Cultura y Vida | Antonio R. Rubio Plo
Rajmáninov: la nostalgia de la liturgia y de las
campanas
Serguéi Rajmáninov incluyó entre su reducida
producción musical dos obras religiosas: las Vísperas y
la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo. Por ellas Dios
se coló en la vida del compositor, de cuyo nacimiento se cumplen 150 años
El 1 de abril de 1873, hace ahora 150 años, nació
Serguéi Rajmáninov, el último de los compositores románticos en plena época de
las vanguardias musicales. Solo compuso 45 obras, casi todas en su Rusia natal,
pues las cinco últimas surgieron en sus estancias entre Estados Unidos y París.
Esto se debió a que tuvo que centrarse en su carrera como pianista dando
recitales en Europa y América. Sin embargo, una vez dijo: «Todo el mundo está
abierto para mí y el éxito me aguarda en todas partes. Solo un lugar permanece inaccesible y ese lugar es mi propio país: Rusia».
Tuvo el destino de tantos exiliados, una constante
en la historia rusa, que se refugiaron en su trabajo para escapar de la
nostalgia y la melancolía. En esos estados de ánimo, el ser humano intenta
recuperar las impresiones, incluso los sonidos, de su infancia y juventud, y se
afana en la búsqueda de un tiempo supuestamente más feliz. Rajmáninov no lo
vivió por la separación de sus padres y por la temprana muerte de su hermana
mayor, a lo que se añadió el fracaso en el estreno de su primera sinfonía. El
médico y terapeuta Nikolai Dahl consiguió devolverle la confianza en sí mismo
tras una depresión y esto hizo posible el estreno de su segundo concierto para
piano y orquesta, su obra más famosa.
Nadie curó, sin embargo, al compositor de su
nostalgia de Rusia, incluso antes de la revolución de 1917, que le obligó a
dejar su patria. Sus orígenes eran los de una familia de la pequeña nobleza,
muy influenciada por las modas occidentales, que no frecuentaba la iglesia
salvo en señaladas ocasiones. Pese a todo, en la reducida producción de
Rajmáninov, hay un lugar para la música religiosa, destinada más a las salas de
conciertos que a los templos, pues la jerarquía ortodoxa la consideró demasiado
«modernista».
Estrictamente, solo dos obras son religiosas, como
las Vísperas,
una parte de la liturgia que precede al culto dominical o a las grandes
solemnidades, y cuya culminación es la alegría de la Resurrección de Cristo.
Era una de las obras favoritas del compositor hasta el punto de solicitar que
uno de sus movimientos, el Nunc dimitis, el
cántico de Simeón, fuera interpretado en su propio funeral. La segunda obra es
la Divina Liturgia de San Juan
Crisóstomo, la gran plegaria eucarística de la Iglesia
ortodoxa, que hunde sus raíces en la tradición bizantina. Los salmos, el
gloria, las bienaventuranzas, el sanctus, el credo o
el padrenuestro son algunos de los elementos que integran este gran mosaico, en
los que la música de Rajmáninov se eleva hasta expresiones de inigualable
belleza. Esta composición llamó la atención del sacerdote Luigi Giussani, gran admirador del músico, que se
preguntaba por qué durante ocho minutos el coro repite: «¡Señor, ten piedad!».
Vendría a ser el recordatorio de que el Señor es un misterio, un destino,
Alguien que llena la vida de significado, porque sin el significado no existe
el tiempo. Solo quedan la nada o los agobios y la existencia humana queda
reducida al instinto, la indolencia, la ira o el resentimiento. Lo cierto es
que una obra empezada por Rajmáninov, casi por casualidad, fue terminada en
medio de una gran dicha y entusiasmo. Dios se coló por el hueco de esta
composición en la existencia del músico, aunque su vida ordinaria no pareció
cambiar demasiado después de aquello.
Talento precoz
Serguéi Rajmáninov es uno de
los compositores posrrománticos más importantes y uno de los grandes pianistas
del siglo pasado. Fue muy precoz, pues con apenas 20 años ya había creado sus
primeras partituras para piano y orquesta. Con 31 años se convirtió director de
orquesta del Teatro Bolshói. Por la situación política de Rusia a principios
del siglo XX tuvo que marcharse.
Esa nostalgia de la liturgia, la de una belleza
inefable, se completa con la nostalgia de las campanas. Son las que llaman a
los fieles a la liturgia y su sonido no se borró de los recuerdos de
Rajmáninov: «El sonido de las campanas de las iglesias dominaba todas las
ciudades de la Rusia que solía conocer: Novgorod, Moscú… Ese sonido acompaña a
los rusos de la infancia a la tumba». Durante su estancia en Roma, en 1913, el
músico escuchó las campanas de las iglesias ante el texto de un poema de Poe y
eso le inspiró para componer Las campanas, una
sinfonía para coro y orquesta. Años más tarde, Rajmáninov vivía en el exilio
estadounidense y no las escuchaba, pese a que antes disfrutara de «los
diferentes estados de ánimo y de la música de las campanas que repican
alegremente y las que doblan lúgubremente». Esta ausencia le hacía creer que
había perdido sus raíces, pues «el amor por las campanas es inherente a todo
ruso».
La sinfonía es un recorrido por las etapas de la
existencia humana: las campanas de plata, jubilosas y reflexivas, indican la
infancia; las campanas de boda evocan el amor romántico y el matrimonio; las
campanas de alarma son señales de las tensiones y temores de la vida, y las
campanas de duelo marcan el final de la vida. Con todo, hay una diferencia de
la música de Rajmáninov con el texto de Poe. Al final de la obra apunta un
destello de esperanza, casi imperceptible. Es la apertura a la trascendencia
que un músico ruso no puede dejar de contemplar.
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