Evangelización | Carlos Pérez Laporta
Donde está tu tesoro, allí estará tu
corazón
Viernes. San Luis Gonzaga, religioso / Mateo 6, 19-23
Evangelio: Mateo 6, 19-23
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra,
donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y
los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los
roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro, allí
estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu
cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará
a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!».
Comentario
Nos pasamos la vida trabajando para conseguir los
bienes suficientes para vivir, y vivir bien. Pero los «tesoros en la tierra […]
la polilla y la carcoma los roen». La vida pasa. Es inevitable porque la vida
consiste precisamente consiste en eso, en pasar. No se puede permanecer inmóvil
y estático. Nada queda nunca en nuestras manos. Por mucho que nos aferremos,
por mucho que acumulemos, todo pasa y pasamos nosotros. La seguridad que nos
dan los bienes respecto de la vida es una sombra y un engaño, y termina por
desvelarse en el corazón como una fuente de angustia. Por eso, dice Jesús «no
atesoréis para vosotros tesoros en la tierra». No se trata de no tener bienes,
sino de no atesorar; de no hacer de los bienes
nuestro más alto tesoro. El problema no es que la vida sea pasajera, ni que los
bienes también pasan. El problema es que el corazón ahí trata de hacer un
movimiento inverso: trata de retener la vida, de detener su curso; intenta
hacerse de alguna manera eterno. No se puede buscar estaticidad en lo que es
móvil y pasajero. Es entonces cuando el corazón se angustia preso de la
corriente de lo pasajero.
No se trata por tanto de vivir como si el mundo
pasajero no existiera en absoluto, fija nuestra vista en lo que no pasa. No se
trata de vivir fuera del mundo, de esperar sólo y exclusivamente el cielo. El
cristiano mira y admira los lirios del campo y la hierba, que «hoy existe y
mañana será echada al fuego» (Mt 6, 30).
Por tanto, cuando Jesús dice «haceos tesoros en el
cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roe», no está diciendo que
vivamos como si este mundo pasajero no importase. Lo que pretende es que
nuestro corazón haga el mismo movimiento de la vida: en lugar de aferrarse a
este mundo, que el corazón viva su naturaleza transitoria y pase con este mundo
hacia el otro. Que el corazón se abrace a este mundo en su profundidad para
correr con él hacia lo que este mundo significa: todo en este mundo es signo
del otro. Atesorar en el cielo significa vivir esta vida buscando su
profundidad celeste. El tránsito de todas las cosas y de nuestra existencia no
es negativo ni opuesto al cielo, sino el camino hacia él. «Donde está tu
tesoro, allí estará tu corazón», significa que nuestro corazón se atreva a
atesorar el cielo que significa cada cosa que pasa ante nuestros ojos. Se trata
de correr hacia el cielo al recorrer el mundo.
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