La Iglesia Hoy | Paolo Ondarza
Sínodo, Rosario por la Paz: no más atrocidades,
quien sufre está en el corazón de la Iglesia
Que cesen las guerras, la violencia, la explotación y
la discriminación, más allá de las diferencias es posible dialogar como
hermanos: es el mensaje que ha salido de la Basílica de San Pedro, donde esta
tarde los participantes en el Sínodo han rezado a la Virgen María, confiándole
la humanidad y la creación.
Los nombres de las numerosas víctimas, pobres y
oprimidas por las tragedias que se suceden, con demasiada frecuencia ante la
indiferencia del mundo, tienen nombre y rostro y están en el corazón de la
Iglesia. Estos nombres han estado en el centro del diálogo y de las oraciones
compartidas en las últimas semanas en el Sínodo sobre la Sinodalidad, y de modo
especial en el Rosario por la Paz que los participantes en la asamblea que se
celebra en el Vaticano desde hace casi un mes han recitado en procesión desde
el atrio de la Basílica de San Pedro hasta el Altar de la Cátedra.
Basta de guerra
Durante la contemplación de los cinco misterios
gloriosos y la oración a la Virgen presidida por el cardenal arcipreste Mauro
Gambetti, resonó ese "¡basta!" a la violencia, la explotación y la
discriminación pronunciado repetidamente por Francisco. "Sumemos nuestra
voz a la del Papa", dijeron los miembros de la asamblea sinodal
procedentes de los más diversos contextos del mundo: "¡Basta ya de guerra,
de violencia atroz y sin sentido! ¡Basta de odios que sólo alimentan odios e
impiden ver otros caminos! ¡Basta de la lógica de la venganza a cualquier
precio por los agravios sufridos! Basta de la creciente inhumanidad que hace
oídos sordos al dolor y las lágrimas de los niños, los ancianos, los
discapacitados y los que no pueden defenderse".
La vida vence a
la muerte
La oración mariana abrazó especialmente a las mujeres,
madres, hermanas, hijas, víctimas de la violencia. "Queremos ser cada vez
más portadores de vida, de esperanza, de paz, especialmente para los que sufren
y están sometidos al horror de la violencia que hoy devasta a tantos
pueblos", "seguir las huellas del Señor resucitado, implorar su luz
para testimoniar que la vida es más fuerte que la muerte y rezar por la paz
para todos", dijeron los participantes en el Sínodo, pidiendo en la oración
a la Virgen María el don de convertirse en "fuente de aliento y esperanza
para todos los que se sienten desfavorecidos, marginados y excluidos".
Más allá de las
diferencias
Aunque partiendo de culturas, historias y países
diferentes, "algunos de los cuales se han levantado en armas los unos
contra los otros", el Rosario por la Paz de esta tarde quería ser un signo
visible del don de Dios de la comunión más allá de las diferencias de cada uno,
experimentado en las últimas semanas en el Vaticano: "sí es posible buscar
juntos caminos para el futuro, partiendo de culturas e historias
diferentes". "A través de esta oración mariana, juntos", dijo
uno de los participantes, "queremos mostrar que es posible respetarse,
encontrarse y dialogar. Aprender a escuchar al otro escuchando al Espíritu, sin
querer que prevalezca el propio punto de vista".
Testigos de la
fraternidad
El Rosario fue también una ocasión para dar gracias al
Señor por el Sínodo sobre la Sinodalidad, calificado de "nuevo
Pentecostés": "Un proceso para buscar la verdad y discernir juntos
los caminos para servir al bien común a la luz del Evangelio". Una oración
también en el signo de la alegría, por tanto, que resonó en la basílica
vaticana: "La alegría de la fraternidad de los bautizados en Cristo",
vivida en el Sínodo, la alegría que nos hace exclamar juntos que Jesús ha
resucitado. Una intención especial se dirigió a la unidad de los cristianos
para que "su testimonio de fraternidad se convierta en fermento de
paz".
Con Francisco,
una Iglesia sinodal para todos
No podía faltar una meditación sobre el cuidado de la
creación. "María, que cuidó de Jesús, cuida ahora del mundo herido":
los participantes en el Sínodo asumen el compromiso de cuidar la casa común,
proteger la naturaleza, crear relaciones más justas, estar cerca de los pobres
y de los que sufren, hacer crecer el amor a imagen del amor trinitario y, en
plena sintonía con los deseos de Francisco expresados también durante la JMJ de
Lisboa, desarrollar una Iglesia sinodal para "todos, todos, todos".
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