Testigos de la Fe | Xabier Pikaza
Raúl Berzosa, Vicario Episcopal de Santo Domingo Oeste. Radiografía de
un corazón
"Su cese fue resultado de cotilleos episcopales, pero está muy vivo
y activo para la Iglesia"
Nunca se hicieron públicas las razones por las que
Berzosa dejó su sillón episcopal de Ciudad Rodrigo y, por tanto, las
especulaciones, que hasta entonces se habían producido con sordina, se
ampliaron y reprodujeron.
Sólo hubo vergonzosos cotilleos
episcopales. Cotillas llaman en mi pueblo a uno tordos negros, que
comen los huevos de los pobres pájaros vecinos, aunque el diccionario dice son
cotas (cot-illa) pequeñas, como fajas, que utilizaban algunas mujeres para
realzar su tipo).
Sea como fuere, el cese de Raúl Berzosa fue obra de
algunos que querían “hacerle la cama” (=mandarle a la cama/sepultura). Pero este
anuncio del Arzobispo primado de América muestra que está vivo, muy vivo y
activo para la Iglesia.
Introducción
Conozco a Raúl Berzosa, y a las personas y a las
personas que han sido acusadas con él, por ignorancia mentirosa y malsana.
A él, Raúl, y a sus amigos/amigas envío desde aquí mi felicitación gozosa.
Empezaré con una referencia personal, seguiré con
una reseña del libro en que expone públicamente sus dolores, con elegancia
cristiana, sin acusar a nadie. Y terminaré presentando uno de sus últimos y más
hondos trabajos, el Sermón de la 4ª palabra de Jesús en la Cruz (Dios mío ¿por
qué me has abandonado), en compañía de sus hermanos obispos de Santo Domingo,
en la semana Santa del año 2023.
Primera referencia personal. Las Siete Palabras
Había oído hablar de él pero no le conocía. El año
1995, cuando preparaba la colección de “las siete palabras de…”, J. M.
Herrnádez Blanco me dijo:
Lee las Siete Palabras de R. Berzosa, son lo
mejor. Berzosa no tiene todavía 40 años, es músico, poeta, escritor,
teólogo, canonista… Lo mejor de la iglesia futura de España.
Así me dijo J. M. Hernández (q.e.p.d), sacerdote, operario
diocesano, salmantino, de la raya, de un pueblo donde una parte de
la calle eran española, la otra portuguesa, había aprendido de niño a dialogar,
a ser de ambos lados…
Era director de la editorial Atenas, del consejo de
dirección de Sígueme… y también de PPC, donde estaba empeñado en crear una
colección de libros testimoniales de unos setenta u ochenta personajes
representativas de la iglesia hispana, obispos y teólogos, escritores,
periodistas, testigos de la fe, profetas… Repasamos y discutimos la lista, yo
tenía una querencias, él tenía otras, pero coincidíamos en lo esencial, los dos
optábamos por la pluralidad.
Si la colección entera se hubiera publicado habría
sido el mejor testimonio de la iglesia hispana… Pero la mayoría de los obispos
se negaron a colaborar, no se atrevían a decir lo que eran (de unos 24
invitados, cuyos nombres no quiero recordar, sólo aceptaron Buxarrais,
Iniesta y Castellanos). Entre los teólogos había otros tantos, todos
conocidos; la mayoría renunciaron también, sólo quedamos P.
Castillo, G. Faus, J. Gafo, R. Berzosa y un servidor. De las mujeres
se comprometieron dos “clásicas”: M. Navarro y Mary Salas).
Colaboraron también algunos testigos de la misión cristiana en el mundo como C.
G. Vallés.
El poco éxito de este proyecto editorial se debió
no sólo a la renuncia de muchos invitados, sino también a la lentitud de
algunos y al hecho de que, inmediatamente después la editorial PPC cambió de
manos (siendo comprada por el grupo SM, cuyo consejo editorial optó
pronto por otro tipo de libros).
Las Siete Palabras de Raúl Berzosa (Dios,
búsqueda, interioridad, eclesialidad, solidaridad, transparencia, mística)
trazan el mejor esquema de experiencia y práctica eclesial y social del
evangelio. Más que armario de palabras me parecieron un almario de
vida. Me impresionó la imagen de fondo de los alfareros de su pueblo
(Aranda de Duero) con los que Raúl se identificaba.
