Reflexión | Vicente Luis García Corres (Txenti)
Desde los Salmos hasta el RAP
Una reflexión sobre la música y la evangelización
No soy intérprete ni compositor, ni productor, pero
desde hace unos años me siento parte de una gran familia, variopinta y diversa,
que es la de los artistas cristianos. He sido admitido en sus grupos,
encuentros y reuniones como un testigo más de este singular mundo. Y el último
espacio en el que he participado ha sido el retiro para artistas y creativos
organizado en La Canal (Cantabria), y desde la organización de este encuentro
me han pedido una reflexión al hilo de un momento de ese encuentro que reunió
on line y desde los lugares más lejanos a gente vinculada al mundo de la música
cristiana o música para la evangelización.
Lo que pude escuchar me resultó muy interesante
pero también es cierto que no escuche nada sorprendente, nada de lo que en
mayor o menor medida he podido ir percibiendo en mis años de contacto con este
mundo.
Para empezar, creo que hay dos campos muy
diferenciados en los que poder fijar nuestra reflexión, uno el de la
evangelización y otro el de la música.
Empecemos por la evangelización.
Creo que hay un sentir general por parte de las
personas que viven y se mueven en torno a este mundo de la música
cristiana/católica/para la evangelización de sentirse “llamados”, “vocacionados”,
cooperadores de la evangelización; pero paralelamente a ese sentimiento hay
otro de no sentirse suficientemente valorados por las instituciones, por los
obispos, párrocos; hay una sensación de no ser tenidos en cuenta en un proyecto
serio de plan pastoral de evangelización. De manera especial quienes se dedican
profesionalmente y viven o tratan de vivir de ellos sienten que no les es
reconocida esa profesionalidad; se acude a ellos para “adornar” un acto y no
como sujetos activos de la evangelización, aunque luego se reconozca que la
música tiene su efecto y hace llegar los mensajes a la gente, pero a ellos no
se les concede ese mérito. Y eso se refleja a la hora de valorar económicamente
sus servicios, dando un valor casi de limosna a todo un trabajo. Está mejor
considerado profesionalmente el fontanero que arregla la calefacción de la
parroquia que el artista que aporta su arte en una adoración.
Pero como se sienten vocacionados por ello son
incombustibles y a pesar de ese trato injusto ellos siguen adelante y siguen
ofreciendo, incluso a cambio de nada, su aportación a la evangelización.
Claro que como en todo hay excepciones y
siempre hay un sacerdote, un obispo, una delegación, un evento o un macro
evento como una JMJ que pone en valor a la música en su programa.
Pero lo que siempre he sentido es que lo que los
artistas cristianos demandan es un reconocimiento continuado y omnipresente,
una conciencia colectiva que les pudiese obligar a tener siempre listas las
maletas y hacer kilómetros por las diócesis vecinas en una oferta permanente y
coordinada de evangelización y música. Donde si bien el dinero no será lo más
importante pero donde muchos granos harán granero.
Dentro de este campo de la evangelización también
podemos analizar otros aspectos como son los contenidos de la misma y las
filias y fobias dependiendo de los carismas que dejen ver cada artista. Algo
así como hablar de estilos musicales, pero en clave de evangelización. Pero
aquí que decir, que en la variedad está el gusto y lo mejor es que haya para
elegir.
El segundo campo al que me refería es el de la
música como tal.
Aquí nos encontramos un gran abanico, desde el que
con cuatro acordes y una guitarra compone ritmos pegadizos y para que la
parroquia se una al canto, hasta los puristas que no dan por terminada su obra
hasta que está armonizada para coros y orquesta (¡¡¡exagerando un poco vale!!!);
por otro lado, está el que vive para la música y la evangelización, pero come
de su trabajo en la oficina y el que ha querido apostar fuerte y hacer de la
música su mundo y su profesión, además de su vocación.
