Meditaciones | Sandy Yanilda Fermín
Restaura
la casa de tu corazón
Imaginas una casa abandonada, hierbas a
su alrededor, sin pintura, puertas y ventanas rotas, triste, sin vida, simplemente
con poca esperanza de reconstrucción. Ahora imagina un corazón roto en varios
pedacitos pequeños, roto por engaños, golpes fuertes, pérdida de un familiar,
situaciones económicas.
Reparar una casa, es parecido a un
árbol que está cambiando sus hojas, el árbol queda con su ramas descubiertas,
su ropaje de hojas verdes ha caído, pero este tiempo desnudo, es un tiempo de descanso y renovación
para su nueva vestidura en la primavera.
Así como una casa abandonada y los
árboles se restauran, así nuestro corazón entra en un desierto espiritual
cuando necesita de la fuerza de Dios, que pudiera parecer de estancamiento, sin
embargo, es en esos momentos, donde
nuestras raíces espirituales se están fortaleciendo. Así como el árbol
florece, la vida nuestra también florecerá en la Fe, mientras perdure el
proceso de restauración del corazón, ya que Dios está restaurando, removiendo
todos los obstáculos que impiden nuestra felicidad y, donde pareciera no haber
solución. Restaurar las cicatrices de un corazón quebrantado y humillado,
conlleva tiempo, pero recordemos, no
estamos solos en nuestras batallas, Dios está con nosotros.
Así como el rio recibe agua nueva en
todo momento, así nuestra vida en Dios
se restablece, cada vez que renovamos nuestras fuerzas, como las águilas. En
Isaías 19, nos dice que el abrirá nuestro corazón, para hacer algo nuevo y para
darnos nuevas fuerzas. Nos ofrece energía y renovación y nos fortalece en los momentos
que caemos y perdona todas nuestras maldades (Salmo 103).
Imaginemos un carro viejo, detenido sin
poder funcionar. Para poder correr, habría que cambiar todas las piezas
antiguas y ponerle nuevas. Así Dios nos coloca un corazón nuevo y se convierte
en nuestro mecánico favorito. Dios
continuamente está renovando y restaurando nuestra vida, para enfrentar
cualquier desafío.
Dios
actúa de manera misteriosa y remueve
todo hasta lograr fortalecernos, pero lo hace en medio de nuestra soledad, tras
bastidores y, es como si estuviéramos en
las manos de un alfarero, listos y preparados para moldear nuestro destino
divino, por eso le pedimos a Dios que nos de un corazón de barro, que tenga su
sencillez y que, con su luz, podamos perdonar como él nos perdona.
Por eso, cuando
Dios quiere restaurarnos, nos envía momentos de aislamientos, para fortalecer
nuestra alma. Para moldear y transformar
nuestro corazón nos lleva a su taller, el taller de la oración. Nos permite
estar en soledad, este es un momento para prepararnos, así como lo hizo con Moisés
en el desierto. Para Moisés fue un periodo crítico de desafío, sin embargo, fue
la manera de prepararse para liberar el pueblo de Israel.
Si Jesús, que
no necesitaba prepararse, fue al desierto, imagínense nosotros. Más aun, deberíamos entrar al desierto
espiritual de nuestras vidas para cultivar una relación más íntima con él. El desierto fue un momento sagrado para
Jesús, Moisés, Elías, para Juan el Bautista. Para nosotros también debería
serlo, porque aislarnos, nos ayuda a
eliminar todo lo que nos aparta de él.
Imaginen el
corazón de la virgen Maria al ver a Jesús en la cruz, aunque su corazón estaba
destruido por el dolor, tenía la
confianza puesta en Dios, de que, aunque el corazón de Jesús fue traspasado
por la lanza, entregó su vida por todos nosotros, era necesario para la
salvación del mundo.
La quietud nos
rodea y al principio puede parecer un poco incómoda, es como si fuera una introspección
hacia nuestros adentros y ver nuestra vida
a la luz de la palabra de Dios, es estar en la presencia divina del Espíritu
Santo.
La oración no
solo se convierte en un medio para pedir, sino que nos sentimos en comunión con
nuestro creador. Vertimos nuestro corazón, nuestras luchas y nuestros temores. Vemos
como nuestra fe es purificada y probada. Eso me recuerda la canción: “Purifícame y lávame, renuévame, y restáurame,
Señor con tu poder”.
Aunque
físicamente estamos solos, a nivel espiritual no lo estamos, porque Dios está
con nosotros. Es un inmenso crecimiento espiritual, para dejar atrás todo
aquello que nos aleja de Dios y seguir al único que es fuente de vida eterna:
Jesús.
Él nos lleva a
estos tiempos para equiparnos con sabiduría y su fuerza, los cuales
necesitaremos para los desafíos que vamos a enfrentar. Es un tiempo de confiar en el Sagrado Corazón de Jesús.
Cuando Dios nos
aparta del ruido del mundo, Es para reflexionar. Imaginen el tiempo de aislamiento
que tuvo San Pablo, fue un momento difícil, pero fue un encuentro maravilloso con
Jesús, ya que ese momento fue el tiempo
perfecto para la misión magnifica que Dios le tenía, y convertirlo en el apóstol
más influyente, no solo de su época, sino que aún resuena en nuestros días.
Podemos entrar
en un desierto espiritual y enfrentamos con nuestras dudas, pero este desierto
es donde Dios nos va a preparar, no nos resistamos, sino que abracemos este
tiempo, Dios está obrando, aunque no lo veamos, como dice la canción de
Ambiorix Padilla: “Dios se calla, pero
no se va, no me dio lo que he pedido, quiso darme mucho más”, por eso
confiemos que después del desierto, veremos la tierra prometida. Dios está
poniendo los cimientos para el futuro y prepararnos para algo mejor.
Al restaurar
nuestro corazón, Dios nos revela el propósito que tiene para nosotros, confiemos
en su tiempo perfecto. Nos lleva a un capítulo
nuevo en nuestra vida, más alineados a su voluntad, a su fidelidad, ya que
él es un amigo que nunca falla.
Te invitamos a
vivir este tiempo de restaurar tu
corazón, como un tiempo para crecer en la fe. Dejar que Jesús trabaje en
nuestro corazón y veremos al final como crecemos espiritualmente de una manera
sorprendente, fortalecidos y preparados para los planes de Dios. Restaurados y
limpios de corazón con el amor de Jesús.
Por eso cantemos siempre al Señor: “Renuévame Señor
Jesús, ya no quiero ser igual, porque todo lo que hay dentro de mí corazón,
necesita más de ti”.
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