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    lunes, 28 de noviembre de 2022

    Una otra-Navidad es posible, en la sencillez de la vida


    Fe y Vida | Diego Pereira Ríos

     


    Una otra-Navidad es posible, en la sencillez de la vida

     

    Llega fin de año y cada uno de nosotros vamos intentando terminar etapas, cerrar círculos, hacer conclusiones que nos den, de alguna manera, la tranquilidad de que el año ha valido la pena, de que hubo experiencias que nos han hecho crecer como cristianos. De cara a Dios, examinamos nuestro proceder para buscar responder si estamos o no colaborando en la construcción del reino. En un año movido en todos los niveles de la vida humana, si bien la pandemia del Covid-19  amenaza con reaparecer, en medio de una guerra entre Ucrania y Rusia, el mundial de fútbol de Qatar es lo que en estos días acapara la atención mundial. Pareciera que el ser humano necesita de acontecimientos espectaculares para vivir, para provocar hacer visible esa pasión por la vida que muchas veces, cuando es manipulada, lleva a apasionarse tanto que ocasiona la muerte. Y no refiero solo a la guerra o a la delincuencia en cuanto tal, sino que también incluyo a los más de 6.000 trabajadores que han perdido la vida en la construcción de los estadios para el mayor espectáculo mundial. En este mismo tiempo, la reunión de la COP 27 en Egipto pronostica la fatalidad ante el cambio climático, pero las decisiones de los líderes mundiales aún no son de gran importancia para provocar el giro necesario. Es como si esperaran que algo muy espectacular suceda para reaccionar.

     

    De la misma manera, en la época de los profetas, la tan ansiada llegada del Mesías liberador era esperada de forma espectacular. Las grandes profecías anunciaban que algo grande sucedería con la llegada del Hijo del Altísimo, que vendría a hacer cumplir la Ley de Dios y restablecería el orden perdido por la codicia y el egoísmo humano. Así Habacuc hablaba acerca de la venida de Dios: “El Señor viene de Temán, el Santo del monte Farán; su resplandor cubre el cielo y la tierra se llena de sus alabanzas; su brillo es como el sol; su mano despide rayos y allí se esconde su poder” (Hab 3, 3-4). Posteriormente, el profeta Isaías, consiente de la opresión que sufría el Pueblo de Dios, anuncia la misericordia que Dios regalaría a su pueblo elegido: “voy a derramar agua sobre el suelo sediento y torrentes en la tierra seca; voy a derramar mi aliento sobre tu descendencia y mi bendición sobre tus retoños. Crecerán como hierba junto a la fuente, como sauces junto a las acequias” (Is 44, 3-4). De la misma manera lo hizo Juan el Bautista anunciando la llegada de Jesús, el Mesías: “Yo los bautizo con agua en señal de arrepentimiento; pero detrás de mí viene uno con más autoridad que yo, y yo no soy digno de quitarle sus sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11).

     

    Todo esto es parte de esa necesidad humana de experienciar acontecimientos fuertes y marcantes para creer que Dios se manifiesta, ya que nos cuesta reconocerlo en la sencillez de la vida. Pero he aquí que hay un secreto divino: Dios está siempre a nuestro alrededor, manifestándose de mil maneras distintas, pero sobre todo, en el silencio, en la calma, en lo escondido del mundo. Mientras nosotros seguimos distrayéndonos con el hipnotismo esclavizante de las pantallas digitales, Dios vuelve a nacer cada día en cada vida que llega al mundo, en cada ser vivo que encuentra en este mundo un lugar para crecer. Y esto lo podemos ver en el misterio de la Navidad, donde el Dios Altísimo, el Dios de la historia, se nos revela pequeño, frágil, débil, dependiente, necesitado, pobre. Justamente la pobreza, como condición social del nacimiento del Mesías, será la característica del ministerio profético que luego llevará a cabo. En este acontecimiento que pasó desapercibido para la gran mayoría de la sociedad del siglo I, se revela la grandeza de un Dios pequeño. Al decir de San Juan de la Cruz, en el nacimiento se dio la llegada de Dios “pero Dios en el pesebre allí lloraba y gemía”, acentuando “el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría” (Romance 9, Del Nacimiento).

     

    Si deseamos adentrarnos en el misterio de la Navidad, no lo encontraremos en el impulso consumista que nos domina y que nos lleva a comprar comida para comer hasta hartarnos, ni haciendo regalos costosos, ni siquiera llenando de luces nuestros árboles de Navidad o toda nuestra casa. El misterio de la Navidad, vivido de un modo profundamente cristiano, lo hallaremos en el silencio de nuestro corazón, en la oración confiada en que ese Dios pequeño y pobre, venga a nacer de nuevo en nosotros y en cada una de las personas que más sufren. Si justamente hay algo que caracteriza al Dios de Jesús, es que con su ejemplo nos quiere abrir el entendimiento para recibir en nuestra casa a los más necesitados. Pues Dios regala su mensaje a los olvidados de la sociedad, a los expulsados de los caminos por donde va el común de la masa social. Los pobres y excluidos son aquellos que, aunque intenten imitar lo que viven y tienen los ricos, no lo pueden hacer, ya que son sometidos a un desprecio social debido a su condición de ser simplemente pobres. Pero son ellos a los que justamente Dios elige para anunciar la llegada del Mesías. También hoy siguen siendo los predilectos de Dios y los que más se asemejan a su Hijo Jesús.

     

    Los más pobres son los que el Ángel del Evangelio, al dirigirse a ellos, comienza diciéndoles: No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 10-12). Los pastores se asustan al ser tomados en cuenta por un mensajero de Dios, pues no se sienten merecedores de ser los primeros en recibir la Buena Noticia. Hoy en día son muchos los pobres que no se creen con derechos a ser felices por lo que la misma sociedad les hace sentir. Muchos de ellos se sienten abandonados por Dios. Pero esto no es así, pues el Dios de Jesús es justamente el Dios de los pobres, de los que no se sienten dichosos de ser los primeros en el Reino. Todos nosotros podemos encontrar en el pesebre de Belén la inspiración necesaria para recobrar nuestra dignidad de hijos de Dios, de ser amados por él, que nos desea una vida feliz y digna. El desafío estará en que no esperemos de Dios eventos espectaculares, sino que lo encontraremos en aquellas acciones simples de la vida, en las cosas cotidianas de cada día. Allí, en lo escondido, en lo oculto a las cámaras, se revela un Dios que nos enseña a creer que otra-Navidad es posible.




     

     

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