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    sábado, 20 de junio de 2020

    Iglesia encarnada

    Nihil Obstat | Martín Gelabert Ballester, op  


    Iglesia encarnada


    En su exhortación apostólica sobre la Amazonia, el Papa ha traducido en un lenguaje incisivo lo que el Vaticano II calificaba de ley de toda la evangelización: “La predicación debe encarnarse, la espiritualidad debe encarnarse, las estructuras de la Iglesia deben encarnarse”.


    Lo que dice el Papa sobre la Amazonia es perfectamente aplicable en todos los lugares donde la Iglesia está presente, cumpliendo su misión de evangelizar. Necesitamos una catequesis, una liturgia y una santidad con rostros locales. En cada diócesis y en parroquia habrá que buscar los modos concretos de implementar formas pastorales para corregir lo que no acaba de funcionar y alentar lo que funciona. Muchas veces esperamos que otros nos ofrezcan recetas y soluciones concretas. Pero en el terreno de la pastoral las recetas debemos buscarlas en función de las personas y del lugar en el que debemos evangelizar. La evangelización siempre es la misma, siempre anunciamos el nombre del Señor Jesús. Pero la pastoral, puede y debe cambiar. La evangelización siempre tiene el mismo buen olor de Cristo; la pastoral tiene el olor de las ovejas, que no siempre es el mismo.


    Cierto, hay una serie de grandes líneas pastorales que pueden considerarse aplicables en todas partes y que se concretarán, como digo, en función de personas y lugares. Enumero algunas: fomentar espacios para compartir la fe comunitariamente; favorecer la formación de los laicos; celebrar los sacramentos y, sobre todo, la Eucaristía de forma gozosa y festiva; diseñar una pastoral con jóvenes que les ayude a encontrarse con Jesucristo; sensibilizar a todos los miembros de la comunidad cristiana en su compromiso caritativo en favor de los más necesitados de la parroquia y de más allá de la parroquia; dejar clara la dimensión vocacional de toda vida cristiana, recordando que todos hemos sido llamados a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, sea cual sea nuestra “llamada”: al matrimonio, a la vida religiosa, al sacerdocio; y sea cual sea nuestra misión concreta en la Iglesia: catequistas, animadores de comunidades, misioneros, etc.


    Estas grandes líneas se pueden realizar de muchas maneras. Si estamos convencidos del valor de nuestra fe, y la vivimos con ilusión; si este convencimiento nos mueve a buscar una mejor comprensión de la fe; si nos sensibiliza con los pobres y los inmigrantes; si nos mueve a compartir, si nos abre a la vida, si nos llena de alegría cuando una hija quiere ser religiosa o un hijo sacerdote, entonces las concreciones serán eficaces. Pero si vivimos una fe sociológica, si apenas nos llega para asistir a Misa los domingos, si nos despreocupamos de las necesidades ajenas, si educamos egoístamente a nuestros hijos, entonces no hay concreción que sirva. Y eso vale para todos los cristianos, empezando por los animadores de la comunidad, sacerdotes incluidos, claro, pero no los únicos.

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