Espiritualidad | Xabier Pikaza/RD
El evangelio de
María: Rosario y Pilar, un tema ecuménico
Desde tiempos muy antiguos María
ha realizado una función significativa en la visión del cristianismo. Sin
embargo, a consecuencia de diversas evoluciones y rupturas eclesiales, su
figura ha recibido interpretaciones distintas, y a veces enfrentadas.
Pues bien, pienso que ha llegado el momento en el que puede y debe recuperarse el diálogo en torno a la María, como judía, madre de Jesús y creyente de la Iglesia. Por eso es bueno insistir en la diferencia y conexiones entre las tradiciones teológicas de la Iglesia moderna (protestante, ortodoxa y católica).
1. Tradición Protestante
Esa tradición ha protestado en contra de
los posibles excesos de una veneración mariana, procedente del Medievo.
Presentando a María como mediadora entre el hombre y Dios, los cristianos
medievales podían haber corrido el riesgo de convertirlaen sustituto de Jesús o
del Espíritu santo. Desde ese fondo se entiende la visión protestante.
‒ Solus
Christus. Frente a los
intermediarios, figuras salvadoras y ritos de la Iglesia precedente, el
protestantismo se ha fijado sólo en Cristo. Según 1 Cor 1,18s, Dios parece
estar lejano y nunca puede ser actualizado por leyes y figuras humanas sobre el
mundo. Es Dios de juicio y nadie puede reflejar o descubrir su rostro.
Sólo la cruz de Jesucristo manifiesta su verdad, como imagen de juicio y de perdón, de muerte y esperanza en medio del pecado de la tierra. Desde ese radical cristocentrismo estaurológico (de la cruz) se reduce la importancia de María. Ella puede haber sido una buena mujer pero nunca es la expresión de lo divino. Dios no se desvela en el enigma bondadoso de su fecundidad materna sino en la entrega, abandono y sacrificio de Jesús sobre el Calvario.
‒ Sola Scriptura. Frente a la tradición y reinterpretaciones, en parte marianas, de la Iglesia postapostólica, el protestantismo apela a la verdad sagrada de la Biblia, convirtiéndola paradójicamente en una especie de nuevo intermediario (símbolo o icono) de Dios para los hombres. Este dato resulta significativo y quiero resaltarlo. Los católicos habrían concebido a María como intérprete (alguna vez sustitutivo) de Jesús, el Cristo.
Los protestantes parecen atribuir esa función a la Escritura: ella es Palabra de Dios expandida que se escucha y venera, se obedece y actualiza. En el lugar privilegiado donde actúa y se refleja el Espíritu de Dios los católicos han visto una persona: ella es María, una expresión de gracia de Dios sobre la tierra. Por el contrario, el lugar y concreción de esa gracia parece ser en las iglesias protestantes la palabra de exigencia, de recuerdo y compromiso de la Biblia.
‒ Sola fides. La Iglesia antigua y los católicos modernos han marcado la importancia de la fe. Pero han añadido algo importante: la fe puede encarnarse en una vida, en una forma de existencia que se vuelve transparente a la presencia radical de lo divino, como ha sucedido en el caso de María. Por eso, ella aparece como signo de la fe vivida en radicalidad. Lo que interesa es la persona total y transformada del creyente y no el camino de la fe entendida de manera general. En contra de eso, y desconfiando de todas las posibles realizaciones de los hombres (de sus méritos), el protestantismo ha decidido resaltar la fe de una manera exclusivista.
Eso significa que en el fondo no hay lugar para una Iglesia segura de sí misma, como expresión del poder de Dios, de un Cristo poderoso... Sólo puede apelarse a la fe en el Cristo. De esa forma, la figura de María pierde su importancia.
‒ Simul justus et peccator. El protestantismo sabe que el hombre pecador y justo al mismo tiempo. Eso lo sabía la Iglesia anterior, pero ella añadía que la gracia es poderosa por encima del pecado, de tal forma que puede hacer al hombre dignó del misterio. Pues bien, el protestantismo sigue otro camino. Tiene la impresión de que ser hombre es por sí mismo «vivir en el pecado». Nunca hay gracia pura. Lo que existe es sólo perdón en la caída, bendición de Dios sobre una vida que en sí misma sigue siendo maldita. También María vive en esa situación. Ella ha podido ser fiel, pero nunca ha dejado de ser radicalmente pecadora.
