Vida Religiosa | Toño García y Félix Revilla
La revolución de san Ignacio
Hace casi cinco siglos, un hombre herido en alma y
cuerpo comenzaba el relato más decisivo de su vida. San Ignacio de Loyola
dictaba casi al final de su vida su autobiografía no como exaltación personal,
sino como un humilde testimonio de cómo Dios lo había conducido a través de
luces y sombras, vanidades y humillaciones, para hacer de él un peregrino
enamorado de Cristo y de su Iglesia. Podría parecer que un texto así pertenece
ya a un pasado devoto, polvoriento, ajeno. Y, sin embargo, pocas obras pueden
hablarnos con tanta fuerza. Porque en esas páginas late la historia de una
transformación radical que tiene mucho que enseñarnos en este presente
incierto, marcado por el desencanto, la crisis de sentido, el individualismo y
la herida de la creación. Ignacio no fue siempre un santo. Fue un joven
vanidoso, sediento de gloria militar y amor cortés, hasta que una herida de
guerra lo obligó a detenerse y leer sobre Cristo y los santos. Este momento
marcó el inicio de una revolución espiritual centrada en dejarse guiar por
Dios, discernir sus mociones y buscar su gloria. Así comenzó un camino de
libertad interior, desapego y amor al prójimo, que sigue teniendo valor.
Hoy también vivimos heridos: en nuestras relaciones, a
menudo rotas o vacías; nuestra vida interior, debilitada por la cultura del
entretenimiento, y nuestra relación con la creación, cada vez más degradada.
Aunque Ignacio no habló de ecología, su espiritualidad apunta a una conversión
que incluye una mirada renovada a la naturaleza. Aprendió a ver la creación
como revelación del Creador, despertando una conciencia agradecida que urge
recuperar. La espiritualidad ignaciana no es evasiva, sino una forma de tomar
decisiones concretas desde la oración, la escucha interior y la atención a los
movimientos del alma. Frente a una sociedad donde todo se decide por inercia o
intereses, el discernimiento ignaciano ofrece una alternativa sólida. Ignacio
no fundó una ONG ni escribió tratados, pero su legado —la Compañía de Jesús— ha
llevado la fe y la justicia a todo el mundo, enseñando a miles a encontrar a
Dios.
En un tiempo de crisis, su autobiografía propone un
modelo centrado en Dios y no en el ego, en los vínculos restaurados más que en
el crecimiento material. Es una invitación urgente a la conversión, al
discernimiento y al servicio desde una espiritualidad encarnada. Tal vez, como
él, también nosotros debamos atrevernos a escribir nuestra autobiografía
espiritual, para dejarnos leer por Dios.
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