Convivencia | Andrea Tornielli
"El Papa habla de paz, pero..."
La técnica de desestimar las palabras de Francisco como llamamientos de circunstancia
"El Papa habla contra el rearme, pero... El Papa es el Papa, pero...
El Papa no puede más que decir lo que dice, pero...". Siempre hay un
"pero" que en muchos embarazosos comentarios acompaña al inequívoco
no a la guerra pronunciado por Francisco, para contextualizarlo y debilitarlo.
Al no poder interpretar las palabras del Obispo de Roma en el sentido deseado,
al no poder de ninguna manera "doblegarlas" en apoyo a la acelerada
carrera armamentística tras la guerra de agresión desatada por Vladimir Putin
contra Ucrania, entonces se toma distancia elegantemente diciendo que sí, que
el Papa sólo puede decir lo que dice, pero que luego la política debe decidir.
Y la política de los gobiernos occidentales está decidiendo aumentar los ya
muchos miles de millones a gastar en nuevas y cada vez más sofisticadas armas.
Miles de millones que no se pudieron encontrar para las familias, para la
salud, para el trabajo, para la acogida, para luchar contra la pobreza y el
hambre.
La guerra es una aventura sin retorno, repite Francisco siguiendo los
pasos de sus predecesores inmediatos, en particular de San Juan Pablo II. Las
palabras del Papa Wojtyla con motivo de las dos guerras de Iraq y la guerra de
los Balcanes también fueron "contextualizadas" y
"desvirtuadas", incluso dentro de la Iglesia. El Papa, que al principio
de su pontificado pidió "no tener miedo" de abrir "las puertas a
Cristo", en 2003 suplicó en vano a tres gobernantes occidentales que
pretendían derrocar el régimen de Saddam Hussein, pidiéndoles que se
detuvieran. Casi veinte años después, ¿quién puede negar que el grito contra la
guerra de aquel Pontífice no sólo era profético, sino que estaba impregnado de
un profundo realismo político? Basta con mirar la ruina del atormentado Iraq,
transformado durante mucho tiempo en el depósito de todo el terrorismo, para
comprender la clarividencia de la mirada del santo Pontífice polaco.
Lo mismo ocurre hoy en día. Con el Papa que no se rinde a la
ineludibilidad de la guerra, al túnel sin salida que representa la violencia, a
la lógica perversa del rearme, a la teoría de la disuasión que ha llenado el
mundo de tantas armas nucleares capaces de aniquilar varias veces a la
humanidad.
"Me avergoncé - dijo Francisco en días pasados - cuando leí que un
grupo de Estados se había comprometido a gastar el 2% de su PIB en la compra de
armas, como respuesta a lo que está ocurriendo ahora. ¡La locura! La verdadera
respuesta no es más armas, más sanciones, más alianzas político-militares, sino
un enfoque diferente, una forma diferente de gobernar el mundo ahora
globalizado -no enseñando los dientes, como ahora-, una forma diferente de
establecer relaciones internacionales. El modelo del cuidado ya está en marcha,
gracias a Dios, pero desgraciadamente sigue sometido al del poder
económico-tecnocrático-militar".
El no a la guerra de Francisco, un no radical y convencido, no tiene
nada que ver con la así llamada neutralidad ni puede presentarse como una
posición partidista o motivada por cálculos político-diplomáticos. En esta
guerra están los agresores y están los agredidos. Están los que atacaron e invadieron,
matando a civiles indefensos, disfrazando hipócritamente el conflicto bajo la
apariencia de una "operación militar especial"; y están los que se
defienden enérgicamente combatiendo por su propia tierra. El Sucesor de Pedro
lo ha dicho varias veces con palabras muy claras, condenando sin peros la
invasión y el martirio de Ucrania que lleva más de un mes. Esto no significa,
sin embargo, que "bendiga" la aceleración de la carrera
armamentística, ya iniciada hace tiempo, dado que los países europeos han
aumentado su gasto militar en un 24,5% desde 2016: porque el Papa no es el
"capellán de Occidente" y porque repite que hoy estar en el lado
correcto de la historia significa estar en contra de la guerra y buscar la paz,
sin dejar nada sin intentar. Ciertamente, el Catecismo de la Iglesia Católica
contempla el derecho a la legítima defensa. Sin embargo, establece condiciones,
especificando que el recurso a las armas no debe causar un mal y un desorden
mayores que el mal que se quiere eliminar, y señala que en la evaluación de
esta condición tiene un peso muy grande la potencia de los medios modernos de
destrucción. ¿Quién puede negar que la humanidad está hoy al borde del abismo
precisamente por la escalada de conflictos y el poder de los medios modernos de
destrucción?
"La guerra -dijo ayer el Papa Francisco en el Ángelus- no puede ser
algo inevitable: ¡no debemos acostumbrarnos a la guerra! Más bien debemos
convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana. Porque, si de esta
situación salimos como antes, de alguna manera todos seremos culpables. Frente
al periodo de autodestruirse, la humanidad comprenda que ha llegado el momento
de abolir la guerra, de cancelarla de la historia del hombre antes de que sea
ella quien cancele al hombre de la historia.".
Por lo tanto, es necesario tomar en serio el grito, el reiterado
llamamiento del Papa: es una invitación dirigida precisamente a los políticos
para que reflexionen sobre esto, para que se comprometan con esto. Se necesita
una política fuerte y una diplomacia creativa, para perseguir la paz, para no
dejar nada sin intentar, para detener la vorágine perversa que en pocas semanas
está apagando la esperanza de una transición ecológica, está dando nuevas
energías al gran negocio del comercio y el tráfico de armas. Un viento de
guerra que hace retroceder las agujas del reloj de la historia y nos sumerge de
nuevo en una época que esperábamos archivada definitivamente tras la caída del
Muro de Berlín.
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