Raúl se presentaba con el corazón abierto, y eso suele ser peligroso en un mundo de cazadores sin conciencia.
Dos anécdotas de amigo, dos signos de humanidad
El año 2003, por razones institucionales, Mabel y
un servidor tuvimos que dejar Salamanca y pasamos a vivir a Madrigalejo del
Monte (Burgos). El Obispo del lugar, numerario del Opus, le llamó a D. Alberto,
párroco de nuestro nuevo pueblo, rogándole (=mandándole), que nos tuviera
vigilados, para que no escandalizáramos al personal. Don Alberto habló con las
vecinas, que se escandalizaron del obispo y nos defendieron. Así le
contexto D. Alberto (q.e.p.d) al obispo, con tono áspero, diciéndole que no se
metiera donde no debía.
Al día siguiente pasó por nuestra casa Don
Raúl Berzosa, que era vicario pastoral de la Diócesis, para darnos su
bienvenida y ofreciéndonos sus servicios. Era evidente que venía reparar la
torpeza y poca caridad cristiana de su obispo.
Tres años más tarde, el 2006, uno de los vicarios
de la pastoral hispana de una diócesis del entorno de Los Ángeles USA, me pidió
que dirigiera un curso de Biblia en su diócesis, rogándome que adjuntara con
mi curriculum una “carta laudatoria” de algún obispo de España
avalando mi vida y doctrina. Se lo pedí a Raúl, que era entonces Obispo
auxiliar de Oviedo, y extendió a mi favor un documento laudatorio que debe
andar por algún rincón de la Archidiócesis de Los Ángeles. El curso no se
impartió porque aquella diócesis quedó sin dinero por pagos a causa de la
pederastia clerical
Del 2011 al 2019 fue obispo de Ciudad Rodrigo, por
engaños y mentiras, de profesionales de un tipo de engaño pseudo-clerical de
algunos, que no cesaron hasta lograr su cese como obispo. En ese
contexto (de 2018 a 2020) pasó dos años de “encerramiento” y silencio,
en diversas iglesias y monasterios, cumpliendo un “castigo” injusto
Los dolores
de Don Raúl: Creo, amo, espero (2020)
Del 2011 al 2019 fue obispo de Ciudad Rodrigo, por
engaños y mentiras, de profesionales de un tipo de engaño pseudo-clerical de algunos,
que no cesaron hasta lograr su cese como obispo. En ese contexto
(de 2018 a 2020) pasó dos años de “encerramiento” y silencio, en diversas
iglesias y monasterios, cumpliendo un “castigo” injusto.
Fueron años de silencio doloroso, que han sido
recogidos con fidelidad en un libro admirable de testimonio de fe, amor y de
esperanza eclesial, publicado con ese título (Creo, espero, amo, luego
existo. Del hogar monacal a las periferias urbanas, Fonte, Burgos,
2020).
El argumento de este libro ha sido recogido por
Angélica González (diario de Burgos, 29 marzo de 2022):
"Raúl Berzosa, obispo emérito de Ciudad
Rodrigo, publicó en el año 2020 -en un libro que pasó desapercibido- todo
el sufrimiento que arrastró tras su abrupta y misteriosa salida de la ciudad
salmantina
'Creo, amo, espero... ¡Luego existo! Del hogar
monacal a las periferias urbanas' es el
larguísimo título del último libro del obispo emérito de Ciudad Rodrigo, el
arandino Raúl Berzosa, y probablemente el primero que no se publicó rodeado de
la clásica trompetería que acompaña a los nuevos textos: primero porque
apareció en el año de la pandemia y después porque no se publicitó en absoluto
-apenas hay un par de reseñas sobre él en webs católicas- a pesar del indudable
interés que tenía, ya que no hacía ni un año que se había despedido de la
diócesis de Ciudad Rodrigo tras presentar su renuncia por motivos personales.
En este texto, de la editorial Monte Carmelo,
Berzosa explica el itinerario geográfico y personal que siguió desde que la
Conferencia Episcopal anunciara su retiro temporal en junio de 2018 pasando por
la despedida oficial de su diócesis al año siguiente, hasta sus
vivencias en Roma en plena pandemia.
A lo largo de más de 350 páginas, el que fuera
obispo auxiliar de Oviedo se desnuda espiritual y casi físicamente.
