Fe y Vida | LFI
Frases para
afrontar la muerte con serenidad
Los siguientes son textos de san JosemarÃa sobre
cómo un cristiano puede afrontar la muerte, y algunas consideraciones sobre el
paso del tiempo y la felicidad que nos espera en el Cielo.
¿Se puede
afrontar con serenidad la muerte?
«La resurrección de Jesús no da sólo la certeza
de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de
la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él,
seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad incluso el paso de la
muerte». Papa Francisco, Audiencia
general 27 de noviembre de 2013.
Cada dÃa que
pasa te aproxima a la Vida
¿Has visto, en una tarde triste de otoño, caer
las hojas muertas? Asà caen cada dÃa las almas en la eternidad: un dÃa, la hoja
caÃda serás tú.
Camino, 736
No has oÃdo con qué tono de tristeza se lamentan
los mundanos de que «cada dÃa que pasa es morir un poco»? Pues, yo te digo:
alégrate, alma de apóstol, porque cada dÃa que pasa te aproxima a la Vida.
Camino, 737
La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué
hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y
tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les
aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso
por la tierra como un fin.
Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la
otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sà mismo, de
los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es
eterno.
Surco, 879
Sigue adelante, con alegrÃa, con esfuerzo, aun
siendo tan poca cosa, ¡nada!
—Con El, nadie te parará en el mundo. Piensa,
además, que todo es bueno para los que aman a Dios: en esta tierra, se puede
arreglar todo, menos la muerte: y para nosotros la muerte es Vida.
Forja, 1001
Sin miedo a la
muerte
Si eres apóstol, la muerte será para ti una buena
amiga que te facilita el camino.
Camino, 735
A los «otros», la muerte les para y sobrecoge. —A
nosotros, la muerte —la Vida— nos anima y nos impulsa.
Para ellos es el fin: para nosotros, el principio
Camino, 738
Tú —si eres apóstol— no has de morir. —Cambiarás
de casa, y nada más.
Camino, 744
No tengas miedo a la muerte. —Acéptala, desde
ahora, generosamente…, cuando Dios quiera…, como Dios quiera…, donde Dios
quiera. —No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el lugar y del modo que más
convenga…, enviada por tu Padre-Dios. —¡Bienvenida sea nuestra hermana la
muerte!
Camino, 739
Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus
pecados, no tengas miedo… Porque El ya sabe que le amas…, y de qué pasta estás
hecho.
—Si tú le buscas, te acogerá como el padre al
hijo pródigo: ¡pero has de buscarle!
Surco, 880
Un hijo de Dios no tiene ni miedo a la vida, ni
miedo a la muerte, porque el fundamento de su vida espiritual es el sentido de
la filiación divina: Dios es mi Padre, piensa, y es el Autor de todo bien, es
toda la Bondad.
—Pero, ¿tú y yo actuamos, de verdad, como hijos
de Dios?
Forja, 987
Morir es una cosa buena. ¿Cómo puede ser que haya
quien tenga fe y, a la vez, miedo a la muerte?… Pero mientras el Señor te
quiera mantener en la tierra, morir, para ti, es una cobardÃa. Vivir, vivir y
padecer y trabajar por Amor: esto es lo tuyo.
Forja, 1037
La felicidad
del Cielo
Un cristiano sincero, coherente con su fe, no
actúa más que cara a Dios, con visión sobrenatural; trabaja en este mundo, al
que ama apasionadamente, metido en los afanes de la tierra, con la mirada en el
Cielo.
Amigos de Dios, 206
Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del
Cielo es para los que saben ser felices en la tierra.
Forja, 1005
¡No hay mejor señorÃo que saberse en servicio: en
servicio voluntario a todas las almas!
—Asà es como se ganan los grandes honores: los de
la tierra y los del Cielo.
Forja, 1045
Si alguna vez te intranquiliza el pensamiento de
nuestra hermana la muerte, porque ¡te ves tan poca cosa!, anÃmate y considera:
¿qué será ese Cielo que nos espera, cuando toda la hermosura y la grandeza,
toda la felicidad y el Amor infinitos de Dios se viertan en el pobre vaso de
barro que es la criatura humana, y la sacien eternamente, siempre con la
novedad de una dicha nueva?
Surco, 891
EscribÃas: «simile est regnum cælorum —el Reino
de los Cielos es semejante a un tesoro… Este pasaje del Santo Evangelio ha
caÃdo en mi alma echando raÃces. Lo habÃa leÃdo tantas veces, sin coger su
entraña, su sabor divino».
¡Todo…, todo se ha de vender por el hombre
discreto, para conseguir el tesoro, la margarita preciosa de la Gloria!
Forja, 993
Piensa qué grato es a Dios Nuestro Señor el
incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las
cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban…
En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo:
sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza,
toda la ciencia…! Y sin empalago: te saciará sin saciar.
Forja, 995
¡Visión sobrenatural! ¡Calma! ¡Paz! Mira asà las
cosas, las personas y los sucesos…, con ojos de eternidad.
Entonces, cualquier muro que te cierre el paso
—aunque, humanamente hablando, sea imponente—, en cuanto alces los ojos de
veras al Cielo, ¡qué poca cosa es!
Forja, 996
Mienten los hombres cuando dicen «para siempre»
en cosas temporales. Sólo es verdad, con una verdad total, el «para siempre» de
la eternidad.
