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    miércoles, 28 de noviembre de 2018

    Nazaret: una riqueza a la vida espiritual

    Rincón de la Palabra | Hna. Ángela Cabrera, MDR. 


    Nazaret: una riqueza a la vida espiritual  

    Reflexionemos sobre Nazaret, en su sentido y fundamento teológico. Nazaret es Gracia, y ésta, el favor de Dios, conciencia de haber escogido la mejor parte, estar con Él. En sus inicios, Lucas identifica a una mujer, María, que el Señor ha distinguido entre todas (Lc 1,26). Nazaret, por ella y en ella, se transforma y traduce en acogida a la voluntad de Dios. Nazaret, entonces, es encuentro; del encuentro nace la experiencia, de la experiencia, la identidad; de la identidad, el fundamento y convencimiento. No existen salidas pastorales significativas cuando el objetivo no hunde sus raíces en tales dimensiones.

    Como cristianos y cristianas hemos de forjar, en la mística nazarena, memoria teológica. Esta memoria conserva la alegría del corazón. Aquí transborda la gracia hasta llenar la existencia. Personas inteligentes y sabias, como María, saben escoger lo que guardan en su corazón, hasta colmarlo (Lc 2,51), porque lo que anida en el corazón incide en el apostolado.

    Nazaret es experiencia fundante, imprescindible en una vida cristiana. Es disposición y coraje para aclarar dudas que pudieran menguar la entrega. Es, también, socialización de preguntas, profundización de respuestas, con estudio y oración. Es convicción que reemplaza el temor por la confianza.

    Nazaret es motor, vida, dinamismo, dulzura necesaria para sustituir el desánimo por esperanza, porque hay mucha gente que “depende” de una persona comprometida con su fe. Nazaret es empoderamiento, el cual se fundamenta en la dicha de haber encontrado “gracia delante de Dios”.

    Desde la teología de lo cotidiano, Nazaret destila bondad de Dios. La gente de Dios, al caminar, recuerdan que Él existe, y que su paso tiene olor a santidad y justicia. No sirve a dos señores (Cfr. Mt 6,24), escoge al Señor de la vida. No sueña pequeñeces, porque al sumergirse en el proyecto de salvación desvanecen las más variadas dispersiones. Mientras el novio está presente, las pajas que el viento lleva no embelesan las miradas (Cfr. Mt 9,15).

    Nazaret es Espíritu que unge, repartiendo dones y carismas… Es la Fuerza del Padre, quien cobija de gracias y bendice, es el rostro misericordioso del Hijo hecho carne, pobre entre los pobres. En el espejo trinitario también es presencia transformadora: de lo estéril lo fecundo, para Dios nada hay imposible. En este río sapiencial nace, como coro a una voz: “Hágase en mí tu Palabra”. La comunidad cristina es vitamina espiritual, sostén donde se gesta hombres y mujeres de Dios, que siendo de Él y en Él, lo llevan a todas partes.

    La comunidad cristiana es aquella que se torna descanso y recreo, porque es bueno estar juntos los hermanos (Sal 133,1). Las persecuciones, luchas y conflictos apostólicos son llevaderos y suaves cuando existe complicidad por el evangelio. La comunidad se “levanta”, y se deja “levantar”, las veces que sean necesarias. Es actitud de crecimiento, en sabiduría y gracia.

    Jesús no se queda en Nazaret. Pero Nazaret va con él a todas partes. Conforme venimos reflexionando, hemos querido presentarla no como un lugar, sino como una disposición, una manera de ser. La pastoral es maestra de la dignidad humana, espacio de evangelización. Para que sea fecunda es necesario salir, salir sin salir de Nazaret, porque Nazaret se lleva como actitud de corazón: es silencio, humildad, crecimiento, mansedumbre, limpieza de intenciones, necesidad de apoyo interpersonal. Los Hechos de los Apóstoles nos indican que al salir, aunque se camine geográficamente en direcciones contrarias, hay un solo norte interior, que apunta hacia la misma dirección, a donde Dios mira. Aquí se fundamenta “un solo corazón, una sola alma…” (Hch 4,32). ADH 821

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