Mensajes | Tiziana Campisi
El Papa a los sacerdotes:
Configuren cada vez más su corazón con el de Cristo
En la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, León XIV preside, en la basílica de
San Pedro, la misa con 32 ordenaciones sacerdotales, con la que concluye
también el Jubileo de los sacerdotes e invita a los sacerdotes a poner la
Eucaristía en el centro, a meditar la Palabra, a ejercitar la caridad, a cuidar
del pueblo de Dios y a cultivar la unidad en la Iglesia. Miren el sólido
ejemplo de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y
dedicación, dice a los jóvenes sacerdotes.
«¿Quieren
ejercer el ministerio sacerdotal durante toda su vida en el grado de
presbíteros», «cumplir digna y sabiamente el ministerio de la palabra»,
«celebrar con devoción y fidelidad los misterios de Cristo», «implorar la
misericordia divina para el pueblo que se les ha confiado», «estar cada vez más
estrechamente unidos a Cristo»? Las preguntas que el Papa planteó a los 32
ordenandos procedentes de Italia, India, Sri Lanka, Rumanía, África Central,
San Vicente y las Granadinas, Camerún, Angola, Vietnam, Etiopía, Tanzania,
Ghana, Nigeria, Corea, México, Uganda, Australia, Papúa Nueva Guinea, México,
Kenia, Brasil, Croacia, Eslovaquia, Ucrania, siguieron una intensa homilía
centrada en cómo los sacerdotes pueden hacer «presente en el mundo» el
«misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Señor» que les ha sido
“confiado” y cómo pueden «contribuir a esta obra de salvación».
En la
solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y en la XXIX Jornada Mundial de Oración
por la Santificación de los Sacerdotes, instituida por Juan Pablo II en 1995,
el Papa León XIV presidió esta mañana, 27 de junio, en la Basílica de San
Pedro, la Misa con las ordenaciones sacerdotales, con la que concluye también
el Jubileo de los Sacerdotes, y se dirigió en primer lugar a los sacerdotes
«que han venido a la tumba del Apóstol Pedro para pasar por la Puerta Santa,
para sumergir sus vestiduras bautismales y sacerdotales en el Corazón del
Salvador». Les exhorta a poner la Eucaristía en el centro de su vida, a no
olvidar la oración, a cuidar el pueblo de Dios, a ejercitar la caridad y, sobre
todo, a cultivar la unidad en la Iglesia, de la que han de brotar frutos de
paz.
No dejarse fascinar por modelos inconsistentes
El Pontífice
pide a los nuevos sacerdotes que tengan presentes aquellas «maravillosas
figuras de santidad sacerdotal» que la Iglesia ha tenido y tienen todavía hoy:
«sacerdotes, mártires, apóstoles incansables, misioneros y campeones de la
caridad». «Atesoren tanta riqueza: interésense por sus historias, estudien sus
vidas y sus obras, imiten sus virtudes, déjense encender por su celo e invoquen
con frecuencia y con insistencia su intercesión», son los consejos del
Pontífice.
Nuestro mundo
propone muchas veces modelos de éxito y prestigio discutibles e inconsistentes.
No se dejen embaucar por ellos. Miren más bien el sólido ejemplo y los frutos
del apostolado, muchas veces escondido y humilde, de quien en la vida ha
servido al Señor y a los hermanos con fe y dedicación, y mantengan su memoria
con su fidelidad.
Poner la Eucaristía en el centro y ejercer la caridad
A partir de la
primera lectura de la liturgia, tomada del profeta Ezequiel, que "habla de
Dios como de un pastor que guarda su rebaño, contando sus ovejas una por una:
va en busca de las perdidas, cura a las heridas, sostiene a las débiles y
enfermas”, el Pontífice indica a los sacerdotes que “en un tiempo de grandes y
terribles conflictos, que el amor del Señor, del cual estamos llamados a
dejarnos abrazar y moldear, es universal, y que a sus ojos —y por tanto también
a los nuestros— no hay lugar para divisiones ni odios de ningún tipo”.
En segunda,
continúa el Papa, san Pablo recuerda «que Dios nos reconcilió “cuando aún
éramos débiles” y “pecadores”», exhortándonos «a abandonarnos a la acción
transformadora de su Espíritu que habita en nosotros, en un camino diario de
conversión», aliento y algunas indicaciones. Y añade:
Nuestra
esperanza se basa en la conciencia de que el Señor nunca nos abandona; nos
acompaña siempre. Sin embargo, estamos llamados a cooperar con Él, ante todo,
poniendo en el centro de nuestra existencia la Eucaristía, «fuente y culmen de
toda la vida cristiana», luego «por la fructuosa recepción de los sacramentos,
sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia» y, por último,
con la oración, la meditación de la Palabra y el ejercicio de la caridad,
conformando cada vez más nuestro corazón al del «Padre de las misericordias».
