Reflexión | José Antonio Rosado/RE
Perdón
La
Iglesia hace bien en demostrar que el perdón es necesario. Es una seña de
identidad de todo cristiano pedir perdón de manera sincera e intentar no caer
de nuevo en ese error que pudo dañar a otra persona. El perdón es necesario en
el día a día para cualquier relación, bien sea de pareja, familiar, entre
amigos o compañeros de trabajo incluso entre desconocidos para una sana
convivencia. El perdón sana, ayuda a seguir y restablece la confianza.
Días
atrás salía a la palestra una carta enviada desde Roma a Ciudad de México con
motivo del aniversario de su independencia. En ella, el Santo Padre decía
textualmente:
Para
fortalecer las raíces es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en
cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país.
Esa mirada retrospectiva incluye necesariamente un proceso de purificación de
la memoria, es decir, reconocer los errores cometidos en el pasado, que han
sido muy dolorosos. Por eso, en diversas ocasiones, tantos mis antecesores como
yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas
las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización. En esa misma
perspectiva, tampoco se pueden ignorar las acciones que, en tiempos más
recientes, se cometieron contra el sentimiento religioso cristiano de gran
parte del Pueblo mexicano, provocando con ello un profundo sufrimiento. Pero no
evocamos los dolores del pasado para quedarnos ahí, sino para aprender de ellos
y seguir dando pasos, vistas a sanar las heridas, a cultivar un diálogo abierto
y respetuoso entre las diferencias, y a construir la tan anhelada fraternidad,
priorizando el bien común por encima de los intereses particulares, las
tensiones y los conflictos.
Hacer
una relectura del pasado puede ser peligroso si nos quedamos en su definición
primaria de pensar desde nuestra perspectiva de 2021 cómo debería hacer sido el
año 1500, con cinco siglos de diferencia. Pero el Papa no habla desde esa
perspectiva; apela a evocar ese pasado para aprender de ellos, algo lógico en
cualquier ámbito de la vida en donde haya una brecha de más de quinientos años
de diferencia. En aquella época era normal o al menos se entendía lo que hoy
nos puede parecer una aberración. Del mismo modo que lo que hoy es aceptado
comúnmente, dentro de trescientos años puede ser visto como un auténtico
disparate. No sería justo que nos juzgasen ni que nuestros tataranietos
pidiesen perdón, pero sí que aprendan para no repetir lo que hay hacemos con
nuestro beneplácito. Por lo tanto, ni podemos cambiar la Historia ni tampoco
debemos hacer juicios de ella. Sí en cambio aprender de esos errores. ¿Expulsar
a Colón de nuestras calles y plazas? ¿Denostar a la reina Isabel o al rey
Fernando? ¿Derrumbar estatuas de Fray Junípero o de Fray Francisco de Vitoria?
¿Condenar a España y a la Iglesia? Aquí está el error, al que personas y
entidades muy conocidas contribuyen para colocarnos en trincheras y alejarnos
de la verdad. ¿Quiénes somos nosotros para sentenciar lo que nuestros
semejantes hicieron hace cientos de años? ¿Por qué sólo juzgar eso y no otras
atropelías mucho más cercanas en el tiempo y con auténticos genocidios de por
medio?
Otro
día podremos hablar de la conquista, también de las que protagonizaron los
aztecas con otras culturas previas a ellos o los sacrificios diarios de cientos
de personas impunemente. O de cómo los indígenas fueron protegidos por la
Iglesia y por la Corona ante los abusos que algunos cometieron. O lo que España
y Portugal levantaron en aquel continente y que ha llegado hasta nuestros días.
Pero hoy solo quiero hablar del perdón. De que pedir perdón, tal y como
defiende la Iglesia, es una manera muy efectiva de no volver a caer en la misma
piedra. Y también denunciar lo manipulado que puede llegar a estar todo con tal
de remar para casa intencionadamente con el ánimo de falsear todo a mi antojo.
De lo peligroso que puede ser, en esta época llena de populismo, hablar con el corazón.
De lo altamente censor que está siendo este tiempo y de la intentona de ciertos
sectores por crear nuevos odios a raíz de episodios históricos manipulados.
Revisar la historia desde el presente a nuestro libre albedrío y juzgando es
una cosa y pedir perdón por algunas actitudes alejadas de lo propio para no
caer en la misma piedra es otra muy distinta.
Publicado
por Revista Ecclesia
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