Habla del estado de su alma, pero también ofrece
muchos detalles sobre pequeños asuntos mundanos. El monasterio benedictino de
En Calcat (Francia), la Casa Generalicia de los Jesuitas en Roma y la parroquia
de Nuestra Señora de Las Nieves en Bogotá (Colombia) son los escenarios de la
recuperación anímica de este sacerdote, que acaparó la atención de todos los
medios de comunicación al tomar una decisión prácticamente inédita en la
Iglesia Católica española:
"De lo experimentado, por gracia, y con
profundo y sincero agradecimiento, hablan estas páginas; al mismo tiempo, con
mucho pudor y respeto, ya que es como desnudar mi corazón. Confío en que serán
bien comprendidas ya que no tienen otra intención que dar gloria y gracias al
Padre de la Providencia y Señor de todos los dones", afirma en el prólogo
"UN PARIA EXISTENCIAL". No
se anda con rodeos al contar cómo se encontraba al despedirse de Ciudad
Rodrigo: "Me sentía tan solo como un mendicante y como un paria
existencial. Viviendo literalmente de la caridad y lejos de España. Abandonado
a la misericordia de Dios y de su iglesia, providencialmente presidida y
pilotada por el papa Francisco, y sostenido únicamente, con la gracia del
Espíritu, por la fe, la esperanza y la caridad".
Hay mucho dolor en sus palabras: "Gracias a
Dios, sin tener nada material, o mejor, tan solo deudas, y ni siquiera el poder
y la capacidad para administrar tampoco nada; no era nada, ministerialmente
hablando, ya que no tenía ningún oficio y no me esperaba nada humano ni
eclesial en orden a "medrar" o a "hacer carrera" como nunca
lo he esperado ni buscado en mi vida de pastor".
No obstante, estas carencias materiales, su fe se
mantuvo inquebrantable y, según cuenta, creció y se agigantó a pesar de las
adversas circunstancias: "La vida es una escuela permanente de
aprendizaje. Y si algo había aprendido ha sido a no ceder al acoso, al
chantaje, a la paranoia o esquizofrenia victimista, ni a la manipulación de
datos o información falsa. Ni tampoco a entrar en el rol tóxico de
salvador-víctima-controlador".
En este punto cabe recordar que nunca se hicieron públicas
las razones por las que Berzosa dejó su sillón episcopal de Ciudad Rodrigo y,
por tanto, las especulaciones, que hasta entonces se habían producido con
sordina, se ampliaron y reprodujeron. Desde que
llegó a la diócesis salmantina, dos mujeres vivían con él y le acompañaban a
actos públicos.
Comenzaron las habladurías en el sentido de que con
una de ellas habría algo más que una relación de amistad -algo que siempre fue
negado por el entorno del arandino- y que con ambas, el obispo había puesto en
peligro su patrimonio económico:
"Si tuviere que seguir expuesto a la
incomprensión y al juicio de los hombres y a algunos hermanos en la fe y en el
ministerio, lo asumo y perdono, rezando por quienes trataron de hacerme mal, a
mí y a otras personas cercanas y afectadas, de forma injusta y cruel".
La parte desarrollada en el cenobio francés está
escrita a modo de diario. En él, Berzosa todos los días
da cuenta de su actividad -fundamentalmente, oración y lectura- y ofrece
detalles del entorno, la comida, las características físicas de los monjes, de
las personas que van a la iglesia... haciendo algunos análisis bien singulares:
"Los monjes tienen fisonomías de cara a las que no estoy muy habituado
encontrar. No sé si por ser franceses o por ser monjes. Casi todos son muy
delgados; los mayores, de aspecto más bien descuidado. Entiendo que puede ser
por el voto de pobreza y por no haber mujeres que cuiden la ropa".
"Noto que, por lo general, las mujeres francesas se mantienen delgadas y
tienen el pelo corto, a lo 'chicote'".
Narra, además, de forma muy detallada lo que come,
lo mucho que suda por el calor que hace, que está pensando en dejarse barba,
las veces que lava su ropa, se corta el pelo o limpia su habitación, y analiza
su realidad con circunloquios solo aptos para conocedores de lo que ocurrió:
"He tolerado a mi alrededor, no tanto la
idolatría como la mundanidad (...) a veces, por no herir a personas o no ser
firme con ellas he cedido ante el mal y la maldad, nunca en máxima gravedad;
incluso tapándolo con medias verdades o falsas argumentaciones (...) he estado
adormecido, aletargado, viviendo sin radicalidad, en lucha y contradicción
entre lo que mi corazón me decía, mi cabeza pensaba y mis obras hacían".