—Y asà has de vivir tú, con una fe que te haga
sentir sabores de miel, dulzuras de cielo, al pensar en esa eternidad, ¡que sÃ
es para siempre!
El tiempo es
vida
Si el tiempo fuera solamente oro…, podrÃas
perderlo quizá. —Pero el tiempo es vida, y tú no sabes cuánta te queda.
Surco, 963
A los cristianos, la fugacidad del caminar terreno deberÃa incitarnos a aprovechar mejor el tiempo, de ninguna manera a temer a Nuestro Señor, y mucho menos a mirar la muerte como un final desastroso. Un año que termina —se ha dicho de mil modos, más o menos poéticos—, con la gracia y la misericordia de Dios, es un paso más que nos acerca al Cielo, nuestra definitiva Patria.
Al pensar en esta realidad, entiendo muy bien aquella exclamación que San Pablo escribe a los de Corinto: tempus breve est!, ¡qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra! Estas palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más Ãntimo de su corazón como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación constante para ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confÃa a cada uno.
Amigos de Dios, 39
La felicidad
eterna
Si anhelas tener vida, y vida y felicidad
eternas, no puedes salirte de la barca de la Santa Madre Iglesia.
—Mira: si tú te alejas del ámbito de la barca, te
irás entre las olas del mar, vas a la muerte, anegado en el océano; dejas de
estar con Cristo, pierdes su amistad, que voluntariamente elegiste cuando te
diste cuenta de que El te la ofrecÃa.
Forja, 1043
Por salvar al hombre, Señor, mueres en la Cruz;
y, sin embargo, por un solo pecado mortal, condenas al hombre a una eternidad
infeliz de tormentos…: ¡cuánto te ofende el pecado, y cuánto lo debo odiar!
Forja, 1002
Veo con meridiana claridad la fórmula, el secreto
de la felicidad terrena y eternal: no conformarse solamente con la Voluntad de
Dios, sino adherirse, identificarse, querer —en una palabra—, con un acto
positivo de nuestra voluntad, la Voluntad divina.
Vivir y morir
como enamorados
¡No me hagas de la muerte una tragedia!, porque
no lo es. Sólo a los hijos desamorados no les entusiasma el encuentro con sus
padres.
Surco, 885
No quieras hacer nada por ganar mérito, ni por
miedo a las penas del purgatorio: todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y
para siempre, empéñate en hacerlo por dar gusto a Jesús.
Forja, 1041
Dios mÃo: ¿cuándo te querré a Ti, por Ti? Aunque,
bien mirado, Señor, desear el premio perdurable es desearte a Ti, que Te das
como recompensa.
Forja, 1030
Por desgracia, algunos, con una visión digna pero
chata, con ideales exclusivamente caducos y fugaces, olvidan que los anhelos
del cristiano se han de orientar hacia cumbres más elevadas: infinitas. Nos
interesa el Amor mismo de Dios, gozarlo plenamente, con un gozo sin fin. Hemos
comprobado, de tantas maneras, que lo de aquà abajo pasará para todos, cuando
este mundo acabe: y ya antes, para cada uno, con la muerte, porque no acompañan
las riquezas ni los honores al sepulcro. Por eso, con las alas de la esperanza,
que anima a nuestros corazones a levantarse hasta Dios, hemos aprendido a
rezar: in te Domine speravi, non confundar in æternum, espero en Ti, Señor,
para que me dirijas con tus manos ahora y en todo momento, por los siglos de
los siglos.
Amigos de Dios, 209
Ante la Cruz, dolor de nuestros pecados, de los
pecados de la humanidad, que llevaron a Jesús a la muerte; fe, para adentrarnos
en esa verdad sublime que sobrepasa todo entendimiento y para maravillarnos
ante el amor de Dios; oración, para que la vida y la muerte de Cristo sean el
modelo y el estÃmulo de nuestra vida y de nuestra entrega. Sólo asà nos
llamaremos vencedores: porque Cristo resucitado vencerá en nosotros, y la
muerte se transformará en vida.
Es Cristo que pasa, 101
En la hora de la tentación, ejercita la virtud de
la Esperanza, diciendo: para descansar y gozar, una eternidad me aguarda;
ahora, lleno de Fe, a ganar con el trabajo, el descanso; y, con el dolor, el
goce… ¿Qué será el Amor, en el Cielo?
Mejor aún, ejercita el Amor, reaccionando asÃ:
quiero dar gusto a mi Dios, a mi Amado, cumpliendo su Voluntad en todo…, como
si no hubiera premio ni castigo: solamente por agradarle.
Forja, 1008
No lo olvidéis nunca: después de la muerte, os
recibirá el Amor. Y en el amor de Dios encontraréis, además, todos los amores
limpios que habéis tenido en la tierra. El Señor ha dispuesto que pasemos esta
breve jornada de nuestra existencia trabajando y, como su Unigénito, haciendo
el bien. Entretanto, hemos de estar alerta, a la escucha de aquellas llamadas
que San Ignacio de AntioquÃa notaba en su alma, al acercarse la hora del
martirio:ven al Padre, ven hacia tu Padre, que te espera ansioso.
Pidamos a Santa MarÃa, Spes nostra, que nos
encienda en el afán santo de habitar todos juntos en la casa del Padre. Nada
podrá preocuparnos, si decidimos anclar el corazón en el deseo de la verdadera
Patria: el Señor nos conducirá con su gracia, y empujará la barca con buen
viento a tan claras riberas.
Amigos de Dios, 221
Tomado de opusdei.org
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