La Familia | José Fernando Juan/VN
El misterio familiar
Leo
y releo estos dÃas un texto incansablemente: ‘El misterio familiar’ de Gabriel
Marcel, publicado por SÃgueme en 2005 dentro del volumen ‘Homo viator’. Un
texto en medio de la II Guerra Mundial: “Conferencia escrita en Le Peuch durante
los meses de marzo-mayo de 1942, y pronunciada en la Escuela de estudios
superiores de la familia, en Lyón y Toulouse ese mismo año.” Y pese a los 80
años que tiene y su contexto, unas páginas brillantes de una actualidad
rabiosa.
Lo
primero de lo que me doy cuenta al leerlo es de la permanencia en
Occidente de unos asuntos que resisten la absoluta cancelación de las polÃticas
que van dirigidas en su contra. No es fácil hacer un inventario de medidas
sociales que han debilitado los vÃnculos familiares y han socavado sus bases,
sus costumbres y sus estructuras, envueltas en un discurso ampliamente
posibilista y siempre enfocándose en la solución de problemas de todo tipo. Sin
embargo, Marcel aquà acierta al plantear que el auténtico drama y la
cuestión fundamental está del lado del misterio que la sostiene y fecunda, y no
tanto de sus tensiones y la gestión de problemas cotidianos.
Lo
segundo que llamará la atención de cualquier lector es que el misterio
esencia de la familia no es nada extrañÃsimo, ni desconocidÃsimo, ni caÃdo del
cielo como por arte de magia. Se trata, sin más, de su fundamento, del
proyecto que se inaugura en el amor de dos personas. Asà de sencillo, asà de
simple. Una vocación que transforma la persona en una superación de sà misma
hacia otro que se vuelve fecunda y entregada. Se apunta muy bien a lo que otro
autor reciente ha marcado como diferencia entre “amar vivir” y “amar la
vida”. El misterio profundo de la persona en la familia es la vida. Y cuanto
más se pare a considerarlo, más se sobrecoge con ello. Está ahà delante y no se
deja atrapar. Está en todo plan y deseo y, al mismo tiempo, no hace de sus
fuerzas.
Amar
vivir, amar la vida
Lo
tercero, por seguir invitando a su lectura, es que en él suenan casi
idénticas unas tensiones que hoy vuelven felizmente a estar en el debate y
diálogo público, una humanidad que, sin necesitar de religión estrictamente
para ello, pero encontrando en el cristianismo particularmente un fuerte motivo
para cuestionarlo, retoma la pregunta esencial sobre su forma de vida y es
capaz de ejercer una posición de distancia prudente y crÃtica con los muchos
mensajes que pretenden despojarle de su oportunidad por buscar lo mejor y
sufrir culpablemente su responsabilidad en la propia historia. En ningún caso
celebro, y también huele a eso, el interés partidista y el politiqueo cutre que
se apoya en valores rancios y secunda el emotivismo de medio pelo de la
sociedad de masas.
Lo
último, aunque quizá más exigente, es ver este artÃculo en el conjunto de este
libro y otras obras, que cuidan diversos géneros y vocaciones. En todo lo suyo,
en lo generosamente aportado a la cultura humana, se abren puertas a la consideración
de un humanismo digno y una comunidad en permanente movimiento de vida y
cuidado. Una de esas puertas que suele abrir con frecuencia es la mirada
ontológica, la pregunta metafÃsica, la incapacidad para quedarse en la
superficie de los fenómenos cuya significación remite permanentemente a algo
más. Es ese “plus” reiterado el que no cesa de martillear en sus páginas,
paciente y resistentemente, para que no demos por cerrada precipitadamente lo
que sigue llamándose “vida”.
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