Paz | Andrea Tornielli
El compromiso con la paz que
nace contemplando el rostro de un Niño
La invitación
del Papa León: vencer la tentación de considerar la paz lejana e imposible,
superar la «lógica agresiva y contrapositiva» según la cual la paz se persigue
con la carrera al rearme.
“Nada tiene la
capacidad de cambiarnos tanto como un hijo. Y quizá es precisamente el pensar
en nuestros hijos, en los niños y también en los que son frágiles como ellos,
lo que nos conmueve profundamente”. Son las palabras que el Papa León utilizó
en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Dios, el Todopoderoso, al
hacerse hombre, acepta convertirse en un niño totalmente dependiente de los
cuidados de una madre y un padre, según la lógica de la pequeñez, y elige venir
al mundo en la pobreza de un establo y en el ocultamiento de una periferia del
Imperio Romano. “Es un Dios sin defensas, del que la humanidad puede
descubrirse amada solo cuidándolo”. Contemplar a ese Niño, protagonista de
nuestros belenes, no puede dejarnos indiferentes ante el drama de tantos niños
víctimas de la guerra, de aquellos fallecidos bajo las bombas en Ucrania; de
aquellos asesinados en Gaza, primero por la lluvia de misiles y hoy por el frío
debido a las dificultades para acceder a la ayuda humanitaria; de aquellos que
han muerto en los tantos conflictos olvidados en tantas otras partes del mundo.
La invitación
que el Sucesor de Pedro dirige a creyentes y no creyentes es a acoger y
reconocer la paz, venciendo la tentación de considerarla lejana e imposible. La
paz y la no violencia tienen para los cristianos una raíz profundamente
evangélica en las palabras y en la actitud de Jesús, que ordenó a Pedro, que
quería defenderlo, que volviera a envainar la espada. La paz que Cristo
resucitado anuncia al mundo es desarmada y desarmante, es una realidad que
debemos custodiar y cultivar en nuestro corazón, en nuestras relaciones, en
nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros países. La historia nos
enseña cuántas veces, incluso como cristianos, lo hemos olvidado,
convirtiéndonos en cómplices de trágicas guerras y violencias.
Hoy, nos
recuerda León XIV, también nosotros corremos el riesgo de considerar la paz
como un ideal lejano, llegando a justificar que se haga la guerra para
alcanzarla. En el debate público y en los medios de comunicación parece
prevalecer una lógica agresiva y contradictoria según la cual se convierte en
una culpa el hecho de «no prepararse lo suficiente para la guerra». Es una
lógica desestabilizadora y peligrosísima que va mucho más allá del principio de
legítima defensa y nos lleva al abismo de un nuevo conflicto mundial con
consecuencias imprevisibles y devastadoras.
“Hoy más que
nunca - escribe el Papa - es necesario mostrar que la paz no es una
utopía, mediante una creatividad pastoral atenta y generativa”. En lugar de
seguir recorriendo el camino del aumento constante del gasto en armamento, que
ha alcanzado el 2,5 % del PIB mundial, en lugar de invertir miles de millones
en instrumentos de muerte y destrucción destinados —lo hemos visto— a arrasar
escuelas y hospitales, en lugar de hacer creer que nuestra seguridad consiste
en el rearme y la disuasión, es necesario tener el valor de la paz. Es
necesario reactivar la vía de la diplomacia, la negociación, la mediación y el
derecho internacional, reforzando también las instituciones internacionales.
No dejemos que
la voz del Papa León sea una voz que grita en el desierto, no dejemos solo al
Obispo de Roma, creamos en sus palabras y miremos a la historia para comprender
cuánto realismo hay en sus intervenciones, como lo había en las de sus
predecesores, con demasiada frecuencia ignorados. Estamos llamados a «motivar y
sostener toda iniciativa espiritual, cultural y política que mantenga viva la
esperanza, contrarrestando la difusión de actitudes fatalistas, como si las
dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de
estructuras independientes de la voluntad humana». La paz es posible y la loca
carrera al rearme no es el camino para defenderla. Para los cristianos, la paz
tiene el rostro indefenso del Niño Dios, frágil como cualquier niño: dejémonos
traspasar el corazón por ese rostro y por el anuncio de paz que resonó la noche
de la primera Navidad.


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