Los Encuentros con Jesús (2)
María: pionera del encuentro con Jesús
Si hoy hablamos, desde la fe cristiana, de la cultura del encuentro es porque una mujer, por encima de cualquier obstáculo, se dispuso a creer en esta locura. Abriendo el Evangelio se haya la afirmación de que lo engendrado en su vientre es del Espíritu Santo (Mt 1,20). Ella, quien fue encontrada por el ángel en su espacio cotidiano (Lc 1,26-28), se traslada como sagrario itinerante a la casa de Isabel, promoviendo con profundo sentido teológico, la cultura del encuentro (Lc 1, 39-45). María establece los criterios del encuentro con Jesús: la humildad precede todo intento de tal aproximación. El Papa Francisco recuerda que ninguna otra criatura ha visto brillar sobre ella el rostro de Dios como María, quien dio un rostro humano al Verbo eterno, para que todos lo puedan contemplar.[1]
El niño Jesús, Dios hecho carne, no tuvo condiciones de salir al encuentro. Indefenso, tierno, pequeñito, necesitó ser acogido y encontrado. Es así como María y José son, en un primer momento, responsables de la tarea divina. Sin estar suficientemente claros colaboran para favorecer el encuentro con el Niño. Invierten sus escasos recursos, así como sus más valiosos tesoros: su tiempo, sus propias personas, sus actitudes de acogida, paciencia y gratitud, para que otras personas lo cerquen de amor, reverencia y ternura (Mt 2,7-12).
Los magos nos enseñan cómo hemos de llegar y estar en el encuentro: caminan en búsqueda, observan las señales con atención, disfrutan el trayecto con alegría, porque la alegría consiste en caminar hacia el encuentro, entran al lugar, porque ya María tiene el espacio abierto. Interesa notar el detalle del texto “vieron al niño con María, su madre” (Mt 2,11); todo indica que lo tenía en frente, en el centro, como lo más importante. Ella pone al Hijo fácil de encontrar. Ni siquiera preguntan por él, lo descubren inmediatamente. No establecen diálogo con ella. Van mudos al objetivo. Sin embargo, esta mudez ha de ser interpretada como el regocijo mariano, pues su felicidad es que la humanidad lo descubra como ella lo ha descubierto. Una vez dentro, los visitantes se postran, se abajan, reconocen, identifican, adoran. Seguidamente abren sus cofres y ofrecen sus regalos (Mt 2,11).
En otra escena, Lucas 2,22 dice “llevaron a Jesús”; sí, lo llevaron sus padres al templo para presentárselo al Señor. El viejo Simeón lo descubre; él nos dice que del encuentro con Jesús nace la profecía. También, Ana argumenta, con su testimonio, que de la proximidad con Jesús se recobra el sentido y la revitalización de la vida: al encontrarlo, habla de él para todos los que aguardaban la realización de las promesas (Lc 2,38). En contacto con Jesús se ocupa el tiempo alegremente.
Ese pequeño Jesús, que iba creciendo, fortaleciéndose, llenándose de sabiduría y gracia (Lc 2,40), un día se perdió. Se perdió el que habían encontrado. Se le desarrollaron las facultades y empezó a marcar nuevos rumbos. Fue encontrado a los tres días en el templo, reunido con los maestros, haciéndoles preguntas y conversando (Lc 2,46). Interesa destacar el espacio del encuentro de Jesús con los adultos de la tradición, los temas entablados, sus inquietudes. Aún, en su edad, no está dando respuestas, sino haciendo preguntas. ADH 815
[1] Cf. Monseñor de la Rosa y Carpio, “Así lo dijo el Papa Francisco sobre la Virgen María en el año 2015”. Periódico El Caribe, 29/10/16.
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