En constante oración, le pide a Dios perdón por
haber sido "cobarde" y haber cedido "a favores o favoritismos
personales, en personas ricas y en pobres, bajo la tiranía de los fuertes y
poderosos y la tiranía de los más débiles" y asegura haber sido consciente
de la existencia del demonio:
"Puedo afirmar que he visto el poder del
diablo y la realidad del infierno en mi vida y en el entorno social que me ha
rodeado". En el monasterio francés no experimenta el tiempo pasado como de
ruptura.
Haciendo una metáfora agrícola dice que los días
han sido "de poda, para poder dar más fruto". Allí, en En Calcat, le
cuenta sus pecados al abad emérito: "Ha sido una confesión sacramental
sosegada, como una confesión general, y al final para lo que necesitaba mayor
detenimiento en relación a mis últimos años en Ciudad Rodrigo, además de lo
hablado, le he dejado algunos papeles para que los pueda leer más
despacio".
"CURIOSIDAD MALSANA". No
deja de estar al tanto de lo que pasa fuera y lee los mensajes y correos que le
llegan: "Confieso que agradezco que se acuerden de mí, aunque a la vez no
me gusta el tono ni la forma ni el contenido de algunas frases: oscilan entre
la curiosidad malsana y el darte consejos 'desde fuera'. Me enseñan,
con humildad, a que en las cosas de Dios hay que ser solo testigos y
acompañantes, nunca maestros ni compañeros de curiosidades malsanas. ¡Señor,
perdón por esta confidencia y desahogo!". A veces recibe buenas noticias:
"He tenido contestación de Ciudad Rodrigo. Me comunican que la auditoría
económica diocesana ha sido muy positiva, de lo cual me alegro".
No para en ningún momento de rezar ni de leer
textos de autores sacros y a partir de ellos, reflexionar sobre su vida y las
circunstancias en las que se encuentra: "Creo, Señor, que como a
Jesús tu espíritu me ha conducido al desierto de En Calcat. Se ha servido de
circunstancias 'imprevisibles' para traerme aquí. No he venido con la inocencia
de Jesús. Ni estoy libre de las tentaciones del padre de la Mentira (sic):
egocentrismo, excentricidad, manía persecutoria, melancolía, afectividad descontrolada...". Y
no faltan las comparaciones con personajes de la historia sagrada:
"Me siento como María Magdalena en el
desierto y pido al Señor que mi expiación sea subir al Calvario acompañando a
Jesús, estar al pie de la cruz como ella sin importarme las críticas, las
burlas, el ruido de los martillos, las blasfemias de los hombres...".
Tras los meses de tranquilidad, reflexión y rezos
en el cenobio francés cambia radicalmente de escenario y llega a Bogotá, donde
se da un baño de realidad. Ahí su relato no tiene
tanto que ver con él mismo como con los complejos casos que ve en la parroquia
de Nuestra Señora de las Nieves, que también explica con detalle. Lo llama
"realidades pastorales" y tienen que ver con la extrema pobreza, las
violencias y las enfermedades que viven las personas que la frecuentan.
Es septiembre de 2019 cuando vuelve a Roma (estuvo
en la Navidad del 2018) y es allí donde pasa el confinamiento por la covid.
Reflexiona mucho sobre la nueva situación, el miedo, la solidaridad... y
refleja que "existe la tentación de comer más, sobre todo dulce, en los
momentos de inevitable ansiedad". Humanísimo, siempre y ante todo, Raúl
Berzosa.
¿Y AHORA
QUÉ?
Raúl Berzosa se encuentra en la actualidad en una
parroquia de la República Dominicana y apoya a Francisco Ozoria, arzobispo de
Santo Domingo. Pero recientemente han vuelto las especulaciones sobre su futuro
inmediato, que no contemplan otro escenario que el de volver a España. Y son
muchas: Obispo titular de Menorca, auxiliar en Valencia, Sevilla o Toledo e
incluso director nacional de las Obras Misionales Pontificias, tal y como
publicaba recientemente la web Infovaticana.
Y ahora en Santo Domingo, como obispo misionero, al
servicio del arzobispo de Santo Domingo
Raúl
Berzosa, Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?
