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    martes, 20 de febrero de 2024

    20 de febrero: santos Jacinta y Francisco Marto, las estrellas fugaces que iluminaron el mundo


    Fe y Vida | Juan Luis Vásquez Díaz-Mayordomo

     


    20 de febrero: santos Jacinta y Francisco Marto, las estrellas fugaces que iluminaron el mundo

     

    Los hermanos Marto acogieron con «sencillez y pureza» las indicaciones de la Virgen. Ni un solo día dejaron de ofrecer sus sacrificios a Dios

     

    El de Jacinta y Francisco es un caso único en la historia de la Iglesia, porque ambos fueron los primeros niños canonizados sin haber pasado antes por el martirio. Sin embargo, a pesar de no haber padecido persecución hasta la muerte, ambos se ofrecieron como víctimas de reparación por los pecados de la humanidad.

     

    Francisco Marto nació el 11 de junio de 1908 en Aljustrel, una aldea perdida cercana a la parroquia de Fátima. Su hermana Jacinta lo hizo dos años más tarde, el 5 de marzo de 1910. Como todos los niños de su entorno, ninguno de ellos fue a la escuela y bien pronto acompañaron a su prima Lucía a cuidar el rebaño familiar por los alrededores. Según los recuerdos de esta última, Francisco era un niño tranquilo con mucha sensibilidad hacia la música y la naturaleza, mientras que su hermana tenía más predisposición hacia la oración y las cosas de Dios. Sus padres habían recomendado a los niños rezar el rosario mientras estaban en el campo, lo que hacían después de la merienda.

     

    Bio

    ·                     1908: Nace Francisco en Aljustrel

    ·                     1910: Viene al mundo Jacinta

    ·                     1917: Se les aparece la Virgen

    ·                     1919: Francisco muere en su localidad natal

    ·                     1920: Jacinta fallece en Lisboa

    ·                     2017: Son canonizados por el Papa Francisco

     

    Su vida cambió radicalmente en 1916, cuando en tres ocasiones recibieron la visita de un ángel que les pidió orar mucho y ofrecer constantemente oraciones y sacrificios a Dios. Meses después, el 13 de mayo de 1917, los niños fueron testigos de la aparición de la Virgen María. Cerca del mediodía, en lo alto de una encina, vieron «una Señora vestida de blanco y más brillante que el sol», dirían. Después de pedirles que no tuvieran miedo y que volvieran a ese lugar el día 13 de los siguientes meses, les aseguró que irían al cielo tras su muerte, pero que antes tendrían que sufrir mucho.

     

    Al principio, los tres niños acordaron no revelar nada de lo sucedido, pero Jacinta no lo pudo evitar y enseguida lo contó en casa. Fue imposible contener la noticia y el 13 de junio medio centenar de vecinos los acompañó a aquella encina. En julio el número de asistentes se multiplicó y eso provocó ya las primeras persecuciones serias. «Excepto los padres de Jacinta y Francisco, en sus familias nadie creyó a los niños. Ni siquiera los padres de Lucía dieron crédito a la noticia, como tampoco lo hizo el párroco de Fátima. Hasta el alcalde del pueblo les llegó a secuestrar y amenazar de muerte si no se desdecían», explica Jaime Vilalta, experto en estas apariciones marianas y autor del libro Un solo secreto dividido en tres partes. «Los pequeños corrieron un riesgo muy grande, pero Dios suele elegir a los más sencillos para confundir a los sabios», afirma.

     

    Las apariciones de la Virgen de aquellos meses dejaron una honda huella en los tres niños, que a partir de entonces no dejaron de rezar el rosario ni un solo día ni de hacer sacrificios por la conversión de los pecadores. «Hacían mortificaciones que nadie a su alrededor podía percibir y que solo Dios podía ver. Tomaban comidas muy frugales y llegaban a ofrecer su propio pan dándoselo a las ovejas o a los pobres. Fue Francisco el que llevó sus penitencias más lejos», revela Vilalta.

     

    «Jacinta y Francisco son dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas», dijo de ellos Juan Pablo II cuando los beatificó en el año 2000. 17 años más tarde la artista portuguesa Sílvia Patrício utilizó este símil para elaborar los tapices que presidieron la canonización de ambos niños. Representó a cada uno con un candil como los que se utilizaban en su época, el de ella portando la luz tenue de la luna, uno de los elementos icónicos de la Virgen María, y el del niño llevando la luz del Sol que nace de lo alto, Jesucristo.

     

    Jacinta empezó a ofrecer sus sacrificios particularmente por el Papa, a quien había visto en algunas visiones sumido en un gran sufrimiento. Francisco, por su parte, se hizo más contemplativo, deseando aún más la soledad de los campos y visitando con más frecuencia el sagrario.

     

    Pero mientras el fenómeno de Fátima crecía y se hacía notorio en todo el mundo, la vida de los niños empezó a eclipsarse, como estrellas fugaces que iluminan el cielo un momento y luego se apagan. El 23 de diciembre de 1918 Jacinta llamó con urgencia a Lucía para contarle que la Virgen la había visitado de nuevo en su casa. Decía que iba a llevarse pronto a Francisco al cielo, mientras que a la niña le aseguraba un poco más de sufrimiento por los pecadores antes de llevarla con Ella.

     

    Y así, tras contagiarse en la epidemia de la llamada «gripe española» que hacía estragos en el mundo aquellos años, Francisco murió el 4 de abril de 1919 en Aljustrel, mientras que Jacinta lo hizo el 20 de febrero de 1920, sola en un hospital de Lisboa. «Ambos vivieron muy pocos años pero, sus biografías fueron realmente excepcionales —afirma Jaime Vilalta—. Los dos son un modelo para todos por su sencillez y su pureza, y también por su amor hacia el Papa y la Iglesia».

     

    Alfa&Omega.es






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