Que todos conozcan a Cristo y tengan en él la vida
eterna
Luego, citando
la página del Evangelio de Lucas dedicada a la «alegría de Dios -y de todo
pastor que ama según su Corazón- por el regreso al redil de una sola de sus
ovejas», el Pontífice explica a los sacerdotes que «es una invitación a vivir
la caridad pastoral con el mismo espíritu generoso del Padre», y también a
cultivar «su deseo: que nadie se pierda, sino que todos, también a través de
nosotros, conozcan a Cristo y tengan en él la vida eterna». Y especifica lo que
esto significa concretamente.
Es una
invitación a unirnos íntimamente a Jesús, semilla de concordia entre los
hermanos, cargando sobre nuestros hombros a los que se han perdido, perdonando
a los que han errado, yendo en busca de los que se han alejado o han quedado
excluidos, cuidando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, en un gran
intercambio de amor que, naciendo del costado traspasado del Crucificado,
circunda a todos los hombres e impregna al mundo.
León XIV se
refiere a la carta encíclica Dilexit nos de su predecesor, el
Papa Francisco, que escribía al respecto: «De la herida del costado de Cristo
sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y
otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva».
Unidos en la caridad
Pero es en el
ministerio sacerdotal en el que se detiene el Papa, «ministerio de
santificación y reconciliación para la unidad del Cuerpo de Cristo», como
leemos en Lumen Gentium, hasta el punto de que Presbiterorum Ordinis, otro
documento del Concilio Vaticano II, «pide a los presbíteros que se esfuercen
por “conducir a todos a la unidad en la caridad”, armonizando las diferencias
para que “nadie se sienta extraño”», y les invita a «estar unidos al obispo y
en el presbiterio».
En efecto,
cuanto mayor sea la unidad entre nosotros, tanto más sabremos llevar también a
los demás al redil del Buen Pastor, para vivir como hermanos en la única casa
del Padre.
Este es el
«fruto gozoso de comunión que une a los fieles, a los presbíteros y a los
obispos», que tiene su raíz por «en el sentirse todos rescatados y salvados por
la misma gracia y por la misma misericordia», de la que hablaba San Agustín en
el Sermón 340, aclara León. Se trata del discurso «pronunciado en el
aniversario de su ordenación» que contiene la célebre frase: “Para ustedes soy
obispo, con ustedes soy cristiano", ya citada en su primer discurso la
tarde de su elección al solio de Pedro, el 8 de mayo.
Tras las huellas de Cristo para llevar la paz al mundo
Y hablando de
unidad, León XIV vuelve a manifestar su «gran deseo», expresado en la Misa de
inicio de pontificado, hace poco más de un mes, de «una Iglesia unida, signo de
unidad y de comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado»,
y nos exhorta a vivirlo y a comprometernos por la concordia entre los pueblos.
Hoy vuelvo a
compartirlo con todos ustedes: reconciliados, unidos y transformados por el
amor que brota abundantemente del Corazón de Cristo, caminemos juntos tras sus
huellas, humildes y decididos, firmes en la fe y abiertos a todos en la
caridad, llevemos al mundo la paz del Resucitado, con esa libertad que nace de
sabernos amados, elegidos y enviados por el Padre.
Estén cerca del rebaño
Por último, a
los que han venido a Roma desde distintas partes del mundo para ordenarse
sacerdotes, el Pontífice recomienda «algunas cosas simples, pero que considero
importantes para su futuro y para el de las almas que les serán confiadas»:
Amen a Dios y
a los hermanos, sean generosos, fervorosos en la celebración de los
sacramentos, en la oración - especialmente en la adoración - y en el
ministerio; sean cercanos a su grey, donen su tiempo y sus energías a todos,
sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos enseñan el costado abierto del
Crucificado y el ejemplo de los santos.
«Encomendémonos
finalmente todos a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María,
Madre de los sacerdotes y Madre de la esperanza - concluye León XIV - que sea
ella quien acompañe y sostenga nuestros pasos, para que podamos configurar cada
vez más nuestro corazón con el de Cristo, sumo y eterno Pastor».
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