Hay muchas variantes, cientos de matices, pero, en general, la visión del protestantismo se puede resumir en estas notas. Sólo Cristo es redentor y por lo tanto María no le puede ayudar en su misterio, ni puede completar su sacrificio; le basta con oír la voz de Dios y ser creyente. Sólo la Escritura actualiza la gracia de Jesús, como palabra que invita a conversión, al cambio de la vida; María no puede ocupar en modo alguno el lugar de esa palabra escrita o predicada; ella sigue siendo una mujer que escucha.
Por eso, la alabanza que podemos
dirigirle es esta: ella es creyente y es modelo por su fe y por su esperanza. Desde esta perspectiva ha escrito K.
Barth: «María pertenece a la humanidad, representa al ser humano ante Dios, al
ser humano que tiene necesidad de la gracia y que recibe la gracia... Si hay
alguien que sea de los nuestros, del todo cerca, implicado en lo más pro-fundo
de la miseria humana y de la promesa divina, es sin duda María... Ella es la
imagen del creyente que reconoce la fidelidad de Dios».
Esa radicalidad protestante ofrece un
elemento positivo: el interés por situar a María en el campo de lo humano, la
exigencia de incluirla en nuestra historia de pequeñez y gracia. Sin embargo, a
causa de su fijación hamartiológica, por razón de su insistencia en el pecado radical
del hombre, la reforma protestante ha perdido en parte la capacidad de celebrar
lo que supone la presencia transformante de Dios en una creatura, en la persona
humana de María.
María es creatura vinculada de un modo
especial a Dios y no Dios humanado. Ella pertenece al mundo, es creatura como
nosotros, pero en razón de su cercanía respecto de Jesús y de su fidelidad a la
acción del Espíritu aparece ante muchos cristianos como signo del misterio. Por
eso la podemos admirar, la veneramos y aclamamos, gozando de la salvación que
en ella ha realizado Dios entre los hombres. Por no fijarse en eso, los
protestantes han prescindido en gran parte de la figura de María. Pienso que
por ello no ha ganado su vivencia de Jesús y su visión del cristianismo como misterio
de fe.
2. Tradición ortodoxa. Línea sofiánica
Resulta arriesgado condensar los
principios de una tradición mariana tan rica como la ortodoxa. Por eso,
prescindiendo de otras perspectivas, destacaré la visión sofiánica,
representada básicamente por S. Boulgakov, que presenta a Maria como un signo
privilegiado del Espíritu de Cristo. Su presupuesto mariológico es la doctrina
trinitaria.
Suele decirse que los católicos han dado
primacía al Logos, afirmando que el Espíritu deriva no sólo del Padre sino
también del Hijo (Filioque). En esa línea, ellos pueden situar al
Espíritu santo en un segundo plano, atribuyendo la historia salvadora (Iglesia,
gracia, sacramentos) casi exclusiva-mente a Cristo. Por eso, María queda
vinculada a Cristo, el Hijo. Pues bien, los ortodoxos se sitúan de manera
diferente ante el misterio: rechazando con tenacidad el Filioque, han
querido resaltar la autonomía y valor del Espíritu, tanto en relación a Dios
como en su acción dentro de la Iglesia.
Con fórmula antigua, ellos afirman que
«dos manos tiene el Padre», son el Hijo y el Espíritu que forman la «Sophia» o
expresión eterna, intratrinitaria, del misterio. Lógicamente, habrá dos signos
o caminos de presencia divina sobre el mundo: a través de la encarnación el
Hijo asume la naturaleza humana y la convierte en lugar de su presencia en
nuestra historia, encarnándose personal-mente en un individuo humano (Jesús); a
través de la efusión pneumática el Espíritu de Dios se hace
igualmente presente sobre el mundo. El Espíritu santo no asume a un hombre
particular, introduciéndole en el misterio de la persona eterna, sino que
diviniza o espiritualiza al conjunto de los hombres para que ellos puedan
realizarse plenamente, como personas humanas. De esa forma, la Iglesia y sus
miembros más excelsos son reflejo o transparencia del Espíritu en la historia.