El día 15.4.2022, los obispos de la Archidiócesis
de Santo Domingo proclamaron el sermón de las siete palabras. Raúl Berzosa comentó
la cuarta Palabra: ¿Dios mío, Dios mí, ¿por qué me has abandonado.
1.- Un grito desgarrador en boca de Jesucristo...
Leemos en los Evangelios: “Alrededor de la hora
nona exclamó Jesús con fuerte voz: “Elí, Elí, lamá sabactaní?, esto es, “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Cf. Mt 27, 39-47; Mc 15, 29-35).
Acabamos de escuchar, en boca de Jesús, unas
palabras desconcertantes y dramáticas. ¿Cómo es posible que el Hijo de Dios
dijera a su Padre: "¿Por qué me has abandonado?"... Antes, en
Getsemaní, había exclamado: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz, pero
no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39). Él vino a este mundo para
hacer siempre, la voluntad de su Padre (Salmo 39)... Ahora, en los últimos y
más decisivos momentos de su vida, se siente abandonado por Aquel a quien más
amaba y por quien más se sintió amado.
Jesús, cuando expresa esta cuarta palabra, haciendo
suyo el salmo 22, es ya pura pobreza, extremo abajamiento y anonadamiento; está
totalmente desnudo y desvalido, sin nada y sin nadie. Ha perdido no sólo los
bienes materiales y su dignidad, sino hasta la seguridad en su Padre y en los
suyos. Desde la total menesterosidad y vulnerabilidad, grita su abandono y
soledad.
El Amado pregunta a su Padre Amante: "¿por qué
me has abandonado?"... La respuesta no puede ser otra: - “Hijo, porque te
has querido hacer “pecado", has asumido todos los pecados de la
humanidad”. Jesús padeció en Él mismo, lo que nos puede suceder si vivimos y
morimos alejados de Dios por el pecado, en abandono y soledad radicales.
Es la mayor noche del espíritu; la llamada “muerte
teológica”. Ahí nace esta pregunta desgarradora, en forma de grito orante,
bañada en lágrimas y en sangre.
León Felipe, poeta de rupturas extremas, escribe
que, a veces, “la blasfemia se convierte en oración”. Y un insigne exégeta nos
recuerda que “el grito, en boca de los pobres y de los sufrientes, se convierte
en oración escuchada” (Salmo 9, 13).
Jesús vivió la experiencia inmensa de la soledad y
del abandono. Se ha escrito: “Lo prendieron, lo juzgaron en un doble tribunal:
religioso y político; por último, lo clavaron en una cruz; nadie lo defendió;
hasta los suyos lo abandonaron. Cayó sobre Él, el peso y el poder de la ley
religiosa y civil. Murió como morían los vulgares esclavos y los malditos:
fuera del pueblo santo, fuera de la ciudad, excomulgado como un rebelde y
blasfemo al que ni Dios mismo parece auxiliar... ¡Qué pocas veces hemos
meditado lo que significó realmente y hasta el fondo la muerte para
Jesús! Sócrates, por ejemplo, murió como un sabio bebiendo la cicuta y animado
y sereno en compañía de sus discípulos.
Los mártires guerrilleros zelotas del tiempo de
Jesús, crucificados por los romanos, morían conscientes de recibir el paraíso
prometido de Yahvé. Los sabios estoicos griegos demostraban a sus tiranos
que morían siendo superiores a ellos. Pero pocas veces caemos en la cuenta,
porque puede parecer blasfemo o escandaloso, que Jesús murió de otra manera: su
muerte no fue fácil ni bella. Los evangelistas, testigos de la misma, nos
hablan de temblor y temor y de una tristeza mortal y angustiosa de ánimo. Por
eso se comprende humanamente que, hasta sus mejores amigos, los discípulos,
ante este aparente fracaso de su maestro, huyeran y lo abandonaran”.
Sí; Jesucristo “murió solo y abandonado”. Estuvo
solo ante sus acusadores. Los suyos, excepto su Madre y Juan, lo abandonaron en
su camino hacia el Calvario. La condena y la pasión de Jesús, en abandono y
soledad, siguen siendo actuales en nuestros días; se denomina Cristofobia.
