Cuaresma | Héctor López Alvarado*
Ser testigos de la
reconciliación y el perdón
Reflexión para
el Quinto Domingo de Cuaresma, ciclo C (San Juan 8, 1-11): La misericordia de
Jesús, en este contexto, se muestra superior a cualquier transgresión humana.
Hemos llegado
al quinto domingo de Cuaresma, una etapa crucial de nuestro caminar. Este
domingo nos sitúa ante un momento clave en nuestra preparación hacia la Pascua:
a través del gran portal del Domingo de la Pasión, conocido como el Domingo de
Ramos, nos preparamos para adentrarnos en la Semana Santa.
A lo largo de
este tiempo de Cuaresma, hemos sido invitados a tomar conciencia de nuestra
fragilidad y vulnerabilidad. Desde el Miércoles de Ceniza, hemos comprendido
que somos débiles y que, a lo largo del camino, necesitamos dejarnos custodiar
por la Palabra de Dios para enfrentar las tentaciones.
El primer
domingo de Cuaresma nos recordó que la Palabra es nuestra guardiana frente a
todo lo que nos aleja de Dios.
El segundo
domingo, nos alentó a perseverar con la mirada fija en la meta: el Cielo, es
decir, la transfiguración definitiva de nuestra vida.
Mientras que
el tercer domingo, nos exhortó a ver la vida con ojos de fe, porque Dios nos
habla en los acontecimientos que vivimos, y nos da la oportunidad para
convertirnos y dar fruto.
Y el cuarto
domingo nos mostró la profundidad de la misericordia de Dios, que nunca
abandona a quien se aleja de Él perdido en su pecado.
Y hoy, en este
quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio, nos revela una vez más la mirada
misericordiosa de Cristo, que nos ofrece la oportunidad de cambiar de vida,
invitándonos a dejar atrás el pecado y caminar hacia una vida nueva, que brota
de la Pascua.
Clave de lectura
En el
Evangelio de este domingo, según San Juan 8, 1-11, nos encontramos con la
historia de una mujer sorprendida en adulterio. Los fariseos y los escribas la
llevan ante Jesús, con la intención de que Él condene la ley de Moisés, que
prescribía la lapidación de una mujer como ella. Pero, en lugar de seguir el
curso esperado, Jesús responde con una sabiduría profunda y llena de
misericordia: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la
primera piedra". Con estas palabras, pone en evidencia la hipocresía
de aquellos que, queriendo condenar, no reconocen sus propios errores. Y es que
Jesús no viene a abolir la ley, sino a interpretarla en su plenitud, revelando
que la ley de Dios no es un instrumento de condena, sino de restauración.
La
misericordia de Jesús, en este contexto, se muestra superior a cualquier
transgresión humana. No absuelve a la mujer sin más; la invita a la conversión,
a la transformación de su vida: "Vete, y ya no vuelvas a pecar".
Jesús le ofrece un nuevo comienzo, una oportunidad de cambio.
Veamos ahora nuestra realidad
Si miramos
nuestra realidad actual, vemos que vivimos en una sociedad donde el juicio
hacia los demás parece ser a la ligera.
La cultura de
la crítica y el escarnio está presente en todos los ámbitos de nuestra vida: en
los medios de comunicación, en las redes sociales, en el trabajo, en la vida
familiar y se puede dar hasta en la Iglesia.
Muchas veces,
en lugar de ofrecer un espacio para la conversión y el perdón, nos centramos en
señalar y condenar los errores de los demás. Las redes sociales, en particular,
se han convertido en un campo fértil para la crítica destructiva, donde es
fácil atacar a los demás sin reflexionar sobre nuestras propias faltas. Es muy
común ver cómo se difaman personas por sus errores, sin darles la oportunidad
de arrepentirse y cambiar. Incluso hasta en nuestras comunidades religiosas, a
veces nos olvidamos de que somos todos hermanos y, en lugar de tender una mano
misericordiosa, nos dejamos llevar por la tentación de juzgar y condenar.
¿Cómo ilumina nuestra realidad la Palabra de Dios y el
Magisterio de la Iglesia?
En este
contexto, el Evangelio del quinto domingo de Cuaresma, nos ilumina
profundamente. La actitud de los fariseos y escribas, listos para condenar a la
mujer adúltera, refleja nuestra tendencia a juzgar sin tener en cuenta nuestras
propias faltas.
Jesús, al
decir "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera
piedra", nos recuerda que, antes de juzgar a los demás, debemos mirar
nuestra propia vida. Todos somos frágiles, todos somos pecadores, y todos
estamos llamados a la conversión.
Jesús no niega
el pecado de la mujer, pero no la condena. Más bien, le ofrece una nueva
oportunidad: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".
En esta respuesta, Jesús nos da una lección vital: el pecado puede ser
perdonado, nuestra vida puede ser transformada. El juicio que Dios hace no es
para condenar, sino para restaurar y sanar, como bien señala Fray Luis de
Granada: “Conviene avisar que nunca de tal manera nos transportemos en mirar
la divina misericordia, que no nos acordemos de la justicia; ni de tal manera
miremos la justicia, que non nos acordemos de la misericordia; porque ni la
esperanza carezca de temor, ni el temor de la esperanza” (Vida de Jesús
13).
Hoy, Jesús nos
invita a no caer en la trampa de condenar de manera precipitada, sino a ofrecer
siempre una nueva oportunidad de conversión, un camino de esperanza hacia la
vida nueva que Jesús nos ofrece.
¿A qué nos invita el Evangelio de hoy?
El Evangelio
de este domingo nos deja una gran enseñanza, para vivir la misericordia de
Dios, como peregrinos de esperanza, por eso, en este Año Jubilar, tenemos la
oportunidad de revisar nuestra vida, y hacer un buen examen de conciencia, para
comprometernos a:
1. Mirar
nuestra propia vida, antes de señalar los errores de los demás,
reconociendo nuestras faltas y pidiendo la gracia de Dios para crecer en
humildad.
2. Perdonar y no condenar, como
nos enseña Jesús. Este compromiso nos lleva a tratar a los demás con
comprensión y amor, animándolos a la conversión y ofreciendo oportunidades de
cambio.
3. No caer en
la tentación de hablar mal de los demás. En lugar de criticar, debemos
crear una cultura de escucha y respeto, donde cada persona se sienta valorada.
4. Ser
testigos de la reconciliación y el perdón, como Iglesia, debemos
comprometernos a ser un testimonio visible y creíble de cómo vivir la
reconciliación y el perdón.
Por lo tanto,
el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos invita a reflexionar sobre
nuestra vida, a reconocer nuestras propias faltas con la esperanza de
acercarnos a la misericordia de Dios, y ser portadores de su amor
misericordioso. Vivimos en un mundo que fácilmente cae en la condena y el
juicio, pero Jesús nos enseña que la verdadera respuesta al pecado no es la
humillación pública, sino la invitación a la conversión, al arrepentimiento y a
la transformación. Como discípulos misioneros de Cristo, estamos llamados a
ofrecer una nueva oportunidad, a caminar juntos en la esperanza, y a vivir la
misericordia que Él nos muestra. Que este tiempo de Cuaresma nos acerque más al
perdón de Cristo, para que, a través de Él, podamos proyectarnos hacia la vida
nueva que brota de su Pascua.
*Obispo
auxiliar de Guadalajara - México, y presidente de CEPCOM
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