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    sábado, 5 de mayo de 2018

    Importancia del canto en la liturgia (3)

    Espiritualidad litúrgica | Roberto Núñez, msc



    Importancia del canto en la liturgia (3)

    «Nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que, toda entera, expresa su fe y su piedad por el canto» (MS 16).

    Mayo, mes de la Virgen María, sigue animándonos en la vivencia de la Pascua. De nuevo les invito a continuar reflexionando en torno al canto en la liturgia, en continuidad con la entrega pasada. Intentaremos responder a otra interrogante: ¿Cuándo es litúrgico un canto? 
    Con frecuencia escuchamos quejas de que se eligen cantos no litúrgicos o que los sacerdotes son demasiado exigentes con los cantos. Es importante destacar aquí que el canto en la liturgia tiene una función ministerial. Tiene como finalidad que la comunidad entre más en sintonía con el misterio que celebra. No es como un concierto para engalanar la celebración o deleitar a la asamblea, como frecuentemente se escucha al agradecer al coro.
    También es finalidad del canto crear un clima de unión comunitaria y festiva, como dice el Misal del canto de entrada: «El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y acompañar la procesión del sacerdote y los ministros». También el canto ayuda, de manera pedagógica, a expresar nuestra participación en lo más profundo de la celebración.
    Si se establecen unas normas para el canto litúrgico, no es sólo por un afán normativo, sino garantizar que responda al verdadero espíritu litúrgico. Esa es la razón de las rúbricas concernientes al canto.
    El Misal nos ofrece el criterio por excelencia para determinar si el canto es litúrgico o no. Hablando del canto de comunión dice: «El canto de comunión debe expresar, por la unión de las voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar la alegría del corazón y manifestar claramente la índole “comunitaria” de la procesión para recibir la Eucaristía».[1] Y el siguiente número (87) dice que lo que se cante debe ser aprobado por la Conferencia de los Obispos.
    Pero la manera más sencilla para determinar lo litúrgico de un canto es buscar cuál es el sujeto. Este sujeto nunca debe ser el “yo”. Ese sujeto debe ser el Señor o, en todo caso, la comunidad. Hoy día, una tendencia muy marcada es preferir esos cantos que van acentuando repetidamente el “yo”. La corriente intimista melancólica va calando en detrimento de de la comunión, de la unión de las voces y la unión espiritual.
    El Misal prescribe unos cantos en la celebración eucarística, de los cuales el texto no puede cambiarse por otro. Estos son: el Señor ten piedad, el Gloria, la Profesión de fe, el Santo y el Cordero. Pero también el Misal visualiza otros más móviles, como el salmo responsorial, el canto de entrada, de ofertorio y de comunión. Estos ofrecen mayor flexibilidad.
    Finalmente, termino retomando el Catecismo, que afirma: «El canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto “más estrechamente estén vinculadas a la acción litúrgica” (SC 112), según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles (cf. SC 112):
    ¡Cuánto lloré al oír sus himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de su Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y su verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas (S. Agustín, Conf. IX,6,14)».[2] DH 823.




    [1] OGMR 86.
    [2] CEC 1157.

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