La Escuela Económica | Esteban Delgado (@estebandelgadoq)
Engañada y endeudada por
no distinguir la conciencia de la razón
María
es el nombre ficticio, pero ideal para identificar a una joven profesional,
exitosa y de buenas, que protagoniza la historia real, no de una, sino de
decenas, cientos y hasta miles de mujeres a las que les ha pasado, y les pasa,
lo mismo que a ella.
De
una familia relativamente humilde, pero con las condiciones para educarla de
manera adecuada, María estudió en un colegio privado, fue a una universidad
privada, se hizo profesional y consiguió un buen empleo, con un salario
competitivo, por encima del promedio.
Con
casa propia, un carro que le regaló su padre por su graduación y sin necesidad
de hacer ningún gasto más allá de sus necesidades, y caprichos, personales,
María pudiera considerarse feliz, realizada y con la juventud suficiente para
aguantar unos años más antes de tener hijos. Una vida envidiable.
Su
experiencia profesional, en el mundo de las leyes, también ha sido
complementada con las orientaciones constantes y hasta insistentes de su padre,
en relación a la forma de administrar sus recursos y sus relaciones personales,
a los fines de no ser timada y mantener siempre un nivel de ahorro y autonomía
económica adecuados.
Pero,
a pesar de que su padre siempre le ha repetido que “amor no quita
conocimiento”, María entró en una relación amorosa con un joven, casi de su
edad, de procedencia dudosa; vive en República Dominicana, pero sus padres
residen en el exterior y él no puede regresar allá.
Pero
María se ha dejado llevar de sus sentimientos y considera que todo el mundo
merece una segunda oportunidad. Por eso, cuando se enteró de que su “novio”
tiene un hijo en el exterior y que mantiene una relación de pareja con la
madre, le creyó sus explicaciones no sinceras y, también, dejó pasar esa.
Además,
a sabiendas de que su “Romeo” no es el hombre ideal, ni conveniente para ella,
decidió mantener su relación en secreto, sin presentárselo nunca a sus padres,
pues, en ese aspecto, sí hizo uso de su razón, aunque no para su bien, para
deducir que su papi y su mami no lo aprobarían.
Con
el tiempo llegó lo que casi siempre ocurre en estos casos. María consiguió un
mejor empleo, con un salario mucho más alto, mientras su inconveniente novio
labora en una empresa de zona franca y todo lo que gana lo dedica a mantener su
carro de vidrios oscuros siempre en óptimas condiciones.
Le
dijo a María que tiene una deuda con la financiera que le vendió el auto y que
no aguanta los intereses, a lo que María accedió a tomar un préstamo por y para
él.
Pasaron
unos meses y el novio volvió con un “cuento chino” para María; esta vez de unos
compromisos que se le han ido acumulado por tarjeta de crédito y otras deudas,
por lo que su urgencia era consolidarlas en una sola para saldarlas con más
facilidad. ¿El resultado? María, usando más su conciencia que su razón, tomó un
préstamo de 600,000 pesos a un plazo de seis años y se lo entregó todo a su
novio para el saldo de las deudas, para lo cual éste se comprometió a pagarle
la cuota mensual.
El
primer mes el novio le dio la cuota, el segundo también, el tercero le dijo que
solo tenía la mitad y el cuarto ya comenzaron los problemas, porque se niega a
pagar, mientras María ha cargado con la deuda.
Y
ahí, en ese momento, es cuando María reacciona y decide contarles la historia a
sus padres. Cuando ya es tarde, pues a todo esto, María no hizo la más mínima
gestión para que el novio le firmara algún documento de garantía de pago. Nada.
Son
muchas las Marías que han pasado por situaciones similares y al final terminan
buscando refugio en aquellos en quienes no pensó antes de cometer tales
errores, aun con conocimiento de causa: a sus padres.
Ahora
le toca asumir su responsabilidad y ojalá que haya decidido terminar la
relación, pues de lo contrario, seguirá en un círculo vicioso de manipulación y
engaños de parte de ese hombre que nunca la quiso más que para engañarla y
endeudarla, como lo hizo.
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