Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Satanás está perdido
Lunes de la 3ª semana
del tiempo ordinario / Marcos 3, 22-30
Evangelio: Marcos 3, 22-30
En aquel
tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Tiene dentro a
Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los
invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
«¿Cómo va a
echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una
familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para
hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en
casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata;
entonces podrá arramblar con la casa. En verdad os digo, todo se les podrá
perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el
que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su
pecado para siempre».
Se refería a
los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Comentario
Eran escribas y venían de Jerusalén, con el pecho hinchado de orgullo. Ellos ya sabían ya todo de Dios. Conocían y sabían distinguir las cosas del Señor. Y quizá no haya nada más maligno que eso, que dar a Dios pos sabido y sometido al propio control. Por ello hizo Soloviev que su personaje literario del Anticristo tuviera un doctorado honoris causa en teología por la universidad de Tubinga. Pero son ellos los que acusan a Jesús de estar endemoniado…
Dios es
misterio, y su revelación en Jesús no hace sino ahondar ese aspecto
inabarcable. Por eso, Jesús «los invitó a acercarse y les hablaba en
parábolas». En su humanidad Dios está cerca de nosotros. Se aproxima a
nosotros, y permite que su forma de actuar se traduzca «en parábolas», que le
hagan más asequible. Pero no por ello su intimidad y su persona resultan menos
misteriosas. Lo que ocurre con la revelación no es que Dios deje de ser
misterio, sino que viviendo con Jesús nos hacemos nosotros al misterio:
aprendemos a vivir del misterio, a contar con Él, a esperarlo. Vivir de Dios no
es controlarlo; la fe no es una capacidad humana, sino la relación personal con
Jesús, que nos hace contar siempre con Él y con sus obras. Se trata de vivir de
la gracia, de la gratuidad de saber que «todo se les podrá perdonar a los
hombres». Vivir del perdón de Dios significa vivir de su generosidad, vivir
agradecido a Él. Y blasfemar «contra el Espíritu Santo» es negar esa gratuidad
de Dios: significa negar que es el Espíritu de Dios quien nos permite vivir de
Él, y no nuestras capacidades. El que viva de sus propias fuerzas y capacidades
no puede vivir del perdón de Otro y, por ese motivo, «cargará con su pecado
para siempre».
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