Vida Religiosa | Stefania Falasca*
Oración por el beato Juan
Pablo I
Con ocasión de
la memoria litúrgica del beato Juan Pablo I, la postulación para la causa de
canonización publicó el texto de una oración por su intercesión. El 26 de
agosto de 1978 había sido elegido sucesor de Pedro
El 26 de
agosto se celebró la memoria litúrgica del beato Juan Pablo I, cuyo nombre era
Albino Luciani (1912-1978). Beatificado el 4 de septiembre del 2022 en la Plaza
de San Pedro por el Papa Francisco, su memoria se celebra el día de su elección
como Pontífice.
Tras un
Cónclave rapidísimo, de sólo veintiséis horas de duración, con un consenso casi
plebiscitario, el 26 de agosto de 1978, Albino Luciani había ascendido al trono
de Pedro. O mejor dicho, había descendido a él, como Servus servorum
Dei, rebajándose al vértice de autoridad que es el del servicio querido por
Cristo, que en la agenda personal del pontificado estampaba, con estas
palabras, ser ministros en la Iglesia: «Servidores, no dueños de la Verdad».
En el momento
exacto de su elección como Obispo de Roma, el cardenal argentino Eduardo
Francisco Pironio lo recordaba así:
“Yo estaba
justo delante de él, mirándolo. Y todos éramos cardenales esperando su sí. Su
sí a Cristo, un sí a la Iglesia como servidora, un sí a la humanidad como buen
pastor. Lo veía con una profunda serenidad, que procedía de una interioridad
que no se improvisa”
Y con motivo
de su conmemoración, la postulación difundió ayer la nueva oración compuesta
para implorar la intercesión del beato y pedir su canonización.
Oración por la canonización e intercesión del beato
Juan Pablo I
·
Beato Juan Pablo I
·
tú que con la palabra y el ejemplo
·
nos enseñaste a vivir la gracia del Bautismo
·
y el don de la fe, de la esperanza y de la caridad
·
tú que fuiste modelo de sencillez evangélica
·
y nos mostraste la sabiduría de la humildad
·
tú que, como Pontífice, te hiciste cercano a todos
·
y, mensajero de la Buena Nueva
·
has manifestado amor a los pobres
·
y has dado testimonio de la misericordia «eterna» de
Dios que «es papá, y más aún es madre»
·
tú que has perseguido la unidad, el diálogo, la paz
·
siguiendo a Cristo Príncipe de la Paz;
·
reza por la Iglesia a la que tanto has amado y
servido,
·
ruega por nosotros,
sus hijos
·
y obtennos del Señor que te sigamos
·
por el camino de las virtudes y de las
bienaventuranzas.
·
Concédenos ahora,
Señor
·
por intercesión del beato Juan Pablo I
·
la gracia que con fe te imploramos...
·
Y, si tal es tu voluntad, permite que sea canonizado
para gloria de tu nombre y bien de tu Iglesia.
·
Por Jesucristo
nuestro Señor. Amén
IMPRIMATUR OFFICIUM POSTULATORIS
La estampita con la oración por Juan Pablo I
La actualidad de su mensaje
En el «único y
singular oficio de la Cátedra romana que preside la caridad universal», el
pontificado de Albino Luciani había comenzado el 26 de agosto de 1978 con
gestos que testimoniaban la decidida voluntad de redescubrir la dimensión
esencialmente pastoral del oficio papal.
Entre ellas,
es singular que la primera decisión tomada nada más ser elegido no fuera la de
abrir inmediatamente el Cónclave invitando a los cardenales ancianos que se
habían quedado fuera a escuchar, con el resto del Colegio, su primer mensaje al
mundo. En ese mensaje Urbi et orbi, pronunciado el 27 de agosto de
1978, se trazaba claramente el rumbo, no sólo de su pontificado, con los seis
«queremos» programáticos.
«Volumus» en
el que, en varias ocasiones, declaró por todos los medios continuar la
aplicación del Concilio Vaticano II preservando su legado e impidiendo su
deriva. Estos son los seis «testamentos» señalados por Juan Pablo I:
«Queremos
continuar en la prosecución del legado del Concilio Vaticano II, cuyas sabias
normas deben aún ser guiadas hasta su culminación [...]. Queremos mantener
intacta la gran disciplina de la Iglesia [...] tanto en el ejercicio de las
virtudes evangélicas como en el servicio a los pobres, a los humildes, a los
indefensos… Queremos recordar a toda la Iglesia que su primer deber sigue
siendo el de la evangelización para anunciar la salvación [...]. Queremos
continuar el compromiso ecuménico... con atención a todo lo que pueda favorecer
la unión [...]. Queremos continuar con paciencia y firmeza en ese diálogo
sereno y constructivo que Pablo VI puso como fundamento y programa de su acción
pastoral [...]. Por último, queremos alentar todas las iniciativas que puedan
salvaguardar y acrecentar la paz en el mundo turbado».
Éstas son
exactamente las prioridades en el proyecto de un Pontífice que tenía la clara
intención de hacer avanzar a la Iglesia por las vías indicadas por el Concilio,
y así lo hizo. «Me explico. En el Concilio estuve presente y firmé en 1962 el
mensaje de los Padres al mundo… También firmé la Gaudium et spes»,
dijo durante la audiencia general sobre la esperanza, el 20 de septiembre.
