Fe y Vida | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
20 de septiembre: santos mártires
coreanos, al martirio por contagio
La Iglesia celebra cada 20 de septiembre la memoria de
los mártires que sembraron con su sangre la fe en Corea, modelo de comunidad
firme aun en medio de las más crueles persecuciones
Son dos las características que hacen de la Iglesia en
Corea una Iglesia muy especial: la iniciativa de los laicos y la marca de la
persecución.
Lo normal es que la fe prenda por el impulso de un
misionero que llega a un lugar desde algún país lejano. En el caso de Corea no
es así. Antes de que desembarcara el primer misionero foráneo, en el siglo XIX,
ya había allí una comunidad de más de 1.000 cristianos, todos ellos bautizados
por laicos.
La explicación se haya en la curiosidad que impulsó a
varios diplomáticos coreanos a visitar una comunidad de jesuitas en Pekín. Al
volver a su país se llevaron varios libros sobre esa religión desconocida de la
que nunca habían oído hablar y el impacto fue tal que uno de ellos volvió para
conocer más y para ser bautizado. Esa fue la chispa que provocó el contagio de la fe al volver a su país y comenzar a
bautizar a nuevos fieles.
Los coreanos escribieron al Papa Pío VII pidiendo
sacerdotes, y la Santa Sede envió a tres franceses de la Sociedad de Misiones
Extranjeras, que al cabo de solo dos años fueron martirizados. Lorenzo Imbert,
Pedro Maubant y Santiago Castan avivaron aquella pequeña comunidad de católicos
para luego acabar asaeteados, cortadas las orejas, atravesados los oídos y
torturados con cal viva por negarse a dar los nombres de los fieles nativos.
Pero la semilla estaba plantada. Los franceses habían
enviado a formarse a Macao a tres jóvenes, entre ellos Andrés Kim Taegon, el
primer sacerdote nativo, que tras ser ordenado volvió a Corea en 1843. Tenía la
misión de preparar el terreno para nuevos misioneros, buscando pasos seguros de
modo que pudieran esquivar los puestos fronterizos. Tres años después le
detuvieron y fue decapitado. Entre sus pertenencias se descubrió una carta que
decía: «En este difícil tiempo, para vencer se debe permanecer firme, como
valientes soldados».
Orgullo de la Iglesia local
La liturgia también recuerda a Pablo Chong, laico,
hijo y hermano de mártires. Viajó hasta ocho veces a Pekín para pedir al obispo
que enviara misioneros. Mientras, hizo de catequista clandestino y llevó el
credo a muchos hogares. Al ser detenido confesó abiertamente su fe y fue
decapitado.
La Iglesia celebra la memoria de Andrés Kim y de Pablo
Chong junto a la de otros 101 coreanos que fueron canonizados por san Juan
Pablo II en Seúl el 6 de mayo de 1984. El Papa Francisco beatificó a otros 124
en su visita de 2014, pero se calcula que son más de 8.000 los coreanos que
perdieron la vida por su fe en tan solo 30 años.
«Aquí la Iglesia les tiene mucha devoción», asegura
Ester Palma, misionera española de los Servidores del Evangelio en Daejeon
(Corea del Sur). «Cuidan mucho sus santuarios, los lugares donde nacieron y
donde murieron, y también se tiene muy presente la memoria de los mártires
anónimos».
El año que viene, la comunidad local celebrará los 200
años de los nacimientos de Andrés Kim y de Tomás Choe, los dos primeros
sacerdotes coreanos, una pequeña muestra de la identidad martirial de la
Iglesia en esta parte del mundo. «Miles de cristianos han dado la vida aquí. La
Iglesia coreana vive mucho de sus raíces. Para ellos es un orgullo tener esa
espiritualidad martirial», finaliza Ester.
Elegir a Jesús o seguir al mundo
«Vivieron y murieron por Cristo, y
ahora reinan con Él en la alegría y en la gloria», dijo el Papa Francisco en
Seúl en 2014, al beatificar a 124 mártires nativos. Todos ellos, junto a los
miles que fueron asesinados durante aquellas tres décadas de persecución,
«tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo, y sabían el precio de ser
discípulos». Por eso, «la alegría con la que afrontaron su muerte», así como
«su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron»,
constituye un testimonio «de la rica historia del pueblo coreano».
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