Las dos misiones trinitarias van unidas.
El Hijo se encarna para infundir su Espíritu sobre los hombres. El Espíritu se
efunde para fundar y expandir la encarnación del Hijo. Pues bien, las dos personas
forman, dentro del misterio trinitario, la unidad sofiánica que es base de todo
el pensamiento teológico de S. Boulgakov.
Desde ese fondo, la figura de María viene a interpretarse como expresión de la presencia del Espíritu. Ciertamente, ella es madre de Jesús, pero eso no define su ser más radical, como persona santa. Lo que fundamenta su valor como persona y como santa es el hecho de que en ella se refleja permanente el Espíritu divino. Por eso es pneumatófora. Frente al pesimismo protestante que identifica creatura humana y pecado hallamos aquí el más grande optimismo espiritual: una persona humana, pura creatura, viene a convertirse en lugar de presencia y signo transparente del poder de Dios y de su santo Pneuma.
María realiza la idea originaria de la
creación, y en ella se vinculan la Sabiduría de Dios que se auto-ofrece y la sabiduría
del mundo que busca su plenitud. Eso significa que el Espíritu santo se vuelve
transparente en su persona humana.Este misterio nos sitúa en el mismo centro de
la revelación de Dios. a) El Hijo se encarna como persona
divina, suscitando o asumiendo una naturaleza humana. b) Para hacer eso
posible, el Espíritu de Dios se expresa en la persona y vida
humana de María que «concibe al Hijo porque en ella y sobre ella reposa el
Espíritu santo».
El que se encarna es el Hijo de Dios y lo hace en Jesús.
Pero el que encarna es el Espíritu, que desciende de manera
personal sobre María, convirtiéndola en manifestación del cielo sobre el mundo.
Ella recibe así la forma de la «dei-maternidad»: por medio del Espíritu, ella
misma se sofianiza, apareciendo como instrumento o lugar de actuación y
presencia del Espíritu de Dios.Para que Jesús pueda nacer como Hijo de Dios
sobre la tierra es necesario que María tenga (y le transmita) una humanidad
hipostática, es decir, transfigurada desde dentro de la Sofia de Dios.
Por eso, el icono o presencia plena de Dios sobre la tierra no es el Cristo aislado sino Cristo con María. La Madre, que es la Virgen María, es imagen del Espíritu, pneumatófora por excelencia. No es encarnación del Espíritu, pero es su «revelación hipostática»: para actuar plenamente sobre el mundo, el Espíritu de Dios hace surgir sobre la historia una persona transparente a su misterio, la Virgen María. Por su parte, el Hijo, siendo imagen humana del Logos, es el mismo Logos encarnado: la persona eterna del Hijo de Dios que nace y muere en nuestra historia. Unidos ambos, la Madre con el Hijo, forman la revelación completa del misterio de Dios Padre.
La Santísima Virgen no es una
encarnación del Espíritu, pero ella deviene receptáculo animado y personal del
Espíritu, Mujer Teófora. No hay encarnación pneumática, pero puede haber
una teomorfia hipostática: una hipóstasis creada se entrega
enteramente en manos del Espíritu santo, fundiéndose en el Espíritu, por así
decirlo. En virtud de esta transparencia, de esta perfecta interpenetración,
ella deviene heterógena a sí misma, es decir, deificada. Ella
es una creatura enteramente impregnada por la gracia, «arca animada de Dios»,
es un viviente «templo consagrado».
Esta persona pneumatóforase
distingue radicalmente de Dios-Hombre, porque es creatura. Pero difiere de las
creaturas, porque está exaltada y puesta en comunión con la vida divina. Ella
es la imagen humana de Dios por el Espíritu. En esa línea, el ser
humano de la Madre de Dios en el cielo y el Dios-Hombre Jesús expresan juntos,
en su unidad, la imagen completa del hombre. El icono de la Madre de
Dios con el Niño, la imagen del Logos encarnado y de María llena del
Espíritu santo constituyen por su unidad y su indivisibilidad, la imagen
perfecta del ser humano. El Dios-Hombre y la Pneumatófora, el Hijo y
la Madre, son la revelación del Padre, expresión de la Segunda y la Tercera
Hipóstasis. Ellos expresan así así la plenitud de la imagen de Dios en el
hombre y del hombre en Dios.
