Fe y Vida | Yris Rossi
Fátima: Un
Testimonio de Solidaridad y Amor
Desde que éramos niñas, mi hermana
Fátima ya poseía esa cualidad tan rara que parece nacida de un rincón secreto
del alma. No eran sus ojos ni su sonrisa lo que destacaba, sino algo más
profundo, algo que no puede expresarse con palabras. Fátima tenía un don, uno
que ni ella misma sabía que poseía y que, de alguna manera, a todos los que la
conocían, nos tocaba con una delicadeza que transformaba todo a su alrededor.
Mi hermana Maritza y yo, como si ya
entendiéramos algo que el resto del mundo no veía, solíamos mirarla con
admiración, reconociendo que su vida era un testimonio vivo de algo más grande
que nosotros. "Mira, Fátima," decíamos, "no necesitas hacer nada
para ser especial. Eres el ejemplo de lo que significa dar sin pedir", y
ella con esa humildad que parecía nata, siempre respondía con una sonrisa leve,
como si de veras no entendiera lo que decíamos. Porque para Fátima, ofrecer
amor, dar consuelo, tender una mano, era simplemente lo que hacía cualquier
persona decente. Sin dramatismos, sin expectativas.
A medida que la vida la llevó por
senderos que cruzaban a personas de todas las clases, razas, culturas, su
generosidad no hizo sino crecer. No entendía de distinciones. Para ella, la
humanidad no se fragmentaba en los que eran su sangre y los que no lo eran.
Cada ser era un reflejo de sí misma, cada ser era alguien a quien podía ofrecer
lo mejor de su ser. Sin pedir nada a cambio, solo por el gozo de ver al otro
levantarse.
Y lo fascinante de Fátima es que su
generosidad no era un acto en particular, sino un modo de vida, una forma de
respirar. A veces pienso que esa cualidad es algo que todos tenemos, que todos
traemos al nacer, pero pocos saben cultivarla. Fátima fue quien la cultivó
hasta el punto de que su vida se convirtió en una sinfonía de amor
incondicional, de humildad y de sacrificio. Su vida era el cumplimiento de lo
que la humanidad debería aspirar: amar al prójimo sin barreras, sin
distinciones, sin límites.
Hoy, quiero compartir con ustedes
un testimonio que encapsula la esencia de su ser. Es un testimonio que no se
mide en palabras, sino en gestos silenciosos, en momentos que a menudo se
pierden en el ruido de la cotidianidad, pero que son los que realmente
construyen la historia de una vida:
Buenos días,
querida Fátima:
En el
diccionario no existe una palabra que resuma lo que quiero decirte, porque tú
eres más que cualquier definición.
Mi amor, ¿cómo
agradecerte todo lo que hiciste por mi hija? En su momento de mayor necesidad,
tú fuiste la que estuviste allí, la que tendió su mano cuando el mundo parecía
estar en silencio. Hoy, mi hija es una empresaria exitosa en Suiza, y todo eso
lo debe a ti, a tu amor, a tu tiempo, a tu presencia.
Frida dice a
menudo: "Tengo dos madres: la que me dio la vida y Fátima, la que me
enseñó el amor, los valores, el respeto, la vida."
Fátima, te
consideramos parte de nuestra familia. Ven a Suiza, nos encantaría tenerte, te
amamos y te agradecemos profundamente.
Te bendigo,
con todo el amor del mundo.
Y al leer estas palabras, me siento
confirmada en algo que siempre supe en lo más profundo: cuando Fátima se
enfrente al Padre, Él no necesitará preguntas ni explicaciones. Su vida ha sido
un reflejo claro de lo que realmente importa. Sus actos, humildes y
silenciosos, son lo que realmente nos acerca a lo divino. No hay necesidad de
reconocimiento, porque el bien hecho sin mirar atrás es el que más resplandece
ante los ojos de Dios.
En un mundo que a menudo se ahoga
en el egoísmo, Fátima es una luz silenciosa, un faro que nos recuerda lo que
realmente importa. El amor sin condiciones, el servicio desinteresado, el
caminar hacia el otro con el alma abierta y dispuesta. Y es por eso que, sin
pretenderlo, ella se convierte en un faro de esperanza, un recordatorio
constante de lo que significa ser verdaderamente humano.
Hoy, me siento afortunada de ser su
hermana, de caminar en su sombra, de aprender de su ejemplo. Porque sé, más
allá de toda duda, que su generosidad, ese amor tan puro que ha dado sin pedir
nada, es la más hermosa expresión del amor divino que se pueda conocer y aunque,
el mundo la olvide, yo sé que el Cielo nunca dejará de celebrarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...