Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Sabéis interpretar el aspecto de la
tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?
Viernes de la 29ª
semana del tiempo ordinario / Lucas 12, 54-59
Evangelio: Lucas 12, 54-59
En aquel
tiempo, decía Jesús a la gente:
«Cuando veis
subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Va a caer un aguacero”, y
así sucede. Cuando sopla el sur, decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede.
Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo
no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros
mismos lo que es justo?
Por ello,
mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por
llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el
juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel.
Te digo que no
saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla».
Comentario
Saben lo que va
a suceder con solo alzar los ojos. Las nubes del mediterráneo traerán la lluvia
y los vientos del desierto el calor abrasador. Saben «interpretar el aspecto de
la tierra y del cielo» y en función de ello conocen lo que está por venir.
Porque los mismos signos de la tierra se repiten antes de los mismos. Siempre acontece de
la misma manera.
Pero no saben
«interpretar el tiempo presente». El tiempo presente es nuevo. El presente
siempre tiene algo de novedoso, irreductible a la secuencia entre el pasado y
el futuro. Siempre hay algo nuevo bajo el sol. Hay algo en el instante presente
que no es puro movimiento, puro momento entre lo pretérito y el porvenir. Porque
el presente es el punto del tiempo que coincide con la eternidad. El presente
siempre acontece ante Dios. Por eso el instante presente siempre es el lugar en
el que es posible escapar de la secuencia de acontecimientos que encadenan la
línea de la historia. Por eso, el presente es el lugar en el que es posible
convertirse, ante Dios, y saber juzgar «lo que es justo». Interpretar el
presente es reconocer a Dios. Pero esa eternidad que rozamos con los dedos
parece que siempre se nos escapa. Y en seguida volvemos a ser lo que siempre
hemos sido, lo que estamos inclinados a ser.
Por ello, la
eternidad ha entrado en el tiempo, Dios se ha hecho hombre. El «tiempo
presente» no solo está ante Dios, sino que Dios está de lleno en él. En la
carne de la Iglesia «en el camino» que atraviesa la historia. En mi carne, y
también en la de «tu adversario». Es ahí donde uno puede convertirse con
concreto. Ahí habita también la eternidad para nosotros.
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