Fe y Vida | Antonio R. Rubio Plo
Una guía para el
intelectual contemplativo
Los
Maritain supieron demostrar que la fe no limita ni aprisiona a la inteligencia.
Antes bien, la estimula y la abre a horizontes más amplios
Maritain fue un destacado ejemplo del encuentro entre la vida
intelectual y el cristianismo. Supieron demostrar que la fe no limita ni
aprisiona a la inteligencia. Antes bien, la estimula y la abre a horizontes más
amplios. En sus años de La Sorbona Jacques y Raïssa advirtieron las carencias
del materialismo positivista, que llevaba a los profesores a reducir la
filosofía al mero estudio de su historia. Allí también se encontraron con la
filosofía de la intuición de Bergson que, sin embargo, les pareció
insuficiente. El paso siguiente sería bautizarse en la Iglesia católica.
Ninguno era practicante de su religión de origen, el protestantismo y el
judaísmo, pero la novela La mujer pobre del
combativo escritor converso Léon Bloy los
llevó a interesarse por el catolicismo. Bloy sería su padrino de Bautismo.
Más tarde, Raïssa sugirió a Jacques la lectura de la Suma teológica de santo Tomás de Aquino, y esto serviría para impulsar
los estudios de una filosofía hasta entonces arrinconada e incomprendida. El
matrimonio Maritain fue mucho más allá del interés académico. Organizó en sus
sucesivos domicilios en las cercanías de París, en Versalles y en Meudon,
reuniones sobre temas filosóficos y teológicos, con intercambio de opiniones y
reflexiones. De allí surgieron retiros espirituales, predicados por el teólogo
dominico Reginald Garrigou-Lagrange, y se establecieron además unos círculos de
estudios tomistas.
En 1922 los Maritain escribieron una pequeña obra, de un centenar de
páginas, con el título De la vida de oración,
una especie de guía para los círculos. En un principio era de difusión interna,
pero luego tuvo una edición pública, pues se trataba de un libro escrito para
intelectuales cristianos. Sus autores incidieron en uno de los problemas
habituales del cristianismo: la separación entre la fe y la vida, entre la fe y
la razón. Esta separación cuestiona la posibilidad de una contemplación
cristiana en medio del mundo. En una introducción a la obra, redactada por
Raïssa en 1959, se afirma que la contemplación no es solo para las órdenes
religiosas. Es también para personas que viven con sencillez en el mundo, sin
milagros ni visiones, pero centradas en el amor a Dios y al prójimo y que hacen
el bien a su alrededor sin ruido ni agitación.
¿Es compatible la vida intelectual con la vida de oración? Esta obra se
escribió para demostrarlo, aunque no pretende ser un tratado de espiritualidad,
sino una serie de sencillos consejos apoyados en citas de la Escritura. Se pone
de ejemplo a santo Tomás, uno de los hombres más sabios de su tiempo. Uno de
sus biógrafos, Pedro Calo, descubrió su secreto: cada vez que quería estudiar,
argumentar, leer, escribir o dictar, recurría lo primero a la oración. En
efecto, según señalan los autores, la oración está dirigida a la contemplación
y a la unión con Dios, y a la vez recuerdan el mandato de Jesús de «sed
perfectos como vuestro Padre es perfecto». En concreto, la perfección cristiana
consiste esencialmente en la caridad, y el medio para llegar a esa perfección
es la divina contemplación. De ahí la necesidad de practicar la oración y de
orar sin cesar. Además, los Maritain salen al paso de la objeción de que los
que tienen una vida activa no pueden ser contemplativos. Al contrario, son los
que más necesidad tienen de orar. Recomiendan, en consecuencia, pedir a la
misericordia divina la gracia de una intensa vida interior para que la acción
sea una sobreabundancia de la contemplación.
Para un intelectual la vida de oración debe conllevar una fidelidad
absoluta a la verdad y una gran caridad hacia el prójimo. Llama la atención que
los Maritain empleen la expresión caridad intelectual.
Poco después, en 1930, Gian Battista Montini, capellán universitario, escribía
que la más alta caridad es transmitir la verdad, y añadía que con las
actividades del pensamiento y de la pluma para difundir la verdad se está
prestando un servicio a la caridad. Es una forma de restablecer la armonía
entre la doctrina y la vida, entre el Evangelio y la cultura. Por lo demás, en
la caridad intelectual el conocimiento no se guarda como una posesión exclusiva
o como un medio de prestigio personal. Hay que compartirlo y comunicarlo.
Los autores nos recuerdan que la contemplación es una gracia y hay que
disponerse a ella con los medios propuestos por la Iglesia: los sacramentos, la
Comunión frecuente, el recurso filial y constante a los Corazones de Jesús y de
María, la penitencia, la liturgia, el estudio de la Escritura… Pero, además,
insisten en que, en medio de una actividad intensa, hay que sacar tiempo para
la oración mental, y citan a san Juan de la Cruz, que habla de la oración como
la fuerza del alma que debe prevalecer sobre toda otra ocupación. Recuerdan que
la vida de oración requiere además pureza de corazón, desprendimiento y
abandono en manos de la Providencia. Una confianza sin reservas, que lleva a
alegrarse en el Señor, es una forma de locura cristiana.
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