Espiritualidad del Corazón | Redacción Amigo del Hogar
Con un corazón
compasivo y misericordioso
La expresión histórica del amor de Dios es Jesús, su hijo, quien
nos enseñó a practicar la fe del corazón, es decir, a vivir un auténtico amor
cristiano desde la misericordia y la compasión. La relación viva con el
Padre, la que sostiene la fe de cada día, encuentra su cauce histórico-eclesial
en el Sagrado Corazón de Jesús. Jesús mismo anunció con acciones y
palabras que Él es el camino, la verdad y la vida. Su corazón es camino posible
de un amor histórico, comprometido con la causa del Reino de Dios.
Desde el principio de la Iglesia comenzó a profundizarse este amor
incondicional de Dios, con la mirada puesta en el corazón humano de Jesús. San Agustín dirá de san Juan Evangelista en la
última cena que “bebía de lo íntimo del corazón del Señor los secretos más
profundos”. El papa Pablo VI afirmó en su momento que el Corazón
de Jesús es “síntesis de nuestras relaciones con aquel Cristo
cuyos misterios de presencia en el mundo el año litúrgico nos ha
enseñado a conocer, imitar y amar”.
El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús precisamente
para que, centradas nuestras vidas durante el año en vivir, celebrar y testimoniar
el amor de Dios, estemos orientados hacia la misericordia y la compasión en
todo momento y no nos distraigamos por los falsos caminos que nos proponen
desde dentro nuestras propias tendencias pecaminosas; y desde fuera, el
atractivo de estilos de vida y de relaciones sociales mundanales, que no toman
en cuenta la fraternidad, el valor de la persona y la urgencia de justicia y
solidaridad.
Decir hoy espiritualidad del corazón nos remite de inmediato al
modo como Jesús se relacionó con las personas y les comunicó el amor compasivo
del Padre. Sus palabras, sus gestos, sus acciones y su propio estilo de vida
provocaron admiración y respeto, no se impuso por medio del poder, su autoridad
procedía precisamente de su autenticidad, de ser siempre para los demás, de su
capacidad de cercanía, escucha, comprensión y aceptación de las personas en la
situación en que se encontraban. De ese modo aparecía clara la presencia bondadosa
del Padre en la humanidad de su Hijo.
Con el teólogo Juan
José Tamayo vamos ahora a profundizar la unidad entre ser personas y ser
compasivos, tomado de su artículo “La compasión en un mundo desigual y en
tiempos de pandemia”, publicado recientemente.
La compasión es
principio de humanidad
La persona puede ser definida como ser
compasivo. Sin compasión, no hay humanidad, se cierne la impiedad, la dureza de
corazón, la cerrazón de mente y el bloqueo de la inteligencia. En cuanto
compasivo, el ser humano se siente solidario con la suerte del resto de los
seres humanos y de la Naturaleza, de forma que todo acto de homicidio y de
ecocidio se convierte en suicidio: matar a otra persona o destruir la
naturaleza es matarse o destruirse a uno mismo. Caín, matando a Abel, se está
matando a sí mismo. Sin compasión, el ser humano se torna lobo estepario que se
guía por la ley de la selva. Sin compasión, no hay respeto por la vida de los
otros y las otras, sino la guerra de todos contra todos.
La compasión, opción y
actitud fundamental de Dios ante el sufrimiento y la opresión
La compasión es la opción y la actitud
fundamental de Dios, ejemplo de sensibilidad ante el sufrimiento y la opresión.
La palabra hebrea que se traduce por compasión es rahamin, derivada de rahem,
vientre, entrañas. En la antropología bíblica, vientre es el lugar de la
compasión y se le aplica a Dios capaz de actuar compasivamente desde sus
entrañas. Nos lo recuerda la tradición bíblica del Éxodo, que presenta a Yahvé
movido a compasión por los sufrimientos del pueblo hebreo y los gritos de
auxilio que llegan al cielo, y comprometido con la liberación de la esclavitud
de Egipto:
“He visto la aflicción de mi pueblo en
Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos
(conocer= compartir, sufrir con). He bajado para librarlo de la mano de los
egipcios y para subirlos a de esta tierra a una tierra buena y espaciosa, a una
tierra que mana leche y miel... Así, pues, el clamor de los israelitas ha
llegado hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los afligen.
Ahora, pues, ve: yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los
israelitas, de Egipto. Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a
Dios en este monte” (Éx 3,7-12).
La compasión está en la base de la legislación
hebrea que defiende los derechos de los huérfanos, las viudas y los
extranjeros, desatendidos en la práctica. Es el mensaje y la práctica de los
profetas y las profetisas de Israel/Palestina, para quienes la religión
verdadera no consiste en ofrecer sacrificios, sino en hacer el bien, establecer
el derecho y practicar la justicia. En la tradición profética uno de los
nombres de Dios es “Justicia”, como afirma el profeta Jeremías: “Este es el
nombre con el que lo llamarán: ‘Yahvé, nuestra Justicia” (Jr 23,6).
La compasión, opción
fundamental de Jesús
La compasión conforma el ser de Jesús de
Nazaret, su estilo de vida, su forma de pensar y de vivir a Dios, su manera de
entender al ser humano, su relación con los demás, su modo de conocer, de
creer, de esperar, de amar, su lectura de las Escrituras, su actitud ante las
víctimas, ante las personas hambrientas (misereor super turbas).
En el trasfondo de la actuación de Jesús
aparece siempre el sufrimiento de las mayorías, de los empobrecidos, de las
personas discapacitadas, enfermas, privadas de dignidad. Ante ellas no queda
impasible, sino que se le remueven las entrañas. Jesús pone como ejemplo de
persona compasiva, de “persona cabal” a un Samaritano, a quien convierte en
sacramento del prójimo, cuando los judíos ortodoxos lo consideraban enemigo y
hereje. El Samaritano, “movido a compasión”, atendió a la persona malherida,
maltrecha, a diferencia del sacerdote y del levita, que pasan de largo porque
su prioridad era la práctica cultual en el templo, ajena a la justicia.
En el desarrollo de su reflexión, Tamayo
justifica como Jesús, siguiendo la mejor tradición profética, contrapone la
compasión a los sacrificios: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mateo
12,1-9, citando a Oseas 6,6), “N he venido a llamar a justos, sino a pecadores”
(Mt 9,12-13). La compasión es la virtud por excelencia proclamada en el Sermón
de la Montaña: “Bienaventurados los misericordiosos...” (Mt 5, 7). ADH 846.
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