Nuestra Fe | Alina Tufani Díaz
León XIV:
No dejemos al Señor fuera de nuestras iglesias, nuestras casas y nuestra vida
El Santo Padre
presidió, esta mañana, la Santa Misa en el Santuario de Santa María de la
Rotonda de Albano ante más de un centenar de personas, algunas sin hogar,
refugiados, pobres, personal de la Cáritas diocesana, sacerdotes y fieles. A
ellos, el Papa recordó que “somos la Iglesia del Señor, una Iglesia de pobres,
todos preciosos”
“Cada uno es
un don para los demás… Derribemos los muros... No vivamos para nosotros mismos…
No el fuego de las armas, sino al fuego del amor…No confundamos la paz con la
comodidad, el bien con la tranquilidad…, sino una
inmersión total en los riesgos que conlleva el amor…”. Estas son algunas frases
pronunciadas por León XIV en la homilía de la Santa Misa que presidió, esta
mañana, en el Santuario de Santa María de la Rotonda en Albano, localidad
vecina de Castel Gandolfo.
Unas 250
personas entre sacerdotes, feligreses, personal de Cáritas, personas pobres,
refugiadas en albergues, personas sin hogar y participantes de los Centros de
Escucha de la Diócesis, asistieron a la celebración eucarística dentro del
templo, mientras afuera unos 2000 fieles, siguieron la liturgia a través de una
pantalla gigante instalada en la plaza frente al Santuario. Junto a varias las
autoridades civiles de la localidad Lacial, estaban presentes monseñor Vincenzo
Viva, Obispo di Albano y monseñor Adriano Gibellini, Rector del Santuario
Mariano, entre otros representantes religiosos.
Domingo tras domingo
El Papa abrió
su homilía con una reflexión sobre el domingo, día de la Resurrección, día en
que los fieles se reúnen en torno a la mesa eucarística, “mirándonos a los
ojos, como auténticos hermanos y hermanas.
“Es así, cada
uno de nosotros llega a la iglesia con ciertos cansancios y miedos —a veces más
pequeños, a veces más grandes— y de repente estamos menos solos, estamos juntos
y encontramos la Palabra y el Cuerpo de Cristo. De esa manera, nuestro corazón
recibe una vida que va más allá de la muerte. Es el Espíritu Santo, el Espíritu
del Resucitado, el que hace esto entre nosotros y en nosotros, silenciosamente,
domingo tras domingo y día tras día”.
Un amor sin asperezas e incondicional
El Santo Padre
enfocó su reflexión en la forma circular del santuario mariano y que su mismo
nombre refiere “rotonda” y lo paragona con la Plaza de San Pedro o tantas
iglesias que con sus paredes abrazan a los fieles y los hacen sentir acogidos,
en la Iglesia Madre que es María, que genera y regenera no en virtud de un
poder mundano, sino con la virtud de la caridad.
“La iglesia
por fuera, como algunas realidades humanas, puede parecernos áspera; pero su
realidad divina se manifiesta cuando atravesamos la puerta y encontramos
acogida. Entonces nuestra pobreza, nuestra vulnerabilidad y sobre todo los
fracasos por los que podemos ser despreciados y juzgados —y en ocasiones
nosotros mismos nos despreciamos y nos juzgamos— son finalmente acogidos en la
dulce fuerza de Dios, un amor sin asperezas e incondicional.
Inmersos en el riesgo del amor
Al referirse
al Evangelio de hoy, León XIV confirma las contundentes palabras de Jesús que
dice haber venido “a traer división” pueden parecer contradictorias en un mundo
que pide paz, pero también recuerda que la paz de la que habla el Señor “no es
como la del mundo”, no es “intercambiar la paz con la comodidad, el bien con
la tranquilidad”, sino arriesgarnos, como “el bautismo de la cruz, una
inmersión total en los riesgos que conlleva el amor”. Una audacia que
celebramos en la comunión.
“La Misa
fortalece esta decisión; es la decisión de ya no vivir para nosotros mismos y
de llevar fuego al mundo. No el fuego de las armas, ni tampoco el de las
palabras que incineran a los demás. No, sino el fuego del amor, que se abaja y
sirve, que opone el cuidado a la indiferencia y la mansedumbre a la
prepotencia; el fuego de la bondad, que no cuesta como los armamentos, sino que
renueva el mundo gratuitamente".
Una Iglesia de pobres
Teniendo en
cuenta que la celebración de la mañana está dedicada a las personas necesitadas
y vulnerables de la Diócesis de Albano, el Pontífice agradeció al obispo y a
quienes se “comprometen para llevar el fuego de la caridad”, animándolos a no
distinguir entre el que asiste y el que es asistido, entre el que parece dar y
el que parece recibir, entre el que se presenta pobre y el que siente la
necesidad de ofrecer tiempo, capacidades y ayuda.
"Somos
la Iglesia del Señor, una Iglesia de pobres, todos preciosos, todos partícipes,
cada uno portador de una Palabra única de Dios. Cada uno es un don para los
demás. Derribemos los muros"
Hacer paz con nuestra pobreza
Sólo juntos – continuó diciendo el
Santo Padre, siendo un único Cuerpo en el que aun el más frágil participa en
plena dignidad, seremos el Cuerpo de Cristo, la Iglesia de Dios.
“No dejemos al
Señor fuera de nuestras iglesias, de nuestras casas y de nuestra vida. Más
bien, dejémoslo entrar en los pobres, y entonces haremos paz también con
nuestra pobreza, a la que tememos y negamos cuando buscamos a toda costa
tranquilidad y seguridad”.
León XIV
concluyó su homilía pidiendo a la Virgen María que interceda por nosotros y que
el fuego del Espíritu Santo los cambie de corazones de piedra en corazones de
carne.
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