Claro, no podemos tratar a todos por igual y si lo
hacemos caemos en una discriminación evidente, en detrimento del profesional,
por supuesto.
Pero si ya partíamos de una falta de reconocimiento
del artista como evangelizador como para pedirle a la institución que distinga
por categoría profesional.
A veces se observa una difícil convivencia entre
profesionales y “aficionados”, a veces los primeros miran con cierta
condescendencia a los segundos y reclaman su lugar en una escala de la calidad
y el tiempo invertido, y los segundos piden un poquito de caridad cristiana
para sus sencillas composiciones que, si bien no son un musical ni una obra
musicalmente perfecta, no por ello deja de ser su aportación a la misma
evangelización a la que todos se sienten llamados.
En la reunión pude conocer que hay un abismo entre
las realidades de la música cristiana profesional entre lo que se hace en
España o lo que se hace en Latinoamérica, especialmente en Estados Unidos o en
Brasil que juegan en otra liga.
El mundo de las productoras, de la difusión por
radios comerciales y/o evangelizadoras, al otro lado del charco es “otro
mundo”. No obstante, la secularización también está llegando a aquellas
tierras que otrora han vivido con estadios de deportes llenos hasta la bandera
para alabar al Señor.
En todo caso lo que sí pude percibir de la reunión
on line es que hay mercado para la música cristiana, hay esperanza no solo en
la evangelización sino también en el negocio. Y eso, especialmente para los que
se dedican a la producción es un aliciente.
Durante la reunión se hizo una valoración muy
interesante del fenómeno Hakunna, un producto mediático y musical que cuenta
con un buen respaldo económico y un trabajo de marketing que está dando
resultados, en lo musical y en lo espiritual.
Ahora están en la cresta de la ola y es difícil
predecir el tiempo que durará.
Al hilo precisamente de Hakunna se hizo una
interesante reflexión que afecta a los artistas que logran ascender al TOP de
las listas, se les acusa de no tener caridad con quienes se han ido cruzando en
su ascenso, que como dijo una vez Francisco se los volverán a encontrar cuando
desciendan, y quizá entonces pretendan recoger lo que no cosecharon.
Y para terminar una reflexión sobre lo que siento
que se vive en todo este mundo en mi entorno, en España. Se participa de esa
falta de reconocimiento, pero también existe una falta de unión entre el
colectivo. Hay encuentros en los que si bien son todos los que están por
desgracia no están todos los que son, y no sé, ni señalo a nadie, como
responsable de que esto no se pueda producir, cada cual sabrá su cuota de
responsabilidad.
Por otro lado, siento con fuerza una demanda de un
circuito de eventos musicales y de oración que recorra las diócesis españolas,
pero eso es tarea de las delegaciones de juventud, de catequesis, de
evangelización, de pastoral vocacional y de otras delegaciones que pueden
incorporar la música a sus eventos.
No quiero terminar esta reflexión sin un doble reconocimiento,
a los veteranos y a los nuevos valores. Expresamente he evitado citar ningún
nombre porque los tengo a todos en mi reconocimiento y la lista sería eterna.
Pero, y que cada cual se encaje donde quiera, mi reconocimiento por la labor
realizada a los veteranos de este mundo de la música evangelizadora, y a
quienes han estado a su lado para organizar conciertos, adoraciones,
multifestivales, retiros, eventos de todo tipo, …; y mi reconocimiento para los
nuevos valores, la mayoría gente joven que con nuevos ritmos, nuevos estilos y
nuevas escenografías siguen diciendo que Dios existe y nos ama, y que hay una
mujer, María, que es Madre y Señora.
Que las pequeñas diferencias se vayan solventando,
que las instituciones hagan el ejercicio de reconocer el papel que estos
hombres y mujeres juegan en la tarea de la evangelización y que todos sigamos
disfrutando del arte de la música que también canta las maravillas de la
creación desde los Salmos hasta el RAP.
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