Reflexión | P. Ciprián Hilario, msc
¡Ana ve la Salvación!
(Homilía
para el 30 de diciembre de 2025 | Lecturas: (1Jn 2,12-17; Sal 95; Lc 2,36-40)
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
En
esta sexta jornada de la Octava de Navidad, las lecturas nos invitan a
contemplar la llegada de la Salvación en el Niño Jesús, no solo como un evento
del pasado, sino como una realidad viva que transforma nuestras vidas hoy. El
título que hemos elegido, ¡Ana ve la Salvación!, resume el corazón del
Evangelio de hoy (Lc 2,36-40): la profetisa Ana, una mujer anciana y fiel,
reconoce en el pequeño Jesús al Mesías esperado y anuncia la redención.
Aquí
señalo algunos elementos clave para una homilía sobre estas lecturas (1Jn
2,12-17; Sal 95; Lc 2,36-40), conectándolas en un mensaje unitario:
No
amar el mundo ni lo que hay en él (conexión con la primera lectura)
La
carta de san Juan (1Jn 2,12-17) nos advierte: "No améis al mundo
ni lo que hay en el mundo... porque el mundo pasa, y con él sus
concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre". Ana encarna esto: renuncia a los apegos mundanos
(confort, familia extendida) para adherirse totalmente a Dios. En contraste con
el "orgullo de la vida" y los deseos pasajeros, su vida
orientada al templo y a la espera del Mesías la hace eterna. Hoy, en plena
sociedad consumista post-Navidad, esta lectura nos interpela: ¿Qué amamos
realmente? ¿Lo que pasa o lo que permanece?
La
alegría de anunciar al Señor (eco en el Salmo 95/96)
El
salmo nos exhorta: "Cantad al Señor un cántico nuevo... Anunciad
día tras día su salvación. Contad a los pueblos su gloria". Ana lo hace
realidad: anuncia la salvación a todos. En esta Navidad prolongada, somos
invitados a ser como ella: profetas en nuestro tiempo, hablando de Jesús a
quienes esperan redención (familias rotas, jóvenes desorientados, ancianos
solos).
La
fidelidad perseverante en la espera (de Ana como modelo)
Ana
es presentada como una mujer "muy avanzada en años": viuda
desde joven, con 84 años (o quizás más de 100 si interpretamos los años de
viudez). No se apartaba del templo, sirviendo a Dios "noche y día con
ayunos y oraciones". Su vida es un ejemplo de constancia y devoción
inquebrantable. A pesar de las dificultades (viudez, edad avanzada), no
abandona la esperanza en la promesa de Dios. En un mundo que valora lo
inmediato y lo joven, Ana nos enseña que la verdadera sabiduría nace de la
fidelidad diaria a la oración y al servicio.
El
reconocimiento gozoso de la Salvación
Al
llegar el momento preciso, Ana "llega en aquel instante" y ve al
Niño. Inmediatamente "da gracias a Dios y habla del Niño a todos los
que aguardaban la redención de Jerusalén". ¡Ana ve la Salvación! No
solo la contempla, sino que la proclama. Este es el culmen: después de años de
espera, su fe se confirma en Jesús. Nos recuerda que la Salvación no es
abstracta; es una Persona, el Niño Dios, que viene a redimirnos.
El
crecimiento en la gracia de Dios
El
Evangelio cierra diciendo que "el niño iba creciendo y robusteciéndose,
lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él". Jesús no es
solo un bebé; inicia su camino hacia la Cruz y la Resurrección. Ana y Simeón
(mencionado antes) representan el Antiguo Testamento que culmina en Él.
Nosotros, como la Sagrada Familia que "volvía a Galilea", estamos
llamados a crecer en gracia, llevando a Jesús en nuestra vida cotidiana.
En
resumen,
queridos hermanos, Ana nos muestra que la espera fiel lleva al encuentro
transformador con Cristo. ¡Ella ve la Salvación y la anuncia! Que
nosotros, en este final de año, renovemos nuestra devoción, desapeguémonos del
mundo pasajero y proclamemos con gozo: ¡Cristo ha nacido, ha venido nuestra
Salvación!
Que
la Virgen María y san José nos ayuden a crecer como Jesús, llenos de la gracia
de Dios. Amén.


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