A Debate | Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
¿Sabías que hubo evangelios
considerados heréticos?
Los evangelios apócrifos abundaron en la Iglesia
primitiva, pero se cayeron del canon oficial por no proceder de los apóstoles y
por contener doctrinas controvertidas
El Evangelio de los hebreos y
el de Bernabé, también el Evangelio de Felipe,
el de Tomás y el de María Magdalena, además del Evangelio
de Judas o el de Pedro. Y así hasta 50 son los textos
elaborados en los primeros tiempos del cristianismo que se denominaban a sí
mismos con el nombre de «evangelio» y que circularon en mayor o menor medida
por las comunidades cristianas de los primeros siglos, contando diferentes
aspectos de la vida de Jesús. Son los llamados evangelios apócrifos, una
palabra que en griego significa literalmente «secretos».
¿Por qué llamar a una narración de la vida del Señor
evangelio secreto? «Una posible explicación sería que los cuatro Evangelios del
Nuevo Testamento eran ya conocidos, por lo que se habrían presentado entonces
nuevas narraciones, ante la demanda de los lectores por saber más de la vida de
Cristo», responde Pablo Edo, profesor de Sagrada Escritura en la Universidad de
Navarra y autor de El Evangelio de
Pedro, sobre uno de estos apócrifos.
Criterios de fiabilidad
Edo cuenta que estos libros, junto con otros hechos de
apóstoles, cartas y apocalipsis también apócrifos, no fueron incluidos en el
Nuevo Testamento porque no cumplían varias notas características que sí tienen
los textos canónicos: «Origen apostólico, recta doctrina y lectura pública en
todas las iglesias». A ellas habría que añadir una cuarta razón que solo se
puede aceptar por la fe: «La Iglesia sostiene que los cuatro Evangelios están
inspirados por el Espíritu Santo y todos los demás no».
Especialmente decisivo es el hecho de que los
cristianos de la Iglesia primitiva consideraron más fiables aquellas
narraciones cuya autoría se sabía que procedía directamente de un apóstol, como
Mateo o Juan, o de un discípulo de un apóstol, como Marcos y Lucas. Por eso,
estos cuatro Evangelios «pronto se impusieron solos y se empezaron a leer en
todas las iglesias, como recuerdos verdaderos de los testigos oculares de la
vida de Jesús».
En cambio, los demás textos de estilo evangélico no
tenían este bagaje de fiabilidad, por lo que resultaba difícil saber qué
material provenía de tradición verificada y qué era un añadido posterior.
«Además, a veces los añadidos consistían en variantes doctrinales ajenas a la
tradición de fe recibida y a la vida de Jesús», incluso a veces «con un claro
sesgo herético inaceptable para la Iglesia». Por ello, si bien algunos de estos
evangelios tuvieron cierta fama, «ninguno se impuso como lectura en todas las
iglesias», precisa Edo.
Nombres
A pesar de que el término apócrifo
fue adquiriendo con el tiempo un sentido peyorativo, no todo su contenido era
necesariamente engañoso o ajeno a la fe cristiana. «A un apócrifo debemos la
piadosa tradición de los nombres de Joaquín y Ana, padres de la Virgen María;
en otro hallamos el número tradicional de Reyes Magos y sus conocidos nombres;
y otro testimonia una escena no narrada en los cuatro Evangelios, pero admitida
en el arte cristiano y la liturgia, como la presentación de María en el Templo
de Jerusalén», cuenta Pablo Edo.
Como ejemplo de todo ellos, el profesor de la UNAV
menciona que el Protoevangelio de Santiago cuenta
que, en el momento del nacimiento de Jesús, a una partera le arde el brazo por
dudar de la virginidad de María; el Evangelio de Pedro muestra
a Jesús saliendo del sepulcro ante muchos testigos, conducido por dos hombres
de dimensiones monstruosas y seguido de una cruz que habla en su nombre; y
los Hechos de Juan dicen que en realidad Jesús no
padeció los sufrimientos de su Pasión y que todo era pura apariencia.
«Por eso, la imagen de Jesús que transmiten no ofrece
garantías de historicidad, aunque pueda contener algunos elementos de tradición
auténticos», dice Pablo Edo. De ahí que «difícilmente pueden aportar un
sustrato adecuado para forjar la propia piedad o el trato personal con Jesús»,
como sí sucede con los cuatro Evangelios canónicos. De hecho, añade que «cuanto
más se estudian los evangelios apócrifos, más brillan por sí mismos los
canónicos».
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