Naciones, con larga historia y raíces genuinamente cristianas, reniegan de su
propia identidad y renuncian a su herencia secular. A Jesucristo y al
cristianismo, premeditada y lentamente, se los quiere condenar a la pena de
muerte del olvido y de su desaparición social, cultural, legal y política.
Con un peligro real: cuando desaparecen Jesucristo,
y su Evangelio, desaparece la más profunda y cimentada dignidad humana. Cuando
Dios muere, el hombre muere. Entonces reaparece inevitablemente, una y otra
vez, la misma pregunta en los más sufrientes:
“Señor, Señor, ¿por qué nos has abandonado?”. Y nos
encontramos como el loco del relato Nietzsche, con una lámpara encendida en
pleno día, buscando qué nos queda ya, cuando hemos sido nosotros quienes hemos
abandonado y matado a Dios y, con ello, el sentido más profundo y real de
nuestras existencias...
2.- Un grito profundamente teológico...
Jesús grita: “Dios mío, Dios mío, por qué me has
abandonado”... Grita porque, como hombre, ya no puede más. Grita porque tiene
necesidad del Padre. Grita como gritan los hombres y las mujeres en las
situaciones límites de la vida. Grita para que ya nadie tenga que gritar como
Él gritó. Grita para buscar el sentido y la esperanza al sin-sentido de tanto
dolor y sufrimiento, aún en pleno siglo XXI. Es el grito que supo descifrar un
poeta dominicano:
Qué terrible soledad e inmenso abandono
el sentir que el dolor es mío; tan sólo mío.
¿Acaso debo llorar?... ¿Y de qué me sirve el
llanto?...
Lo que necesito es un manto cosido con amor;
porque entonces, ya no será sólo mío el dolor
sino también suyo; ¡dolor de dos!
En verdad sólo puede compartir el dolor
quien ha compartido, antes, el amor.
Jesús, con su grito estremecedor ha asumido todo
grito y desesperanzas humanos. Y ha hecho suyos nuestros abandonos y nuestros
dramas personales y colectivos. El grito de Jesús no es sólo estética o
inevitable desahogo; es pura y profunda teología, que sólo logramos comprender
cuando lo unimos al artículo del credo, “Descendió a los infiernos”.
Si no hubiera existido un Dios sufriente en nuestra
historia, universal y personal, el mal recaería tan solo sobre nosotros y nos
aplastaría. Por el contrario, porque existe un Dios Emmanuel, que siempre “está
con nosotros”, hasta el mal del abandono y de la soledad han sido vencidos.
También en el momento de la muerte.
3.- Un grito siempre actual en la historia...
Como en otras palabras de Jesús en la cruz,
en esta cuarta, se nos pide saber contemplar el grito de dolor encarnado en la
actualidad de tantos hermanos y hermanas nuestros abandonados, que ni siquiera
se atreven a expresarse o a gritar como Jesús; hacen realidad que “los
sufrimientos y los silencios inconfesables y más hondos, son nuestros personales
infiernos”.
Con humildad y respeto confieso que he palpado
muchas soledades y abandonos de hermanos y hermanas dominicanos de hoy, en esta
bendita y bendecida tierra: los niños haitianos y dominicanos en barrios como
Café, de Herrera; los niños y niñas de la calle; los niños y niñas especiales
no suficientemente atendidos, ni tampoco a sus madres: niños ciegos, sordos, o
con enfermedades poco comunes; el hacinamiento de presidiarios en nuestras
cárceles; los cientos de hermanos sin-techo, abandonados a su suerte, en
nuestras calles; enfermos que no tienen acceso digno a los centros de salud;
los fallecidos en total soledad por la epidemia del Covid; quienes están en los
semáforos, o con sus pequeños carritos callejeros, vendiendo para sobrevivir;
los migrantes sin papeles ni documentación; tantas adolescentes
embarazadas y repudiadas; los adictos a las bancas y casinos, y quienes
lo son a los más variados tipos de toxicomanías; los obligados a ser, y quienes
se ofrecen como mercancía sexual en cabañas, en el malecón o en las esquinas de
los barrios; las viudas y los adultos mayores, enfermos crónicos, crucificados en
su soledad; los arruinados económicamente y los desocupados de larga duración;
los depresivos y enfermos psíquicos sin recursos; las mujeres maltratadas por
la violencia machista; los castigados por leyes y sentencias injustas; los que
sufren el peso y las consecuencias de la corrupción; los acosados por las
redes, en sus más crueles y cobardes formas; los fracasados en sus relaciones
familiares, y quienes han perdido hasta el sentido de su vida...
