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    lunes, 3 de febrero de 2020

    A dónde vamos a parar

    Vocacionales | P. Osiris Núñez, msc 


    A dónde vamos a parar

    Es más que conocida la realidad violenta que se vive en la República Dominicana en ambientes familiares, matrimoniales. Tristemente escuchamos como se dan situaciones violentas que terminan en muertes, en espacios donde no deberían ocurrir y de quienes no se espera este tipo de acción y comportamiento. Tristemente tenemos que escuchar como el esposo, el ex esposo, el amante, novio, etc., les quitan la vida a mujeres a quienes alguna vez pensaron que amaban. Y para agregarle más desfachatez, vemos como el sistema judicial dominicano en situaciones concretas fue corrompido por personas que estaban condenados por este tipo de acciones violentas y salen libres para acabar lo que aparentemente querían y tenían como finalidad desde un principio.

    Hay una canción de Marco Antonio Solís que dice: Ya ves, siempre acabamos así, solo haciéndonos sufrir, por no evitar discutir…, ¿Por qué, ya no podemos hablar, sin una guerra empezar?... ¿A dónde vamos a parar? ¿Con esta hiriente y absurda actitud…, cayendo siempre en el mismo error…, ¿a dónde vamos a parar? Una canción que expresa el grito de nuestra realidad: ¿A dónde vamos a parar? ¿Cuándo será que tomaremos conciencia y entenderemos que las situaciones conflictivas surgidas en matrimonios fallidos, o funcionales u obsesiones pasionales no se resuelven con violencia y muerte? Como sociedad estamos viendo como este mal nos arropa y es pan de cada día.

    Y surgen nuestras preguntas: ¿Por qué pasan estas situaciones? ¿Se pueden prevenir? ¿Por qué el sistema judicial y las leyes no son más exigentes y radicales? Sin embargo, la raíz de este mal, pienso, está en la formación de cada ciudadano/a y su capacidad para afrontar los conflictos que surgen en este tipo de relaciones. El mismo ambiente de violencia verbal, física, psicológica, económica, etc., van condicionando y creando el ambiente corrompido para que estas lamentables acciones sucedan entre nosotros.

    Y como sociedad creyente y cristiana, la falta de apertura a la Palabra de Dios, cuando en la Carta a los Efesios 5, 25ss, nos dice: “Maridos amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia…; Amén a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo”. Y lo mismo también de la mujer hacia el hombre. Tener plena conciencia de que a la otra persona debe amársele hasta más que  a uno mismo. Y que, si por circunstancias de la vida, el proyecto en común que se tenía no es viable, aprender a tomar caminos diferentes, respetando la libertad y la integridad del otro, porque ese otro no nos pertenece, ni es un objeto de nuestra propiedad.

    Porque de seguir como vamos, al final, al final solo están y estarán esas flores marchitas que crecen en el cementerio alimentadas por la sangre de aquellas personas que supuestamente amábamos pero que le quitamos la vida porque ya no se podía estar juntos. Y al final, al final están y estarán los hijos que crecen y crecerán preguntándose por qué papá mató a mi mamá; por qué el egoísmo y la aberración le quita la vida a quienes me la dieron, para dejarles solos en el mundo con un herida que siempre permanecerá. ADH 840

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