Dejemos así el tema, en su abismal
profundidad: el Verbo y el Espíritu, unidos en Dios como Sophia eterna,
se vinculan en el tiempo por Jesús y por María. Ciertamente, el pensamiento de
Boulgakov podría ser clarificado en algún punto, pero nos enseña algo importante:
la conformación femenina (mariana) del Espíritu y la radicalidad pneumática de
María. El Espíritu refleja y realiza por María el misterio de su maternidad.
Cristo es una misma persona en dos naturalezas. María, en cambio, tiene una
persona humana; pero es tan profunda y transparente que ella viene a ser
reflejo de la misma persona-naturaleza eterna del Espíritu de Dios.
Eudokimov ha explicitado esta visión de
Boulgakov postura en vertiente femenina, mostrando al Espíritu como «maternidad
hipostática de Dios». El Espíritu Santo viene reflejarse de tal forma en la
existencia y persona de María que por ella hace surgir al Cristo.De esa forma
se manifiesta el misterio de la fecundidad original de Dios: el Padre es el
principio sin principio y de su seno brotan, en mutua implicación y causalidad
recíproca, el Hijo y el Espíritu: brota el Hijo en el Espíritu, proviene el
Espíritu a través del Hijo. Pues bien, esto mismo es lo que viene a reflejarse
y realizarse en la historia: sólo porque es imagen y presencia del Espíritu,
María puede ser madre del Cristo, el Hijo de Dios en forma humana.
3. Una tradición católica. María y Cristo, único principio salvador
Presentaré la línea dominante en los
años que precedieron al Vaticano II, entre el 1940 y el 1965, pues ella ofrece
unos puntos de referencia muy valiosos para avanzar en el camino de catolicidad, en diálogo con las restantes
confesiones cristianas. El aspecto más saliente de la mariología católica era
entonces un tipo de riguroso cristocentrismo. Dios se revela fundamental-mente
en el Hijo, Jesucristo. El Espíritu queda un poco en el trasfondo, como
derivado y secundario, oscurecido por la institución eclesial, el culto
eucarístico y la devoción mariana. Lógicamente, para que María reciba una
función salvadora ha de encontrarse asociada a Jesucristo. Si Cristo es
redentor, ella será corredentora. Si Cristo mediador, ella mediadora.
‒ Ésta es la
visión que ha desarrollado P. Sánchez Céspedes.Cristo y María forman a su juicio un
principio misterioso, arcano y eficaz de acción salvadora, que se explicita en
los diversos campos de la causalidad. En plano de eficiencia, Dios
ha vinculado a Cristo con María desde el principio de su decreto salvador, a
fin de que ambos sean una fuente de gracia redentora. Los dos se han vinculado
en su finalidad, pues buscan la misma salvación del hombre.
Son dos agentes distintos, pero se han unido para
realizar una misma acción. «Jesucristo redentor redime en
calidad de Cabeza constituida del género humano. La Virgen
corredentora en calidad de Madre». Así como Eva ha cooperado
con Adán en el surgimiento de la vida natural para los hombres, María coopera
con Jesús para que surja la vida de la gracia.
‒ En
esta línea avanza Enrique Llamas (= del Sagrado Corazón), en una obra
titulada Cristo y María, único principio de salvación. A su
juicio del autor, el mismo título de su libro (Cristo y María, único principio
de salvación) constituyen la fórmula más honda del misterio de María, al lugar
del verdadero problema mariológico. Esa fórmula presenta gran interés porque
está pensada como reacción consciente y directa en contra del protestantismo. «Los
protestantes quieren que se acepte su teoría del cristomonismo doctrinal y
religioso. La fórmula Christus totus - Christus solus nos
daría la mano a todos los cristianos y nos uniría en un mismo signo como lema y
distintivo de la misma fe. Nuestra fórmula es directamente contraria a esa
concepción de la soteriología pero no a la fe de la Iglesia. En ella no
constituimos dos principios de salvación sino un único principio: Cristo-María.