En todos ellos, y en otros muchos, Jesús sigue
gritando hoy al Padre: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?". La pasión, la soledad y el abandono de Jesús continúan
siendo actuales, aquí y ahora. Lo dijo el filósofo Blas Pascal, parafraseando
al Apóstol Pablo: “A pesar de ser resucitado, Tú, Jesús, estarás en agonía
hasta el final de los tiempos”. ¡Con qué realismo y acierto lo expresó también
la madre Teresa de Calcuta!:Tú exclamas por boca de los desesperados:
“¡Pase de mí este cáliz!”.
Tú preguntas con los torturados: “¿Por qué me haces
daño?”.
Tú sigues siendo condenado injustamente en los
inocentes.
Tú eres coronado de espinas en campos de refugiados.
Tú eres azotado en el dolor de clínicas y
hospitales.
Tú repites la vía del dolor en emigrantes y
exiliados.
Tú sigues abandonado en miles de desesperados.
Sigue siendo verdad que estarás en agonía hasta el
fin de
los siglos...
En Ti, Jesucristo abandonado, escuchamos una y otra
vez:
Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi llenura te colmará.
Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vendré siempre.
Si te pierdes, no dormiré hasta encontrarte.
Si estás cansado, soy tu descanso.
Si pecas, soy tu perdón.
Si me pides, soy don para ti.
Si me necesitas, te digo: “Estoy aquí, dentro de
ti”.
Si te resistes, no quiero que hagas nada por la
fuerza.
Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.
Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.
Si eres infiel, yo soy fiel.
Si quieres conversar, yo te escucho siempre.
Si me miras, verás la verdad de tu corazón.
Si estás en prisión, te voy a liberar.
Si te quiebras, te curo todas las fracturas.
Si estás excluido, yo soy tu aliado.
Si todos te olvidan,
mis entrañas se estremecen recordándote.
¡Si no tienes a nadie, me tienes a mí!
Al final, siempre nos queda una certeza: aunque
nosotros te abandonemos, Señor, Tú nunca nos abandonas. ¡Aunque fuiste
abandonado, Tú no nos dejarás solos jamás!... Como escribe el Apóstol Pablo:
“¿Qué o quién podrá separarnos del amor de Dios?”... “¿La tribulación, la
angustia, la persecución, el hambre, el peligro, la espada?” (Rm 8, 35-36)...
Tu Amor, Jesucristo, hacia cada uno de nosotros es
más fuerte que la misma muerte. En Ti, contigo y por Ti, nunca estaremos solos
ni abandonados. Es nuestro mayor secreto para vivir con autenticidad y
esperanza y poder regalar vida a quien la necesite.
4.- Un abandono esperanzador y fecundo...
Debo concluir: “¿Qué se nos pide en esta cuarta
palabra?”... “¿Cuál es su sentido más original y fecundo?”... -Además de
contemplar al crucificado-abandonado y de estar al lado de los nuevos
crucificados- abandonados de hoy, debemos reforzar una actitud positiva y de
entrega: la expresada y vivida por Carlos de Foucauld, a
quien se canonizará en el próximo mes de mayo. Pidamos al Espíritu Santo, hacer
nuestra la Oración del abandono, porque entonces todo abandono encontrará su
sentido más hondo, pleno y fecundo:
Padre mío, me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí, te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo y lo acepto todo
con tal que tu voluntad se cumple en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón.
Porque te amo y porque, para mí,
amarte es darme y abandonarme
en tus manos sin medida,
con infinita confianza.
Porque Tú eres mi Padre. Amén.
Quien experimenta este abandono positivo, como hijo
de Dios y hermano y discípulo de Jesucristo, a la pregunta “Padre, ¿Por qué me
has abandonado?”, la respuesta no puede ser otra: “Hijo querido, para que,
radicalmente libre de todo, aprendas a abandonarte en mí”. Si así lo hacemos,
no sólo no perderemos nada, sino que ganaremos todo; nuestra vida será
auténticamente el arte de vivir abandonados constantemente en Dios, para que Él
pueda vivir incesantemente en nosotros. Santo Domingo, Viernes Santo
del año 2022
+ Cecilio Raúl Berzosa Martínez, Obispo misionero
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