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    martes, 28 de mayo de 2024

    Fátima: Una guerrera de Dios In Memoriam


    Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín

     


    Fátima: Una guerrera de Dios 

    In Memoriam

     

    En la vida existen personas que Dios nos permite conocer y tener cerca por mucho o poco tiempo y llegan a formar parte de nuestras vidas, llegan a brindarnos cariño, compañerismo, consejos y lecciones de vida y gran fe, Dios nos permite ir junto a ellas en el camino que el trazó para  nosotros.

     

    Hay personas que llegan a nuestra vida, y su sonrisa, su carisma, su ejemplo, su lealtad, compromiso, responsabilidad, hacen que uno les admire, quiera estar a su lado, escuchar su voz, verlos compartir su cumpleaños, Navidad y también aquellos momentos no muy bonitos, como es una enfermedad.

     

    Cuando hablamos de enfermedad, hablamos de un espacio en el tiempo donde la fe, valentía, heroísmo, lucha, se convierten en las armas para enfrentar los retos que trae cada día para seguir la vida.

     

    En ese momento, a muchas personas que como una servidora la conocieron, le llegará a la mente un nombre: Fátima”, una guerrera que Dios envió a este mundo a enfrentar una enfermedad, para ser ejemplo de resistencia hasta el último día de su vida.

     

    Una guerrera de Dios que mantuvo siempre su sonrisa, a pesar de todo el sufrimiento y el dolor, que tuvo que vivir.

     

    Una guerrera de Dios, que mantuvo la esperanza de vivir siempre. Que hizo la voluntad de Dios, sin renegar y sin quejarse de los designios de nuestro Dios.

     

    Una guerrera de Dios, que, al contemplar su rostro alegre y feliz, notaba la vida a sabiendas del puente que tenía cruzar y, nunca tuvo miedo de pasar al otro lado. Estuvo aferrada a Dios sin dudar. Salió a luchar sola muchas veces, fortalecida por Dios quien le daba fuerzas para comer rápido, e irse a sus citas médicas como si fuera una visita al parque.

     

    Una guerrera al saber todo lo que sucedía con su enfermedad. Más, escuchaba el susurro de los ángeles que le decían a cada instante, continua, sigue caminando, tu puedes.

     

    Una guerrera que hizo de la oración y el poder de nuestro Dios su fuerza y compañía, en esos largos días en un hospital.

     

    Esa guerrera de Dios que perdió su cabellera, estuvo llena de esplendor y su carita, nos decía a cada uno de los que la conocimos, la vida es hermosa, valió la pena haber pasado por todo lo que ella tuvo que pasar para llegar hasta donde el plan perfecto de Dios la llevó.

     

    Parece mentira que hoy esté escribiendo sobre ella, pues sólo unos meses atrás, le preguntaba que quería escribir sobre su historia y a pesar de su enfermedad mantenía su ánimo y su bella sonrisa.  Siempre estaba alegre, siempre mantenía su actitud positiva, aunque en sus últimos días, su mirada apacible pero no triste, reflejaba el rostro de Jesús en la cruz. Su dolor, su sacrificio en cama, los días donde le faltó el aire, su vida se desvanecía como el sol cuando llega el ocaso. Aceptando su nuevo camino fuera de lo terrenal, al lugar donde ya no hay sufrimiento, dolor ni enfermedad.

     

    Conocí a Fátima hace muchos años. Todos sus compañeros la vamos a extrañar, nosotros éramos sus hermanos. Perderla físicamente después de tantos años juntos, fue perder un pedacito de nuestra alma…

     

    Es sentir la ausencia de que ya no está, pero al mismo tiempo, es saber que ya está disfrutando de ese lugar donde no hay dolor, donde hay paz y amor.

     

    Cada vez que voy a la cocina del trabajo pienso en ella, y cada vez que vemos su asiento vacío, es verla con su semblante y su mirada serena.

     

    No hay forma de olvidar su cumpleaños en noviembre, ella se lo disfrutaba. En ese hospital, me imagino que dejaste un vacío a todos esos doctores y enfermeras. Ya te conocías todos los procesos que te hacían.

     

    Fátima, para nosotros era una consejera innata, a todos nos daba consejos y como dioscidencia, esos consejos fueron la clave para mejorar parte de nuestra vida. Como si fuera el mismo Dios que la enviara a hablar con muchos de nosotros. Y aunque, el dolor apremiara, su tono de voz lo escuchábamos brillante.

     

    Grace te entregaste en cuerpo y alma al cuidado de Fátima y me dijiste estas palabras para ella: “Fátima, te escribo estas líneas para expresarme y decirte lo mucho que aprendí de ti. Fuiste una gran persona. Una gran mujer. Nunca te diste por vencida. Siempre estuviste firme en tus labores de trabajo, aun con tus condiciones de salud, siempre serás mi mejor ejemplo a seguir. Te amo y te amare siempre”. 

     

    Fátima, al final cuando me despedí de ti, ese último día que te vi, te dije: “Te amamos, te queremos. Recibe paz” y asentías con la cabeza, diciéndome, lo sé… al final me dijiste: “ora mucho por mí”. Me dije en mis adentros cuando te di ese beso de despedida, si no te vuelvo a ver en esta tierra, nos vemos en el cielo. Tu luz brillará en todos los confines de la tierra y siempre vivirás en nuestros corazones.






     

     

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