo que
viene al encuentro de la humanidad.
Sus seguidores
Alfonso murió. Su sueño, sin embargo, continúa
vivo en la vida de sus seguidores. Especialmente debido a la labor de Clemente
María Hofbauer, los redentoristas se esparcen por el mundo entero. En ellos, el
Redentor continúa derramando vida en el corazón de los que no cuentan para el
mundo y en el de los abandonados. La Congregación del Santísimo Redentor es
lugar y presencia donde Jesús prosigue su misión: “He sido enviado a
evangelizar a los pobres”.
¿Dónde estamos presentes? ¡En cerca de setenta y
cinco países!
Somos un pueblo de muchas lenguas y de culturas
diferentes.
Una cosa, sin embargo, nos une: la evangelización
de los pobres abandonados.
¡Alfonso!, ¡Gracias por tu vida, por tu sueño, por
tu horizonte de tan amplias miras! En nombre de los pobres abandonados,
¡Gracias de corazón!
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