Fe y Vida | Ester Medina
3 de diciembre: san Francisco Javier,
el viajero que «estaría con los refugiados»
Este navarro fue uno de los fundadores de la Compañía
de Jesús. Con un «arrojo y valentía extraordinarios», sus cartas desde Asia se
leían con avidez en toda Europa
Se piense en él como en un aventurero entusiasta o
como en un gran hombre de fe, san Francisco Javier ha pasado a la historia como
el referente por antonomasia de las misiones, de las que es copatrono. Nació en
1506 en el castillo de Javier, situado en Navarra y
perteneciente a su familia. De joven, probablemente nunca se hubiera imaginado
que marchar a París para comenzar sus estudios universitarios en el colegio de
Santa Bárbara le cambiaría radicalmente no solo sus planes —hacer la carrera
eclesiástica con la meta de ocupar altos cargos—; sino toda la vida. Sus
compañeros de habitación, Pedro Fabro e Ignacio de Loyola, acabaron siendo sus
mejores amigos y, sobre todo, compañeros de fe. Aunque el primero también
terminó siendo jesuita y beato, fue el segundo el que le revolucionó el
corazón, repitiendo hasta que le fue calando: «¿De qué le sirve a un hombre
ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?».
En 1534, junto con Ignacio y los otros primeros cinco
miembros de la Compañía de Jesús, hizo sus votos en la capilla de Saint-Denis
en Montmartre. Tres años más tarde se ordenó sacerdote en Venecia. Además, en
ese tiempo ayudó en la fundación de la Compañía y en la redacción de sus
constituciones.
A partir de ese momento comenzó el gran periplo
de Francisco Javier por el mundo. En marzo de
1540 se solicitaron misioneros dispuestos a predicar el cristianismo en la
India, tarea que le fue encomendada al joven sacerdote. Salió de Portugal al
frente de la vertiente misionera de la expedición. Portaba una carta del Papa
Pablo III en la que le nombraba nuncio apostólico. Esto le otorgaba autoridad
sobre el clero de Goa, que era la capital del Imperio portugués en la India y a
donde se dirigían. Así, Francisco Javier se lanzó al mar el día de su 35
cumpleaños y se convirtió en el primer jesuita misionero.
Primer europeo en Japón
Después de 13 meses de travesía, llegaron a Goa, donde
evangelizaron tanto a los europeos como a locales, ya que pronto aprendió su
idioma. Pero no se quedó mucho tiempo allí, ya que poco después emprendió el
viaje para visitar otros asentamientos portugueses de la costa. En la península
de Malasia conoció a un japonés que le habló de su país y así fue como, en
1549, Francisco Javier pisó Japón. De hecho, aquel desembarco se considera el
inicio de las primeras relaciones conocidas con el país nipón.
«Podríamos decir que fue como un reportero para el
mundo culto de Europa, ya que sus cartas se leían con avidez en las
universidades occidentales porque transmitían una visión distinta de las
culturas», destaca el jesuita y escritor Pedro Lamet en conversación con Alfa y Omega. Además, recalca el «arrojo y valentía
extraordinarios» de este santo, que «nunca alardeó de su posición como nuncio,
sino que vivió muy pobremente al lado de los que menos tenían y los que se
jugaban la vida, como los pescadores». Apenas tres años después volvió a la
India y, con la idea de entrar en China, se estableció en la isla de Sancian
(hoy Shangchuan), que era a la vez refugio de contrabandistas chinos y base
para los mercaderes portugueses. En aquel lugar murió este santo, en medio de
la enfermedad y altas fiebres. Su cuerpo fue trasladado a la iglesia del Buen
Jesús, en Goa. En 1622 fue canonizado por el Papa Gregorio XV.
Lamet, que ha escrito la biografía El aventurero de Dios (Mensajero) sobre el santo
navarro, relaciona esta vida de santidad con la actualidad: «Seguramente hoy en
día Javier se iría a los cayucos y a los campos de refugiados; a llevar la fe,
pero sobre todo con el compromiso de la justicia. Los jóvenes necesitan de este
santo su idealismo, su compromiso y su entregar la vida entera».
De las aguas
Era 1546 cuando en plena travesía
se levantó una gran tempestad. Según el relato de un testigo, Francisco Javier
se quitó el crucifijo del cuello y se le cayó al mar. Cuando arribaron a la
isla indonesia de Seram y echaron a andar por la playa, un cangrejo salió del
agua con el crucifijo del santo entre sus pinzas. Hoy en día, esa joya es
patrimonio nacional de España y se encuentra expuesta en el Palacio Real de
Madrid.
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