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    viernes, 6 de mayo de 2022

    Una guía para el intelectual contemplativo


    Fe y Vida | Antonio R. Rubio Plo

     


    Una guía para el intelectual contemplativo

     

    Los Maritain supieron demostrar que la fe no limita ni aprisiona a la inteligencia. Antes bien, la estimula y la abre a horizontes más amplios

     

    Maritain fue un destacado ejemplo del encuentro entre la vida intelectual y el cristianismo. Supieron demostrar que la fe no limita ni aprisiona a la inteligencia. Antes bien, la estimula y la abre a horizontes más amplios. En sus años de La Sorbona Jacques y Raïssa advirtieron las carencias del materialismo positivista, que llevaba a los profesores a reducir la filosofía al mero estudio de su historia. Allí también se encontraron con la filosofía de la intuición de Bergson que, sin embargo, les pareció insuficiente. El paso siguiente sería bautizarse en la Iglesia católica. Ninguno era practicante de su religión de origen, el protestantismo y el judaísmo, pero la novela La mujer pobre del combativo escritor converso Léon Bloy los llevó a interesarse por el catolicismo. Bloy sería su padrino de Bautismo.

     

    Más tarde, Raïssa sugirió a Jacques la lectura de la Suma teológica de santo Tomás de Aquino, y esto serviría para impulsar los estudios de una filosofía hasta entonces arrinconada e incomprendida. El matrimonio Maritain fue mucho más allá del interés académico. Organizó en sus sucesivos domicilios en las cercanías de París, en Versalles y en Meudon, reuniones sobre temas filosóficos y teológicos, con intercambio de opiniones y reflexiones. De allí surgieron retiros espirituales, predicados por el teólogo dominico Reginald Garrigou-Lagrange, y se establecieron además unos círculos de estudios tomistas.

     

    En 1922 los Maritain escribieron una pequeña obra, de un centenar de páginas, con el título De la vida de oración, una especie de guía para los círculos. En un principio era de difusión interna, pero luego tuvo una edición pública, pues se trataba de un libro escrito para intelectuales cristianos. Sus autores incidieron en uno de los problemas habituales del cristianismo: la separación entre la fe y la vida, entre la fe y la razón. Esta separación cuestiona la posibilidad de una contemplación cristiana en medio del mundo. En una introducción a la obra, redactada por Raïssa en 1959, se afirma que la contemplación no es solo para las órdenes religiosas. Es también para personas que viven con sencillez en el mundo, sin milagros ni visiones, pero centradas en el amor a Dios y al prójimo y que hacen el bien a su alrededor sin ruido ni agitación.

     

    ¿Es compatible la vida intelectual con la vida de oración? Esta obra se escribió para demostrarlo, aunque no pretende ser un tratado de espiritualidad, sino una serie de sencillos consejos apoyados en citas de la Escritura. Se pone de ejemplo a santo Tomás, uno de los hombres más sabios de su tiempo. Uno de sus biógrafos, Pedro Calo, descubrió su secreto: cada vez que quería estudiar, argumentar, leer, escribir o dictar, recurría lo primero a la oración. En efecto, según señalan los autores, la oración está dirigida a la contemplación y a la unión con Dios, y a la vez recuerdan el mandato de Jesús de «sed perfectos como vuestro Padre es perfecto». En concreto, la perfección cristiana consiste esencialmente en la caridad, y el medio para llegar a esa perfección es la divina contemplación. De ahí la necesidad de practicar la oración y de orar sin cesar. Además, los Maritain salen al paso de la objeción de que los que tienen una vida activa no pueden ser contemplativos. Al contrario, son los que más necesidad tienen de orar. Recomiendan, en consecuencia, pedir a la misericordia divina la gracia de una intensa vida interior para que la acción sea una sobreabundancia de la contemplación.

     

    Para un intelectual la vida de oración debe conllevar una fidelidad absoluta a la verdad y una gran caridad hacia el prójimo. Llama la atención que los Maritain empleen la expresión caridad intelectual. Poco después, en 1930, Gian Battista Montini, capellán universitario, escribía que la más alta caridad es transmitir la verdad, y añadía que con las actividades del pensamiento y de la pluma para difundir la verdad se está prestando un servicio a la caridad. Es una forma de restablecer la armonía entre la doctrina y la vida, entre el Evangelio y la cultura. Por lo demás, en la caridad intelectual el conocimiento no se guarda como una posesión exclusiva o como un medio de prestigio personal. Hay que compartirlo y comunicarlo.

     

    Los autores nos recuerdan que la contemplación es una gracia y hay que disponerse a ella con los medios propuestos por la Iglesia: los sacramentos, la Comunión frecuente, el recurso filial y constante a los Corazones de Jesús y de María, la penitencia, la liturgia, el estudio de la Escritura… Pero, además, insisten en que, en medio de una actividad intensa, hay que sacar tiempo para la oración mental, y citan a san Juan de la Cruz, que habla de la oración como la fuerza del alma que debe prevalecer sobre toda otra ocupación. Recuerdan que la vida de oración requiere además pureza de corazón, desprendimiento y abandono en manos de la Providencia. Una confianza sin reservas, que lleva a alegrarse en el Señor, es una forma de locura cristiana.

     

    Alfa&Omega.es




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