Vocacionales | Juan Antonio Ruiz Rodrigo
La vocación, un acto de
libertad
El Evangelio presenta
uno de esos acontecimientos que el evangelista, escuchando a testigos, recupera
para nosotros. Jesús va a Jerusalén, ya camino de la muerte. Aquí comienza la
parte central del Evangelio de Lucas, en la que Jesús continúa con decisión su
camino hacia la Ciudad Santa, reuniendo todas sus fuerzas para afrontar las
dificultades que le esperan; sabe en efecto que «no es posible que un profeta
muera fuera de Jerusalén» (Lc 13,
33).
Jesús envía delante de Él a algunos mensajeros encargados de anunciar su
paso, pero estos son rechazados al entrar a una aldea de Samaría, debido a una
antigua rivalidad religiosa entre los judíos y los mismos samaritanos
(cf. Jn 4, 9). Jesús no siempre es bien recibido; sin embargo,
es significativa su voluntad de no vengarse, de no reaccionar con violencia
ante el desprecio. Por el contrario, la actitud espontánea de dos de sus
discípulos, Santiago y Juan, los «hijos del trueno» (Mc 3,
17), es el deseo de hacer descender fuego del cielo sobre los que los
rechazaban (cf. 2 Re 1,
10. 12). Pero Jesús no quiere mostrar hostilidad: vive radicalmente ese amor al
enemigo que ha enseñado con tanta fuerza (cf. Lc 6,
27-35), y muestra así a los que le siguen que el discípulo de Jesús está
llamado siempre a hacer el bien, incluso a aquellos que no los quieran bien y
los desprecien.
Durante este viaje hacia Jerusalén Lucas introduce una serie de
vocaciones frustradas para enseñarnos qué es la vocación, y para corregir esta
deformación del discipulado que están sufriendo Santiago y Juan. De este modo,
dos «aspirantes a discípulos» se ofrecen a Jesús para seguirlo, y otro, llamado
por Él, le pone algunas condiciones. Son actitudes inadecuadas para el
seguimiento de Jesús, porque para emprender ese camino, lo que importa es
escuchar la llamada de Jesús, aceptarla y acogerla en tu vida, dispuestos a ir
con Él incluso donde no querríamos, sin poner obstáculos a las exigencias que
plantea. Jesús no tiene un techo, no puede ofrecer un lugar para estar, vive en
el camino. Si lo que busca el «aspirante a discípulo» es seguridad, no la va a
encontrar. También la demora y la indecisión son incompatibles con el
discipulado. El anuncio del Reino de Dios es tan urgente que no puede esperar.
No es posible dar largas, la llamada es
inminente. Tampoco es posible estar con el arado y mirar
hacia atrás, porque la vocación es decisión.
El Evangelio de este domingo nos invita a meditar sobre la vocación y la
libertad en el seguimiento a Jesús. Ciertamente la libertad humana tiene
limitaciones, porque está en formación. La libertad se va haciendo conforme se
va ejercitando. De este modo, cuando empezamos no tenemos una libertad madura,
crecida, sino inicial. Conforme se van dando los primeros pasos podremos ir
avanzando, dando pasos más arriesgados, más hondos. Además, la libertad está
condicionada por el tiempo, de tal manera que el cansancio, el agotamiento, el
transcurso de los días y de los años nos pueden afectar, hasta el punto de que
nuestra libertad se venga abajo. Otro límite de la libertad es el espacio
corporal, porque vivimos en una naturaleza. Hay cosas que podemos hacer según
nuestros genes y nuestra constitución física, y también según las
circunstancias externas. Pero no podemos hacer todo lo que queramos, porque
somos limitados como criaturas. Por otro lado, esos límites aumentan con el pecado,
porque este, al utilizar mal la libertad, crea deseos equivocados. Ya no somos
limpios de corazón, ya no vemos las cosas con tanta lucidez. Nuestros
prejuicios nos hacen equivocarnos. Nos muerden la pereza, el egoísmo, el miedo…
El pecado aumenta. Pero, sin embargo, Dios nos pide siempre, de una manera u
otra, un acto de libertad enorme: la vocación, es decir, la dedicación a una
misión por siempre y para siempre.
¡Qué acto de libertad cuando uno promete y entrega un futuro que no está
en sus manos! Es impresionante cuando los esposos intercambian el
consentimiento matrimonial, y se prometen entrega y fidelidad todos los días de
su vida. ¿Es que acaso saben los esposos cómo van a ser esos días? Sin embargo,
Dios se lo pide y, si se lo pide, se lo da. Por tanto, la libertad lo puede
hacer, aunque esté el riesgo del fracaso. Esa libertad, que al final se
identifica con la vocación, es el amor de Dios que nos libera para que nosotros
podamos amar. ¡Qué fácil es decir: «Te quiero»! ¿Sabemos lo que es querer de
verdad? ¿Sabemos que querer es acompañar a una persona incluso cuando su figura
física se deteriora, cuando su memoria se pierde, cuando no tiene nada que
ofrecer? ¿Somos conscientes de la libertad que hace falta para querer?
Esa libertad es el amor con el que Dios nos ama, porque amar es ir más
allá de nosotros mismos. El amor es creativo, y nos empuja a llegar a ser lo
que nunca hubiéramos sido, y a llegar a hacer lo que nunca hubiéramos hecho,
porque hay en nosotros un plus, un exceso, que nos lanza, sin tener en cuenta
los límites ni las posibilidades. Por amor llegamos a hacer lo que ni deseamos
ni podemos. Es impresionante ver a los hijos que atienden a los padres (o a los
padres que atienden a los hijos), en enfermedades largas, duras, un día y otro día,
noches de hospital, agotamiento… Parece que no pueden más. Pero cuando se acaba
todo se preguntan sorprendidos: ¿Cómo he podido? Porque amaban.
¡Qué distinto es vivir con amor y por amor que vivir sin amor! La gran
crisis cultural de nuestros días es una crisis vocacional. Nos hemos apropiado
de la vida. Hemos huido de nuestra misión y de nuestra tarea. Nos hemos puesto
en un primer plano a nosotros mismos. ¿No estamos en un momento de recuperar la
vivencia, la gracia y el camino de la vocación? Tendríamos que confesar el
nombre de Jesús arrodillados, y preguntarle: ¿Señor, qué quieres de mí? ¿Y si
Él quiere que yo me dedique a predicar su Reino y a servir a los hermanos? ¿Y
si Él quiere que ejerza la maternidad espiritualmente, rezando por los demás, atendiendo
al pobre…? Mi vida familiar, en la que trato de cumplir, ¿no tendría que
vivirla con más hondura como entrega incondicional y vocación primera? Está
llegando el momento. El Reino de Dios está cerca, y el Señor está llamando.
¡Respondámosle!
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