Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín
Fátima: Una guerrera de Dios
In Memoriam
En la vida existen personas que Dios nos permite conocer y tener cerca
por mucho o poco tiempo y llegan a formar parte de nuestras vidas, llegan a
brindarnos cariño, compañerismo, consejos y lecciones de vida y gran fe, Dios
nos permite ir junto a ellas en el camino que el trazó para nosotros.
Hay personas que llegan a nuestra vida, y su sonrisa, su carisma, su
ejemplo, su lealtad, compromiso, responsabilidad, hacen que uno les admire, quiera
estar a su lado, escuchar su voz, verlos compartir su cumpleaños, Navidad y
también aquellos momentos no muy bonitos, como es una enfermedad.
Cuando hablamos de enfermedad, hablamos de un espacio en el tiempo donde
la fe, valentía, heroísmo, lucha, se convierten en las armas para enfrentar los
retos que trae cada día para seguir la vida.
En ese momento, a muchas personas que como una servidora la conocieron, le
llegará a la mente un nombre: “Fátima”,
una guerrera que Dios envió a este mundo
a enfrentar una enfermedad, para ser ejemplo de resistencia hasta el último día
de su vida.
Una guerrera de Dios que mantuvo
siempre su sonrisa, a pesar de todo el sufrimiento y el dolor, que tuvo que vivir.
Una guerrera de Dios, que mantuvo
la esperanza de vivir siempre. Que hizo la voluntad de Dios, sin renegar y
sin quejarse de los designios de nuestro Dios.
Una guerrera de Dios, que, al
contemplar su rostro alegre y feliz, notaba la vida a sabiendas del puente
que tenía cruzar y, nunca tuvo miedo de
pasar al otro lado. Estuvo aferrada a Dios sin dudar. Salió a luchar sola
muchas veces, fortalecida por Dios quien le daba fuerzas para comer rápido, e
irse a sus citas médicas como si fuera una visita al parque.
Una guerrera al saber todo lo que sucedía con su enfermedad. Más,
escuchaba el susurro de los ángeles que
le decían a cada instante, continua, sigue caminando, tu puedes.
Una guerrera que hizo de la oración
y el poder de nuestro Dios su fuerza y compañía, en esos largos días en un
hospital.
Esa guerrera de
Dios que perdió su cabellera, estuvo llena
de esplendor y su carita, nos decía a cada uno de los que la conocimos, la vida
es hermosa, valió la pena haber pasado por todo lo que ella tuvo que pasar para
llegar hasta donde el plan perfecto de Dios la llevó.
Parece mentira que hoy esté escribiendo sobre ella, pues sólo unos meses
atrás, le preguntaba que quería escribir sobre su historia y a pesar de su enfermedad mantenía su ánimo y su bella sonrisa. Siempre estaba alegre, siempre mantenía su
actitud positiva, aunque en sus últimos días, su mirada apacible pero no
triste, reflejaba el rostro de Jesús en la cruz. Su dolor, su sacrificio en
cama, los días donde le faltó el aire, su vida se desvanecía como el sol cuando
llega el ocaso. Aceptando su nuevo camino fuera de lo terrenal, al lugar donde
ya no hay sufrimiento, dolor ni enfermedad.
Conocí a Fátima hace muchos años. Todos sus compañeros la vamos a
extrañar, nosotros éramos sus hermanos. Perderla físicamente después de tantos años juntos, fue perder
un pedacito de nuestra alma…
Es sentir la ausencia de que ya no está, pero al mismo tiempo, es saber
que ya está disfrutando de ese lugar
donde no hay dolor, donde hay paz y amor.
Cada vez que voy a la cocina del trabajo pienso en ella, y cada vez que
vemos su asiento vacío, es verla con su semblante y su mirada serena.
No hay forma de olvidar su cumpleaños en noviembre, ella se lo
disfrutaba. En ese hospital, me imagino que dejaste un vacío a todos esos
doctores y enfermeras. Ya te conocías todos los procesos que te hacían.
Fátima, para
nosotros era una consejera innata, a todos nos daba consejos y como
dioscidencia, esos consejos fueron la clave para mejorar parte de nuestra vida.
Como si fuera el mismo Dios que la
enviara a hablar con muchos de nosotros. Y aunque, el dolor apremiara, su tono de voz lo escuchábamos
brillante.
Grace te entregaste en cuerpo y alma al cuidado de Fátima y me dijiste
estas palabras para ella: “Fátima, te escribo estas líneas para expresarme y
decirte lo mucho que aprendí de ti. Fuiste una gran persona. Una gran mujer. Nunca te diste por vencida. Siempre
estuviste firme en tus labores de trabajo, aun
con tus condiciones de salud, siempre serás mi mejor ejemplo a seguir. Te amo y
te amare siempre”.
Fátima, al final cuando me despedí de ti, ese último día que te vi, te
dije: “Te amamos, te queremos. Recibe paz” y asentías con la cabeza, diciéndome,
lo sé… al final me dijiste: “ora
mucho por mí”. Me dije en mis adentros cuando te di ese beso de despedida,
si no te vuelvo a ver en esta tierra, nos vemos en el cielo. Tu luz brillará en todos los confines de la
tierra y siempre vivirás en nuestros corazones.
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