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    miércoles, 12 de febrero de 2025

    Fátima: Un Testimonio de Solidaridad y Amor


    Fe y Vida | Yris Rossi

     


    Fátima: Un Testimonio de Solidaridad y Amor

     

    Desde que éramos niñas, mi hermana Fátima ya poseía esa cualidad tan rara que parece nacida de un rincón secreto del alma. No eran sus ojos ni su sonrisa lo que destacaba, sino algo más profundo, algo que no puede expresarse con palabras. Fátima tenía un don, uno que ni ella misma sabía que poseía y que, de alguna manera, a todos los que la conocían, nos tocaba con una delicadeza que transformaba todo a su alrededor.

     

    Mi hermana Maritza y yo, como si ya entendiéramos algo que el resto del mundo no veía, solíamos mirarla con admiración, reconociendo que su vida era un testimonio vivo de algo más grande que nosotros. "Mira, Fátima," decíamos, "no necesitas hacer nada para ser especial. Eres el ejemplo de lo que significa dar sin pedir", y ella con esa humildad que parecía nata, siempre respondía con una sonrisa leve, como si de veras no entendiera lo que decíamos. Porque para Fátima, ofrecer amor, dar consuelo, tender una mano, era simplemente lo que hacía cualquier persona decente. Sin dramatismos, sin expectativas.

     

    A medida que la vida la llevó por senderos que cruzaban a personas de todas las clases, razas, culturas, su generosidad no hizo sino crecer. No entendía de distinciones. Para ella, la humanidad no se fragmentaba en los que eran su sangre y los que no lo eran. Cada ser era un reflejo de sí misma, cada ser era alguien a quien podía ofrecer lo mejor de su ser. Sin pedir nada a cambio, solo por el gozo de ver al otro levantarse.

     

    Y lo fascinante de Fátima es que su generosidad no era un acto en particular, sino un modo de vida, una forma de respirar. A veces pienso que esa cualidad es algo que todos tenemos, que todos traemos al nacer, pero pocos saben cultivarla. Fátima fue quien la cultivó hasta el punto de que su vida se convirtió en una sinfonía de amor incondicional, de humildad y de sacrificio. Su vida era el cumplimiento de lo que la humanidad debería aspirar: amar al prójimo sin barreras, sin distinciones, sin límites.

     

    Hoy, quiero compartir con ustedes un testimonio que encapsula la esencia de su ser. Es un testimonio que no se mide en palabras, sino en gestos silenciosos, en momentos que a menudo se pierden en el ruido de la cotidianidad, pero que son los que realmente construyen la historia de una vida:



     

    Buenos días, querida Fátima:

     

    En el diccionario no existe una palabra que resuma lo que quiero decirte, porque tú eres más que cualquier definición.

     

    Mi amor, ¿cómo agradecerte todo lo que hiciste por mi hija? En su momento de mayor necesidad, tú fuiste la que estuviste allí, la que tendió su mano cuando el mundo parecía estar en silencio. Hoy, mi hija es una empresaria exitosa en Suiza, y todo eso lo debe a ti, a tu amor, a tu tiempo, a tu presencia.

     

    Frida dice a menudo: "Tengo dos madres: la que me dio la vida y Fátima, la que me enseñó el amor, los valores, el respeto, la vida."

     

    Fátima, te consideramos parte de nuestra familia. Ven a Suiza, nos encantaría tenerte, te amamos y te agradecemos profundamente.

     

    Te bendigo, con todo el amor del mundo.



     

    Y al leer estas palabras, me siento confirmada en algo que siempre supe en lo más profundo: cuando Fátima se enfrente al Padre, Él no necesitará preguntas ni explicaciones. Su vida ha sido un reflejo claro de lo que realmente importa. Sus actos, humildes y silenciosos, son lo que realmente nos acerca a lo divino. No hay necesidad de reconocimiento, porque el bien hecho sin mirar atrás es el que más resplandece ante los ojos de Dios.

     

    En un mundo que a menudo se ahoga en el egoísmo, Fátima es una luz silenciosa, un faro que nos recuerda lo que realmente importa. El amor sin condiciones, el servicio desinteresado, el caminar hacia el otro con el alma abierta y dispuesta. Y es por eso que, sin pretenderlo, ella se convierte en un faro de esperanza, un recordatorio constante de lo que significa ser verdaderamente humano.

     

    Hoy, me siento afortunada de ser su hermana, de caminar en su sombra, de aprender de su ejemplo. Porque sé, más allá de toda duda, que su generosidad, ese amor tan puro que ha dado sin pedir nada, es la más hermosa expresión del amor divino que se pueda conocer y aunque, el mundo la olvide, yo sé que el Cielo nunca dejará de celebrarla.





     

     

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