Pero a María no le concedemos la categoría de diosa, como falsa y erróneamente
afirmaba Lutero. Es una pura creatura, elevada por voluntad divina a la
categoría de corredentora, de forma parecida (a) como la humanidad de Cristo,
por su unión substancial con la persona del Verbo, es instrumento de
santificación».
Esto significa que «María ha colaborado
con Cristo inmediata y eficazmente a la obra de la redención y constituye un
solo principio de salvación con él y por disposición de Dios».
«Cristo y María han tenido una
eficiencia real en la redención de los hombres. Y esto no como dos causas
distintas sino como una sola causa de orden sobrenatural». Ciertamente, Cristo
es causa principal y María un instrumento; pero ambos intervienen como un único
principio, los dos son necesarios y eficaces. Aquí se mueve (¿se movía?) el
problema mariológico en los años que preceden al Vaticano II. Existía en
numerosos ambientes la tendencia a definir como dogmática la mediación y/o
corredención mariana. «La cuestión está, al parecer, doctrinalmente resuelta (=
en favor de la definición). Pero nosotros quisiéramos insinuar si no sería más
oportuno universalizarla, remontándonos al fundamento o a la raíz de toda
corredención y mediación espiritual de María. Tal fundamento puede ser: o la
comunidad de estado Cristo-María o la constitución de un único principio
soteriológico, en la forma en que nosotros entendemos la fórmula».
Los protestantes, a partir de su monocristismo, centrados
en el sola fides, han visto en María un modelo profundo de
creyente. Su actitud nos parece positiva, por fundarse en la fe de María, pero
acaba resultando insuficiente: no logra penetrar en el valor simbólico y real
de María como cristiana. En función de su misma vivencia trinitaria, los ortodoxosde
tendencia sofiánica han podido venerar a María como icono, signo del Espíritu;
su postura resulta es muy valiosa, pero se debe completar, en una perspectiva
más católica, es decir, más universal.
Nueva búsqueda católica
En los últimos 60 años, desde el final
del Vaticano II, la Iglesia católica ha experimentado un fuerte corrimiento
mariológico, que ha de verse desde el conjunto de la teología y de la vida de
la Iglesia. Algunos católicos han abandonado gran parte de su mariología
tradicional, viniendo a quedar así “desubicados”, es decir, perdiendo
una referencia que antes había sido fundamental para la Iglesia.
Algunos, quizá por miedo, han vuelto a
lo antiguo y conservan sin más las posturas tradicionales, queriendo a veces
acaparar como algo propio (como si fuera sólo de ellos) la figura de María.
Pero hay otros que, tras un cierto momento de crisis o nerviosismo, empiezan a
explorar caminos nuevos de búsqueda y reflexión mariológica, partiendo del
Vaticano II, dialogando con el protestantismo y, de un modo especial, con la
ortodoxia, desde la nueva perspectiva de la Iglesia y, en especial, desde un
conocimiento más profundo de la Biblia.
En esa última línea he querido y quiero
situarme, especialmente al iniciar unas reflexiones que serán de tipo bíblico
más teológico. En este contexto he querido empezar destacando tres
rasgos que siguen fundándose en lo que ya he dicho ya en las partes anteriores
(de tipo bíblico) y que deben completarse desde una visión de conjunto de la
Iglesia.
‒ Unión
de la Trinidad económica e inmanente. El Hijo de Dios resulta
inseparable de Jesús y de su historia. Por eso, conforme al principio de la
encarnación, no podemos hablar de Dios, de su proceso y vida interna, sin
estarnos refiriendo a Cristo. En esa línea, la encarnación de Dios en Cristo se
halla internamente vinculada a la presencia y obra del Espíritu en la Iglesia,
cuya revelación constituye un momento esencial de la experiencia cristiana. En
ese contexto situamos la figura de María.
‒ Por
eso, la vida y figura de María ha de entenderse desde el interior de Dios (y
desde el despliegue de la revelación de Dios en Cristo). María no es
un instrumento accesorio que la Trinidad utiliza un momento para reflejar de
esa manera su vida hacia lo externo. Por “decreto” inefable de Dios, siendo
creatura de la tierra, ella constituye un momento gratuitamente necesario del
despliegue económico de Dios. Esto significa que Dios ha querido realizar
humanamente, por medio de ella, su paternidad eterna. Precisamente siendo
creatura, ella ha penetrado en el nudo misterioso de la fecundidad trinitaria.