«Cuando Pablo
VI sacó la Populorum progressio me conmoví, me entusiasmé,
hablé, escribí.
Aún hoy estoy
verdaderamente persuadido de que nunca se hará lo suficiente por parte de la
jerarquía, del Magisterio, para insistir, para recomendar el diálogo sereno y
constructivo, en los grandes problemas de la libertad, de la promoción del
desarrollo, del progreso social, de la justicia y de la paz; y los laicos nunca
se comprometerán lo suficiente en la solución de estos problemas».
Y la
afirmación que sigue – omitida en las ediciones oficiales – aunque
inmediatamente rebatida por las cancillerías, sigue conduciendo directamente a
esos compromisos enumerados que tejen y cifran su breve pontificado,
particularmente en el frente de la búsqueda de la paz: «En estos momentos, nos
llega un ejemplo de Camp David. Anteayer el Congreso norteamericano prorrumpió
en aplausos que también escuchamos cuando Carter citó las palabras de Jesús:
‘Bienaventurados los que trabajan por la paz’. Espero de verdad que ese aplauso
y esas palabras entren en el corazón de todos los cristianos, especialmente en
el de nosotros, los católicos, y nos conviertan en verdaderos constructores y
artífices de paz».
Por otra
parte, precisamente el fomento de la reconciliación y la fraternidad entre los
pueblos, invitando a colaborar para «la edificación, el muy vulnerable
incremento de la paz en el mundo turbado» y frenando los nacionalismos, ya que
en el interior de las naciones «la violencia sólo destruye y sólo siembra
escombros» se sitúa – junto al compromiso ecuménico e interreligioso,
documentado por la apretada agenda de audiencias con representantes de Iglesias
no católicas – como una prioridad en el discurso programático de Juan Pablo I.
El compromiso
ecuménico e interreligioso por la unidad, la fraternidad y la paz teje todo el
mes de su pontificado. Y es significativo del deseo de fomentar la unidad con
las Iglesias hermanas de Oriente, cómo ya en la homilía del 3 de septiembre,
había nombrado en los saludos a todo el pueblo, después de los cardenales, a
los patriarcas de las Iglesias orientales, mención luego suprimida del texto
oficial.
El 2 de
septiembre se reunió en audiencias sucesivas, en la biblioteca privada, con
delegados de numerosas confesiones no católicas, presentes después en la
celebración del 3 de septiembre. El Papa expresó la necesidad de continuar el
diálogo entre las comunidades cristianas iniciado por el Concilio y de buscar
en la oración la unidad querida por Cristo.
La mañana del
5 de septiembre se dedicó también a las audiencias con las delegaciones de las
Iglesias y comunidades no católicas reunidas en Roma. Durante estas audiencias,
el Metropolita de la Iglesia Ortodoxa Rusa Nikodim (1929-1978), de Leningrado y
Nóvgorod, Exarca Patriarcal para Europa Occidental y Presidente de la Oficina
del Patriarcado de Moscú para las Relaciones entre las Iglesias Ortodoxas y las
demás Iglesias, murió repentinamente en sus brazos.
Son
perspectivas que retoma también en el discurso al cuerpo diplomático
pronunciado el 31 de agosto, en el que define la naturaleza y la peculiaridad
de la acción diplomática de la Santa Sede, que brota de una mirada de fe y se
dirige – en la estela «de la Constitución conciliar Gaudium et spes como
en tantos mensajes del difunto Pablo VI» – a la gran diplomacia que ha dado
muchos frutos a la Iglesia alimentándose de la caridad.
En continuidad
con Juan XXIII y Pablo VI, Juan Pablo I ilustra la contribución que la Iglesia
puede aportar a la construcción de una humanidad fundada en la fraternidad:
tanto a nivel internacional, colaborando en la búsqueda de las mejores
soluciones para la paz, la justicia, el desarrollo, el desarme y la ayuda
humanitaria, como a nivel pastoral, colaborando en la formación de las
conciencias de los fieles y de todos los hombres de buena voluntad.
Así, el 4 de
septiembre, al recibir a los más de cien representantes de las misiones
internacionales, retomó los mismos motivos, subrayando que «nuestro corazón
está abierto a todos los pueblos, a todas las culturas y a todas las razas» y
afirmaba:
«No tenemos,
por supuesto, soluciones milagrosas para los grandes problemas del mundo, pero
podemos dar, sin embargo, algo muy precioso: un espíritu que ayude a
desentrañar estos problemas y a situarlos en la dimensión esencial, la de la
apertura a los valores de la caridad universal... para que la Iglesia, humilde
mensajera del Evangelio a todos los pueblos de la tierra, pueda contribuir a
crear un clima de justicia, fraternidad, solidaridad y esperanza, sin el cual
el mundo no puede vivir».
Bastan estas
consideraciones límpidas y básicas pronunciadas hace cuarenta y seis años por
un Papa que pasó treinta y cuatro días en el trono de Pedro para reflexionar
sobre la actualidad apremiante de su mensaje, que lo une al del actual Obispo
de Roma. Y cuán importante fue el gesto de crear una Fundación vaticana
dedicada a Juan Pablo I para que su legado teológico, cultural y espiritual
pueda ser plenamente revivido y estudiado.
* postuladora
de la causa de canonización de Juan Pablo I y vicepresidenta de la Fundación
Vaticana Juan Pablo I
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