Comentario | José
Luis Sicre
Dos ejemplos malos y uno bueno
Domingo 31. Ciclo A
Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré
también en cuenta la segunda) son las personas que deberÃan estar al servicio
de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega
por completo a sus cristianos.
El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura)
La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo
IV a.C. Por entonces, los judÃos están sometidos al imperio persa. No tienen
rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y
autoridad. Pero no lo ejercen como corresponderÃa. Contra ellos se alza este
profeta anónimo (MalaquÃas no es nombre propio sino tÃtulo; significa “mi
mensajero”). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero
parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus
caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto,
quedarÃan claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a
Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos
o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se
ofrece a Dios.
El mal ejemplo de los escribas y fariseos
(evangelio)
En los domingos anteriores leÃamos diversos
enfrentamientos de grupos religiosos judÃos con Jesús. Ahora le toca a él
contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la
primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales
representantes religiosos de los judÃos después del año 70 (cuando los romanos
incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano
porque no podÃan ejercer su función cultual). Los escribas eran los
especialistas en la Ley de Moisés, algo asà como nuestros canonistas y
moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre
todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más
pequeño.
Ni buen ejemplo ni buena enseñanza
El discurso comienza con una afirmación llena de
ironÃa. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen
es bueno, lo que hacen... es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación
hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se
advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos,
porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha
puesto en guardia a los discÃpulos contra su doctrina («la levadura de los
escribas y fariseos»). Asà lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella
se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en
empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de
interpretar las palabras iniciales es la ironÃa. Jesús está en desacuerdo con
la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza.
Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines
El discurso sigue con el mismo enfoque irónico.
Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para
llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia:
la forma de vestir.
Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de
pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que
están escritos cuatro textos bÃblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex
13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los dÃas
laborables, el israelita varón se ponÃa una sobre la cabeza y otra en el brazo
izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del
Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado
llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judÃos beatos, que
llevaban las filacterias todo el dÃa y agrandaban las borlas para hacerlas más
visibles.
El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s:
«Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de
vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y
os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos,
que os suelen seducir». Los judÃos beatos agrandaban esas borlas que llamar la
atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros
detalles de presunción.
Ni rabÃ, ni monseñor, ni padre
Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino
que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta
parte introductoria exhortando a evitar todo tÃtulo honorÃfico: maestro,
padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso
de estos tÃtulos equivale a introducir diferencias dentro de la comunidad,
olvidando que todos somos iguales: todos hermanos, hijos del mismo Padre. Más
aún, esos tÃtulos significan desposeer a Dios y al MesÃas de la dignidad
exclusiva que les pertenece, para atribuÃrsela a simples hombres. Por eso,
frente al deseo de aparentar de escribas y fariseos, el principio que debe
regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor
vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuencias:
«A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán».
Una anécdota que viene a cuento
Me contaban hace poco que un compañero fue a
visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle “Excelencia”
(tÃtulo de un obispo) en vez de “Eminencia”. Al interesado se le mudó la cara
ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedÃa.
El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura)
Por pura casualidad, y sin que sirva de
precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos.
Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo
ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una
madre, trabajando dÃa y noche para no resultarles gravoso.
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