‒ Insisto
finalmente en la condición femenina y materna de María, queviene a
presentarse, al menos en un primer momento, como signo del misterio. Por una
larga educación patriarcalista, habíamos concedido primacía al símbolo paterno
y masculino. Pues bien, Dios ofrece también rasgos femeninos: es acogimiento y
ternura, ámbito de fecundidad donde la vida emerge desde dentro. Por eso
resaltamos el aspecto femenino de María, aunque después mostremos que ella
adquiere todo su valor no como mujer sino como persona.
En la línea del Vaticano II
El concilio ha significado un gran
despertar pneumatológico y mariano. Son pocos los que hoy se atreverían a
defender sin más las perspectivas antes señaladas de la tradición católica. Sin
dejar de ser «alma socia Christi», compañera o socia de Jesús, María se ha
venido a desvelar como presencia del Espíritu. El cambio de actitud ha sido
silencioso, casi subterráneo, pero extraordinariamente rápido, como una
verdadera revolución. De pronto, sin haberlo programado, después de un período
de ajuste y silencio, muchos teólogos se ha encontrado en otra perspectiva,
viendo las cosas de manera diferente, en actitud de diálogo abierto en varias
líneas.
‒ Fundamentación bíblica. Se
dice que es poco lo que la Biblia (NT) dice sobre la Madre de Jesús, pero eso
no es cierto. Bien leído, el NT, especialmente Lucas, Mateo y Juan dicen
mucho sobre la Madre de Jesús, pero hace falta leer bien y saber lo que dicen.
En esa línea nos ayuda (sigue siendo fundamental) la aportación del protestantismo.
- Diálogo con la historia. La
mariología católica ha sentido cierto pudor ante la historia, como una falta de
seguridad, un deseo de que el culto de María hubiera sido diferente y más
intenso, desde el mismo comienzo de la Iglesia. Pues bien, una vez que María se
presenta como signo y transparencia del Espíritu, las cosas se entienden mejor:
el culto mariano se encuentra en relación con el despliegue pneumatológico de
experiencia cristiana y con la inculturación “social” de la Iglesia.
‒ Diálogo
con la ortodoxia. La mariología es campo de encuentro para las
Iglesias de oriente y occidente. Tenemos diferencias sobre la forma de entender
la presencia del Espíritu en la Iglesia, la transformación interior, la
vinculación comunitaria, el ministerio de la jerarquía. Todo eso sigue siendo un
problema. Pero si alcanzamos un acuerdo práctico sobre la función del Espíritu
en María y su valor para la Iglesia habremos logrado un punto de diálogo muy
valioso.
‒ Diálogo
con el protestantismo. Entre la visión de María como simple creyente y
su vinculación corredentora al sacrificio de Cristo parece haber pocos puntos
de contacto. Pero si ponemos a María en el lugar central de la actuación del
Espíritu en la historia de la salvación las cosas cambian. En este plano
podemos insistir en el sentido de María como creyente, de tal forma que su fe
aparezca como campo de presencia del Espíritu. Pienso que el protestantismo
puede estar dispuesto a caminar en esta línea.
‒ Diálogo
con el feminismo. Una de las fallas de la mariología ha consistido en
su dificultad para dialogar con la mujer actual, activa y receptiva, acogedora
y creadora, liberada y liberadora. El viejo signo matriarcal de la mujer con el
niño en brazos, de la joven de belleza inmaculada y rostro transparente, siguen
conservando su valor. Pero se deben completar y transformar desde una visión
actual de la mujer que quiere realizarse a sí misma como persona, en igualdad
con el varón, en creatividad y libertad humana.
Puede haber también un diálogo con la
liberación. Al situarse en
el campo del Espíritu, María se inscribe en el lugar donde la historia se va
creando, en la línea de éxodo, profetismo y mensaje de Jesús abierto al Reino.
De pronto, sin habernos casi percatado, descubrimos a María como signo de
transformación social, de justicia y cambio de estructuras desde el fondo de Lc
1,46-55. Esta capacidad de diálogo mariológico aparece ya en muchos
autores, unos más «tradicionales», otros más renovadores.
Publicado por Religión Digital
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