Opinión | Félix
Placer Ugarte, teólogo/RD
"En última instancia
somos humanidad con espiritualidad plural"
Aunque la
sinodalidad expresa una caracterÃstica básica de la Iglesia, no dejó de
sorprender la inesperada llamada del Papa Francisco a un SÃnodo de
obispos con la participación de toda la Iglesia. Desea e invita a que, en
los lugares más sencillos, parroquias y grupos se tome conciencia de lo que
significa e implica caminar juntos. El sÃnodo de la AmazonÃa fue ya una
experiencia de alto valor y realización eficaz de un proceso sinodal con este
estilo.
Escuchar con respeto y
empatÃa, hablar con libertad y honestidad, dialogar con apertura creativa son
actitudes básicas para una Iglesia que quiere ser sinodal y sentirse unida,
participativa con responsabilidad común para realizar su misión
evangelizadora.
Es indudable
que tales actitudes y relaciones son eco fiel del estilo de relación de las
primitiva Iglesia que el Concilio Vaticano II quiso recuperar para el Pueblo de
Dios. Pero también es cierto que en las circunstancias actuales del contexto
eclesial la llamada del Papa a este proceso sinodal ha encontrado
respuestas -hasta ahora, al menos- poco entusiastas y movilizadoras.
Pesa aún la
inercia de siglos de cristiandad cuyo modelo era la Iglesia piramidal. Cuando todavÃa se
mantienen en algunos jerarcas y clérigos estilos directivos y autoritarios,
cuando los nombramientos de obispos se sigue haciendo con procedimientos ajenos
a una participación efectiva de las comunidades cristianas, cuando la mayorÃa
de la Iglesia, que es femenina, está limitada para una plena responsabilidad
eclesial, cuando las estructuras de la Iglesia continúan siendo verticales y
dependientes, no resulta fácil descubrir todo lo que implica la sinodalidad y
ponerla en práctica de manera efectiva. Aunque muchas personas la entiendan, la
convicción de que esto pueda llevarse a cabo está bajo mÃnimos para la mayorÃa.
Si deseamos
motivar y establecer un proceso sinodal en la Iglesia, es necesario afrontar
con valentÃa y audacia sus exigencias y desafÃos para hacer creÃble esta
interpelante llamada que no es solo del Papa. Muchas comunidades de
base y personas la vienen pidiendo y proponiendo desde su experiencia
vivida en sus contextos sencillos y humildes.
Su interpelación
debe llegar, en primer lugar, a una JerarquÃa a la que en bastantes casos se la
ve distante de las realidades que la gente vive, de “sus gozos y
esperanzas, tristezas y angustias…de los pobres y de cuantos sufren”, como
quiso la Constitución pastoral Gaudium et spes del Vaticano II. TodavÃa el
clericalismo, que el Papa tantas veces denuncia, sigue incidiendo en la
relación con los fieles e impide su participación responsable en las
comunidades parroquiales e iglesias locales.
Por tanto,
para un proceso sinodal es necesario y urgente un profundo cambio en la
concepción y forma del ejercicio pastoral. TodavÃa las personas laicas que
se consideran miembros de la Iglesia en sus comunidades, dependen de decisiones
jerárquicas y clericales; no encuentran ni ejercen su plena capacidad de
participación plural en el Pueblo de Dios al que pertenecen de pleno derecho
por el bautismo.
Pero estas
exigencias de la sinodalidad no se afrontarán con honestidad solamente desde el
interior de la misma Iglesia católica. Otras Iglesias cristianas, más
abiertas y participativas, no pueden quedar al margen de este proceso sinodal;
aunque, creo, que esto no está suficientemente considerado ni previsto en el
itinerario marcado. Sin embargo, es sin duda imprescindible para lograr una
nueva relación a fin de caminar juntos en toda la Iglesia ¿Qué testimonio de
sinodalidad puede ofrecer una Iglesia que camina mientras mantiene distancias y
separaciones con otras confesiones cristianas?
La sinodalidad
implica además otra dimensión poco explorada y realizada: la relación
con otras religiones está todavÃa muy lejana y el pluralismo religioso
que dimana de ellas no encuentra su lugar en la Iglesia. A pesar de los deseos,
propuestas y afirmaciones del Vaticano II, según el cual “la Iglesia católica
nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo”, quienes
lo han intentado se han encontrado con un muro de censuras y sospechas, con
recelos y desconfianzas.
Pero
todavÃa es necesario ir más lejos. Cuando se afirma que el EspÃritu
motiva la sinodalidad y es como el viento que “sopla donde quiere: oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va “(Jn 3,8), ¿cómo no considerar en un
proceso sinodal tantas experiencias espirituales donde se abren perspectivas
sorprendentes y renovadoras para la humanidad y la Iglesia?
Es necesario,
por tanto, abrir caminos “hacia un diálogo entre espiritualidades”; asà tÃtulo un trabajo
que va ser publicado estos dÃas, donde intento ofrecer reflexiones y bases para
una ‘sinodalidad mundial’ desde el pluralismo de espiritualidades relacionadas;
en ellas también aletea el EspÃritu que renueva todo lo creado.
En última
instancia somos humanidad cuya humanidad profunda -su
espiritualidad plural- nos apremia a descubrirla en nuestro caminar en una
tierra cuidada, casa de todos, habitada por el EspÃritu, pero donde
enfrentamientos, divisiones, desigualdades, injusticias, odios
internacionalizados impiden que su luz ilumine los caminos de una sinodalidad
plural de justicia y paz.
La
sinodalidad, por tanto, no termina en la Iglesia. Debe abrirse al mundo
para superar la globalización sistémica del poder capitalista, su beneficio
excluyente y su pensamiento único. Es urgente abrir aminos de solidaridad
mundializados desde los pobres y excluidos. La igualdad, la justicia, la
compasión la inclusión, el pluralismo son meta de una auténtica sinodalidad,
“porque si el mensaje cristiano sobre el amor y la justicia no muestra su
eficacia en la acción por la justicia en el mundo, muy difÃcilmente será
creÃble para los hombres de nuestro tiempo” (SÃnodo de Obispos 1971).
En ese dinamismo
plural, que hoy palpamos en muchos esfuerzos solidarios, signo de los
tiempos, está presente el poder del EspÃritu que encamina hacia el Reino de Dios. AhÃ
descubrimos el “dinamismo liberador del Evangelio”, como afirmó el SÃnodo
citado. Las inmensas riquezas de espiritualidades, desde su pluralismo, nos
abren a la esperanza y nos descubren esa atrayente relación que nos une con
personas y pueblos en la diferencia enriquecedora, con la naturaleza y el
cosmos donde todo es interrelación y mutua atracción hacia una nueva tierra,
hacia una nueva humanidad.
El SÃnodo
convocado por el Papa Francisco no es, por tanto, para que la Iglesia se mire a
sà misma, sino para
que mirando al mundo con ojos abiertos y manos entrelazadas con los últimos, se
renueve, dialogue y actúe solidariamente. Porque como ya decÃa Paulo Freire
“Nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad”. Su
misión evangelizadora de salvación se realizará en esa relación mundial porque
“nos salvamos todos o no se salva nadie” (Fratelli tutti).
Publicado por Religión Digital
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